jueves, marzo 31, 2005

Nuestro amor por la verdad se conoce más que nada en la manera que tenemos de recibir las "verdades" que "otros" nos ofrecen; entonces dejamos traslucir si realmente amamos la verdad o nos amamos a nosotros mismos.
Friedrich Nietzche.

sábado, marzo 19, 2005

Cuando quedas atrapado en la destrucción, debes abrir una puerta a la creación. Sólo importa mi propio juicio. Soy lo que soy.
Anaïs Nin.

miércoles, marzo 16, 2005

Las luciérnagas.

"Eres luciérnaga, que alumbra mis negras soledades."
Recuerdo mis días de infancia, gustaba por vacacionar en el pueblo donde vive Mamita Viky y Papá Andrés. En verano el inclemente calor huaxteco sonrojaba nuestra insípidas mejillas citadinas. Caminábamos por la rivera de un río seco flanqueados por milpas y enormes árboles que alegres nos ofrecían la protección de sus sombras.
Subíamos la pendiente del lomerío por la calle principal hecha con piedras perfectamente ensambladas. Las casitas de adobe encaladas nos recibían con sus puertas abiertas, los perros flacos anunciaban con ferozes ladridos nuestra llegada. Los parroquianos se asomaban por las ventanas y nos saludaban con francas sonrisas como si hiciera mucho tiempo que añoraban nuestra llegada. De cuando en cuando nos detenían para abrazarnos, intercambiar un par de palabras afectuosas o para ayudarnos con el equipaje.
Lo mas divertido era ir al río. Mamá parecía ser otra mujer estando en casa de los abuelos. Subía una enorme bandeja llena de ropa sucia en su cabeza, y caminaba con sorprendente equilibrio. Caminaba descalza sobre los gijarros, algo que nunca pudimos imitar sin llevarnos una uña del pie rota o algún raspón.
Atravezábamos un potrero que se extendía vasto en la planicie. El camino hacia el río se había formado a fuerza del paso de los bañistas. Semejaba una serpiente ceniza sobre el pastizal. No habían árboles en todo ese espacio. Al acercarnos aparecían los primeros arbustos y los sauces nos recibían danzarines. El arruyo del agua nos invitaba a despojarnos de las ropas para nadar en improvisadas pozas artificiales.
Era inevitable tragar un poco de agua, que la jícara se fuera con la corriente del río o que el jabón se nos desvaneciera y desapareciera en las oscuras profundidades del agua.
Mamá tendía las sábanas sobre el pedregal y sobre los arbustos. Se notaba jovial, sus movimientos eran mas lentos y armónicos, entonces era feliz.
De regreso a casa comenzaba a caer el manto nocturno, a la lejanía se oía una radio tocando viejas canciones, los perros se adueñaban de las calles sin dejar transitar a los vecinos. Entonces aparecían por todos lados, etéreas, flotantes, pequeñas luciérnagas atravezando el valle ante aquél sórdido silencio. Mi hermano y yo jugábamos a correr detrás de ellas y con suerte cogíamos una para volverla a poner en libertad una vez satisfecha nuestra curiosidad. Esos foquitos deambulantes nos impresionaban tanto que a veces solíamos permanecer absortos mirándolos, hasta que mamá se adelantaba lo suficiente como para apretar el paso, en silencio, sumidos en nuestros propios pensamientos.
Ahora que he crecido sigo pescando pequeñas luces que me alegren el camino.

Un viaje a las raíces.

