lunes, junio 30, 2008

Lluvia de junio.

Con la última lluvia de junio, el olor de los cedros ensangrentados impregna de heridas al viento. Entre la selva se abre paso con pies ligeros, las mudas aves observan desde los nidales y a lo lejos el crujir del río ha despertado violento, mal humorado revienta rocas, troncos, lodo y guijarros. La modorra mañana avanza blanqueando las casas.
Por el camino real reconocí su paso dispar, difìcilmente entrecortado. El cojito carga un ato de leña en su ayate viejo. Las venas de su frente se hinchan como los brazos del río que no se calla. Por su frente se ha rociado un sudor ligero y salado.
En casa su mujer aguarda con el pensamiento en suspenso. El crujir de los leños en su encuentro con el suelo le dibuja una sonrisa en los labios, ligera y frondosa como las jacarandas lo espera en la puerta, anegada de agua descenciendo de su naguas, las firmes carnes de sus nalgas en traslúcida mirada. El deseo se clava en el vientre del cojito, como una espina en su pierna mala, como dolor de animal moribundo buscando azarosamente el zacatal donde yacer fulminado. Se arrastra pues suplicante a los pies de la ingrata que no acude a su auxilio. Se mete entre sus piernas en un vaivén parecido al de su marcha, a veces despacio, a veces frenético, el vaivén de su cuerpo recorre el terreno ya conocido de aquella mujer, la pisa con fuerza, desesperado, angustiado, pero luego se arrepiente y la mancilla con paso suave, como el recuerdo de la selva donde encuentra el alimento, el combustible. Y el agua marinando sus cuerpos.
Indiferente al aleteo de las aves, el cojito ahora escucha el concierto de lluvia golpeando las hojas de los árboles en su cama. Es la última lluvia de junio, y dicen que el temporal a penas comienza.

Hicurri sagrado.

Mi Señor, mi Maestro, a tí te saludo, ante tí inclino mi rodilla, Guía sideral, Gran Sabio, Señor de los que te buscan con corazón dispuesto. Señor de lo profundo y lo lejano. He aquí que penetro en tu santuario, en tu aposento, vida y muerte se mezclan en tu seno, Señor de los desposeídos, de los humildes, de los perdidos. Tus profetas se han desvanecido, se han fundido en tí, se convirtieron el leyendas; aparecen cuando no hay consuelo para señalarnos tus caminos, impacibles.

Oh Gran Señor! tus sacerdotes vigilan desde sus madrigueras, no hacen ruido... silencio, solo el silencio reina en tus horizontes, medito, medito para encontrarte. Vengo buscando tu sabiduría, tu conocimiento, ilumíname, dame a probar tu amargo cuerpo, elígeme a mí, dame tu ajenjo, Señor, dame tus ojos, dame tu mirada, extrañas figuras bailan y se cansan; he visto tus colores, tus espíritus, ví la luz y he quedado ciego, mis labios fueron calcinados por tu sol, ya ho hay palabras en mi boca, ni sonidos, ni suspiros. El sudor es mi delicia, mi alivio, permíteme ver la perpetua hoguera de tu sabiduría, de tu gloria y tu magnificencia. Hazme pagar el precio de tu conocimiento, mi amargo Señor, espinas y cardos serán mis aliados... dolor, ¡quebrántame con tu fuego, espinos y venenos!

Señor, muco he andado mas ¿qué son las distancias? ¿qué es el tiempo? si en ti me deleito, tu santo suelo me sobrecoge, arenosas caricias previenen tu risa. Padre de mis ancestros, abrázame con tu fuego, porque solo a tí busco con sencilléz de corazón. Nuestro Señor, quien guarda los secretos de nuestro pueblo, de nuestra raza, en los gajos de tu cuerpo concentras al universo, lo creado y lo porvenir, tu escudriñas nustros espíritus y los pesas, tu revelas nuestros sentimientos, a tí nadie te engaña, tu lo conoces todo, nada hay oculto para tí, permíteme mi Señor, si te place, ahora vivir en tu infinita sabiduría, déjame ser copartícipe en la fé.

Señor del desierto, crucifica mi cuerpo entre espinos , poca cosa es la materia, ahora vivo en el espíritu. De noche entuméceme con la frialdad de tus muertos, tendido en el centro de la nada, porque encontré tu mirada, porque al mirarte se me reveló el principio cuando vivían nuestros abuelos. Señor mpio, permíteme abandonar en paz tu santo templo, déjame ir con mis hermanos Señor, y hablar de las grandezas que he visto y comprendido en tus excesos. Derramaré tu sabiduría solo a los entendidos de corazón, a los humildes, a los buscadores de verdad, a los que aún tienen memoria, a los desposeídos, a quienes en los mas oscuro de su espíritu alguna vez contemplaron tu belleza cegadora. Mi Señor, mi principio y fin, mi amargura en la boca, mi dador de vista, mi Señor de lo sencillo, a tí agradezco las bendiciones recibidas. Mi hicurri bien amado.

