viernes, agosto 19, 2005

De los amigos que dejé en los callejones laberínticos de Querétaro.

Ayer partí hacia mi terruño. La mañana lucía radiante, cálida, rutinaria, pero mi corazón se revolvía en el pecho ante la angustia de recogerme nuevamente a lo ya conocido.
Los viajes antes de ser una salida hacia el exterior, son un viaje interior de diálogo con uno mismo para después dialogar con el mundo. Decidí viajar a Querétaro porque soy un hombre que cree en las señales, pienso que al rededor nuestro siempre hay una señal que nos marca el rumbo, pero para ello hay que tener los ojos muy abiertos y esperar a que aparezcan siempre alertas.
La señal me llegó en Zacualtipán, en la casa de un amigo, su madre había salido de la ciudad y nos dispusimos a escuchar algunos discos con unas buenas y siempre bienvenidas tazas de café. Mientras oíamos a Buena Vista Social Club tuve una sensación de deja vú. Mi disonancia cognitiva para planificar las vacaciones me resultaron mas claras que el agua.
Los primeros días fueron de excesos y cursiosamente fueron graduándose a lo minimalista, a lo humano y tranquilo al término de mi visita.
Los cuates con los que llegué se dedican a lo creativo, el departamento era un inerminable ir y venir, asemejado a un hormiguero, deambulaban por doquier personalidades muy heterogéneas unas de otras, por lo cual las energías cambiaban constantemente.
Me cité con Lady Didenoch en el centro. Me llamó justo cuando iba bajando las escaleras rumbo a nuestro anhelado encuentro, después de mas de un año sin vernos. La miré de lejos, etérea, más frágil que de costumbre, con su andar liviano y mirada ausente. La negrura de sus vestiduras contrastaban con el paisaje urbano. Caminé hasta ella y me posicioné detrás suyo, podía rozar con mis labios sus renegridos cabellos ondeando ruidosamente. Los escaparates comenzaron a reflejarme y yo hacía piruetas detrás suyo, ella me miró de reojo, el búfón había logrado tener la atención de su oscura reina. Se detuvo resignada mientras invocaba mi nombre y la abrazé. De allí en adelante no la solté.
Conocí su mundo de amigos y de amores rotos. Sus protestas y su arte.
Mención aparte merece Angel y Luis Enrrique, anfitrión y guía turísitco respectivamente. Cariñosos entes dispuestos a abrir sus vidas para incluirme y crecer.
Omar y Fede me cautivaron con su hogar, su calidéz, su belleza interior, su inteligencia, perceptivos por naturaleza, armónicos y hermosas criaturas con quienes he dejado mi corazón y las ganas de volvernos a ver. En cada viaje sabemos que nos volverémos a encontrar en algún punto de nuestras existencias, quizá mas arrugados, quizá menos idealistas, pero en esencia el mismo espíritu en constante perfeccionamiento.
Las horas transcurrían lentas a veces, vertiginosas las otras.
Al rededor nuestro se tejían conexiones invisibles de parentezco, de alianzas, de terruños.
Terminó el sueño al ritmo de un beat profundamente hipnótico mientras las conversaciones se diluían en el cansancio anímico de quien se supo trascendido con otros espejos que no dudaron en recorrer el velo de sus existencias para mostrar sus verdades. Ahora todo ello es un recuerdo que se empieza a hacer añejo.

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