Este fin de semana pasado me decidí a visitar a mi familia materna, tenía varios meses rechazando las sugerencias de mi madre para acercarme a ellos, quienes de pronto se me habían vuelto ajenos. Realmente me daba mucha flojera trasladarme hasta la comunidad en la que viven mis abuelos y con el ajetreo semanal del trabajo, prefería estar en casa pescando algúna buena película o documental en el televisor y salir en las noches a irme de jerga con los amigos que aún conservo.
Por fin abordé el microbus sardinero que me llevaría hasta donde me había propuesto. Todos los pasajeros estaban sospechosamente callados, para mi fue un agradecimiento que enmudecieran, el día estaba nublado y el aire se metía violéntamente por las ventanillas abiertas. El chofer se extasiaba escuchando a los Bukis mientras que yo viajaba a espacios insospechados, amo viajar, aunque sean viajes cortos, siempre camino mirando a mi alrededor, quien sabe, quizá un día de esos descubra un color que nadie más ha visto, o advierta una forma que me ilumine la razón. Afuera el campo vibraba de verdor. La vegetación exhuberante se me metía por los ojos estimulando mi cerebro, viendo aparecer y desaparecer pueblos, parajes y campesinos. Creo que no hay paisajes en otro lugar de este país como los de la huaxteca. Las imágenes de mujeres cargando su tercio de leña sobre la cabeza, acarreando agua en las vasijas de barro producidas en la comunidad. El olor a leña quemada, a flor de azahar, a hierba fresca, todos esto lo evocaba como entre sueños de una infancia perdida en remotos tiempos.
A veces podía oír un huapango a la lejanía y se alegraba mi corazón. En el mismo transporte viajaba una madura señora huaxteca, su piel enegrecida por el sol dejaba ver reflejos claros que se desprendían de sus hombros desnudos. Adoré los motivos geométricos del bordado de su blusa (quizá la representación olvidada de algún cerro sagrado) y el pardo color de esa falda lisa que extrañamente no fué del color fluorescente acostumbrado en algunos pueblos. Cuando hablaba en náhuatl me parecía entender sus pensamientos aún cuando ni siquiera había comenzado a hablar.
Cuando llegué a mi destino visité a la más jóven de mis tías. Sus hijos estaban muy crecidos y me sorprendieron sus risas, sus juegos simples, su energía y su vida apacible. Con los abuelos fué lo mismo de siempre, las conversaciones giraban en torno a los quehaceres domésticos, un nuevo achaque físico, el chisme de la semana en el pueblo, y las preguntas de rigor: "¿cuándo te vas a casar 'pa?, ¿ya ves a fulanito, nadie creía que juera a casarse y ya ves, su mujer ya está esperando un niño?" Todo lo esquivé con bravura taurina, me merecía una diana.
Algo que nunca entenderé es porque mis abuelos se averguenzan de hablar náhuatl con los mestizos. Hubiera preferido que me enseñaran desde pequeño sus floridas palabras, rocío y poesía en la boca del humilde.
Me encontraron mas gordo, mas viejo y quizá mas ausente que antes.
El tiempo en el pueblo transcurre bajo sus propios términos, se alarga o se empequeñece según patrones que son desconocidos a mi razonamiento lógico. Es bueno desconectarse de la vida moderna y aprender a disfrutar el transcurso de los tiempos bajo el propio ritmo, las cosas se miran distinto cuando el vértigo ha pasado.
Conocí a mi sobrina Carmen, bellísima. Sus padres sumamente jovencitos y tan pobres.
Volví a casa comprendiendo un poco más a los que son de mi sangre, a esta cultura huaxteca de la que no puedo desprenderme. Por fin llegué a casa con el corazón hinchado de paz y el espíritu sosegado.

domingo, marzo 06, 2005

Techos de Cartón.

TECHOS DE CARTÓN
Letra y Música Alí Primera. Intérprete: Alí Primera

Qué triste, se oye la lluvia
en los techos de cartón qué triste vive mi gente
en las casas de cartón
Viene bajando el obrero
casi arrastrando los pasos
por el peso del sufrir
¡mira que es mucho el sufrir!
¡mira que pesa el sufrir!

Arriba, deja la mujer preñada
abajo está la ciudad y se pierde en su maraña
hoy es lo mismo que ayeres su vida sin mañana

(recitado)
"Ahí cae la lluvia,viene, viene el sufrimiento
pero si la lluvia pasa,
¿cuándo pasa el sufrimiento?
¿cuándo viene la esperanza?"

Niños color de mi tierra
con sus mismas cicatrices
millonarios de lombrices
Y, por eso: qué tristes viven los niños
en las casas de cartón
qué alegres viven los perros
casa del explotador

Usted no lo va a creer
pero hay escuelas de perros
y les dan educación
pa' que no muerdan los diarios
pero el patrón, hace años, muchos años
que está mordiendo al obrero

oh, oh, uhum, uhum
Qué triste se oye la lluvia
en las casas de cartón
qué lejos pasa la esperanza
en los techos de cartón.