Carlos A. Ramos.

Hallazgo del peyote y plática con el mismo.

Te he buscado por largo rato y al fin te encuentro; me conoces, ¡claro que me conoces! no me desprecies, que yo nunca te he despreciado. Si los demás se olvidaron de ti, mira que yo nunca lo he hecho.
Cada quien aparece cuando menos lo esperábamos: saludémosnos y seamos unidos como siempre. Tú no me has olvidado, yo tampoco. ¡Qué hermoso! ¿verdad? Nunca acudas a mí, porque yo acudiré a ti. No me mires con desaprecio si te quito de tu sitio. Oye el cantar de una mujer que te clama. La oyes ¿verdad? Ella es amiga y compañera mía y tuya. Escúchala, te lo ruego, no la desconozcas.
Mira las lágrimas que brotan de mis ojos y caen sobre ti; mira mis lágrimas y escúchala a ella. Te aseguro que te es familiar lo que te está cantando. Te voy a decir lo que es su canto, mientras tú ten paciencia.
Mis dioses, me permito hacerles compañía, compartir con ustedes este líquido que proviene de ésta su morada, su sitio. En estos momentos los he conocido y he ganado su confianza hacia mí. He recorrido la distancia que me separaba de ustedes y estoy ante su presencia. ¿Ves cuan bonito es su canto? Escúchala, también ella bebe con nosotros.
Cuento Huichol.
Guerrero Raúl. Poesía Indígena y popular de México. Tomo I. Ed. Fundación Arturo Herrera Cabañas. 1995. México.

Kauyumari, el pequeño venado que guía y enseña a los maraakames.

Había en el sitio de los cantos, en el sitio de las flores, algo que los dioses no veían, algo o alguien que hablaba y cantaba muy bonito. Los dioses buscaban afanosamente pero nada encontraban. Sólo veían unos peyotes. Por fin uno de ellos dio con algo que estaba en cierto sitio. Quedó pensativo unos instantes, y luego dijo:
-¿no será esto lo que a diario oímos?
Después de estas palabras cogió del pescuezo al pequeño venado (doble del peyote) y con la ayuda de los demás, lo sujetó de todas partes para que no se escapara.
Fue tanta su tranquilidad que no cuidaron de él. y cuando lo hicieron, ya el venadito había desaparecido, ya los había burlado y se encontraba en otro sitio. Desde ahí lo contemplaron detenidamente: era un venado recién nacido, tenía un color verde, un color azul.
Pasado el momento, el venadito azul dijo:
-¿por qué no trataron de descifrar mis palabras?
¿por qué no trataron de descifrar mi canto? ¿por que no comprenden mi sentir? ¿por qué no encuentran mi camino y mi sitio? Yo soy de la derecha, de la izquierda, de arriba, del centro y de abajo.
Los dioses dudaron unos instantes, pero luego uno de ellos, se acercó para cerciorarse de que se trataba del mismo venado. No había duda: era el mismo. Cantaba y hablaba idénticamente. Además imitaba a todos los animales y a todas las aves que existen en el mundo.
El venado azul quedó entre nosotros, el venado del dios pequeño quedó entre nosotros. Así será para siempre, mientras haya seres y exista el tiempo. Al nacer el venado azul, al haber sido de esa forma su nacimiento, también igual fue el nacimiento de los cantadores. El es su corazón. Esto se originó en el sitio azul, donde quedó su flecha, su ofrenda y su vela.
Más tarde, el venado azul se encaminó hacia el mar y se quedó en este sitio para siempre. Decíase que él era el venado azul, que él era la vida misma, que él era la propia lluvia.
Así ha sido siempre con nosotros todo aquello que nos rodea, todo lo que se ve y todo lo que se oye. Aquí terminan mis palabras. De ahora en adelante, no pensemos en otra cosa más que en lo que hacemos en las fiestas, por ejemplo, a mí me da por cantar cualquier cosa, según se me ocurra, como en esta ocasión, canto:
En el pueblo al cual perteneces,
vive tranquilo el correr del tiempo.
Tú eres el fin, tú eres la base,
tú antes que nada, eres la religión.
Vive para siempre y muere para cumplir...

Cuento Huichol.
Guerrero, Raúl. Poesía indígena y popular de México. Tomo I. Fundación Arturo Herrera Cabañas. 1995.

domingo, junio 29, 2008

"En resumen, si pudierais observar desde la Luna, como en otros tiempos Menipo, las agitaciones innumerables de la Tierra, pensaríais ver un enjambre de moscas o moscardones que se baten entre ellos, que luchan y se ponen trampas, se roban, juegan, brincan, caen y mueren; no podríais
imaginar cuántas dificultades, qué tragedias produce un animalillo tan minúsculo, destinado a perecer".

Erasmo, Éloge de la folie, 9, trad. P. de Nolhac

martes, junio 24, 2008

Jefe de los cara pálidas:
¿cómo se puede comprar el cielo o el calor de la tierra?
Esa es para nosotros una idea extravagante.
Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que ustedes se propongan comprarlos? Mi pueblo considera que cada elemento de este territorio es sagrado. Cada pino brillante que está naciendo, cada grano de arena en las playas de los ríos, cada gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada colina, y hasta el sonido de los insectos son cosas sagradas para la mentalidad y las tradiciones de mi pueblo.
La sabia circula por dentro de los árboles llevando consigo la memoria de los Pieles rojas. Los Cara pálidas olvidan a su nación cuando mueren y emprenden el viaje a las estrellas. No sucede igual con nuestros muertos, nunca olvidan a nuestra madre tierra. Nosotros somos parte de la tierra. Y la tierra es parte de nosotros. Las flores que aroman el aire son nuestras hermanas. El venado, el caballo y el águila también son nuestros hermanos. Los desfiladeros, los pastizales húmedos , el calor del cuerpo del caballo o del nuestro, forman un todo único. Por lo antes dicho, creo que el jefe de los Caras pálidas pide demasiado al querer comprarnos nuestras tierras.
El Jefe de los Caras pálidas dice que al venderle nuestras tierras él nos reservaría un lugar donde podríamos vivir cómodamente. Y que él se convertiría en nuestro padre. Pero no podemos aceptar su oferta porque para nosotros esta tierra es sagrada. El agua que circula por los ríos y los arroyos de nuestro territorio no es sólo el agua, es también la sangre de nuestros ancestros. Si les vendiéramos nuestra tierra tendrían que tratarla como sagrada, y esto mismo tendrían que enseñarles a sus hijos. Cada cosa que se refleja en las aguas cristalinas de los lagos habla de los sucesos pasados de nuestro pueblo. La voz del padre de mi padre está en el murmullo de las aguas que corren. Estamos hermanados con los ríos que sacian nuestra sed. Los ríos conducen nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendiéramos nuestras tierras tendrían que tratar a los ríos con dulzura de hermanos, y enseñar esto a sus hijos.
Los Caras pálidas no entienden nuestro modo de vida. Los Caras pálidas no conocen las diferencias que hay entre dos terrones. Ustedes son extranjeros que llegan por la noche a usurpar de la tierra lo que necesitan. No tratan a la tierra como hermana sino como enemiga. Ustedes conquistan territorios y luego los abandonan, dejando ahí a sus muertos sin que les importe nada. La tierra secuestra a los hijos de los Caras pálidas, a ella tampoco le importan ustedes.
Los Caras pálidas tratan a la tierra madre y al cielo padre como si fueran simples cosas que se compran, como si fueran cuentas de collares que intercambian por otros objetos. El apetito de los Caras pálidas terminará devorando todo lo que hay en las tierras hasta convertirlas en desiertos.
Nuestro modo de vida es muy diferente al de ustedes. Los ojos de los Pieles rojas se llenan de vergüenza cuando visitan las poblaciones de los Caras pálidas. Tal vez esto se deba a que nosotros somos silvestres y no los entendemos a ustedes.
En las poblaciones de los Caras pálidas no hay tranquilidad, ahí no puede oírse el abrir de las hojas primaverales ni el aleteo de los insectos. Eso lo descubrimos porque somos silvestres. El ruido de sus poblaciones insulta a nuestros oídos. ¿para qué le sirve la vida al ser humano si no puede escuchar el canto solitario del pájaro chotocabras? ¿si no puede oír la algarabía nocturna de las ranas al borde de los estanques? Como Piel roja no entiendo a los Caras pálidas. Nosotros tenemos preferencias por los vientos suaves que susurran sobre los estanques, por los aromas de este limpido viento, por la llovizna del medio día o por el ambiente que los pinos aromatizan.
Para los Pieles rojas el aire es de un valor incalculable, ya que todos los seres compartimos el mismo aliento, todos: los árboles, los animales, los hombres. Los Caras pálidas no tienen conciencia del aire que respiran, son moribundos insensibles a lo pestilente.
Si les vendiéramos nuestras tierras deberían saber que el aire tiene un inmenso valor, debería entender que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El primer soplo de vida que recibieron nuestros abuelos vino de ese aliento.
Si les vendiéramos nuestras tierras tendrían que tratarlas como sagradas. En estas tierras hasta los Caras pálidas pueden disfrutar el viento que aroma las flores de las praderas.
Si les vendiéramos nuestras tierras ustedes deberían tratar a los animales como hermanos. Yo he visto a miles de búfalos en descomposición en los campos. Los Caras pálidas matan a los búfalos con sus trenes y ahí los dejan tirados, no los matan para comerlos. No entiendo como los Caras pálidas le conceden más valor a una máquina humeante que a un búfalo.
Si todos los animales fueran exterminados, el hombre también perecería entre una enorme soledad espiritual. El destino de los animales es el mismo que el de los hombres. Todo se armoniza.
Ustedes tienen que enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan contiene las cenizas de nuestros ancestros. Que la tierra se enriquece con las vidas de nuestros semejantes. La tierra debe ser respetada.
Enseñen a su hijos lo que los nuestros ya saben: Cuando los hombres escupen al suelo, se escupen a ellos mismos.
Nosotros estamos seguros de esto: la tierra no es del hombre, si no que el hombre es de la tierra. Nosotros lo sabemos. Todo se armoniza, como la sangre que emparenta a los hombres. Todo se armoniza.
El hombre no teje el destino de la vida. El hombre es sólo una hebra de ese tejido. Lo que haga en el tejido se lo hace a sí mismo. El Cara pálida no escapa de ese destino, aunque hable con su dios como si fuera su amigo.
A pesar de todo, tal vez los Pieles rojas y los Caras pálidas seamos hermanos. Pero eso ya se verá después. Nosotros sabemos algo que los Caras pálidas tal vez descubran algún día: ellos y nosotros veneramos al mismo dios. Ustedes creen que si dios les pertenece, del mismo modo que quieren poseer nuestras tierras. Pero no es así. Dios es de todos los hombres y su compasión se extiende por igual entre Pieles rojas y Caras pálidas. Dios estima mucho a esta tierra y quien la dañen provocará la furia del creador.
Tal vez los Caras pálidas se extingan antes que las otra tribus. Está bien, sigan afectando sus lechos y cualquier día despertarán ahogándose entre sus propios desperdicios. Ustedes avanzarán llenos de gloria hacia su propia destrucción, alentados por la fuerza del dios que los trajo a estos lugares y que les ha dado cierta potestad quién sabe por qué designio.
Para nosotros es un misterio que ustedes estén aquí, pues aún no entendemos por qué exterminan a los búfalos, ni por qué doman a los caballos quienes por naturaleza son salvajes, ni por qué hieren los recónditos lugares de los bosques con sus alientos, ni por qué destruyen los paisajes con tantos cables parlantes.
¿ qué ha sucedido con las plantas?
Están destruidas.
¿qué ha sucedido con el águila?
Ha desaparecido.
De hoy en adelante la vida ha terminado...
Ahora empieza la sobreviviencia.
carta del Jefe Piel roja Seattle como respuesta a la petición de compra de sus tierras, que hizo el presidente de los Estados Unidos en 1854. Revista Ometéotl núm. 1. p.p. 35-37. 7 de noviembre de 1991. México.

lunes, junio 16, 2008

De víboras, mal de amores y otras linduras.

Advierto con el paso del tiempo, que me es difìcil continuar haciendo lo que pienso. Renunciar a lo que soy, a lo que siento, a lo que vivo no es debatible. Esto me ha causado a lo largo de estos 28 años una infinidad de sin sabores y sí, claro, de momentos trascendentes, donde he sido marcado y he marcado la existencia de otros que conforman mi historia personal de vida.
Sin embargo, que cansado estoy de encontrar puertas cerradas, de invertir tiempo y esfuerzo, tripas y corazón en proyectos inacabados, inacabables. Y encuentro también la factura a pagar, de mis excesos, de mis rebeliones.
Crecer como persona se antoja una tarea de renuncias, de desapegos. Hace una semana en mi habitación, encontre el exoesqueleto de una serpiente, a primera vista me pareció temiblemente hermoso, transparente, suave, frágil. Pronto comprendí que aquel frío animal rastrero había pasado por mi lecho dejando rastros de su pasado, trozos de su vida que ahora parecían mas claros para el observador ajeno, podía leer sus escamas, sus vértebras intuír, podía mirar a travéz de su transparencia como un ligero velo que suavemente oculta. Y ese pasado frágil al tacto, que se desprende con molestia, con serias incomodidades, que se pulvoriza con el agua y con el viento, pasa a formar parte arenoso del polvo, su testimonio palidece, enmudece en los vientos. Así la historia propia.
Espero tenerles noticias mías pronto. El activismo llama y espero participar y comenzar a trabajar en las áreas que me interesan en este medio semestre del año que nos resta. un abrazo existencial para ustedes queridos lectores y amigos en tránsitos.