lunes, abril 23, 2007

"!Que manera de quererte, que manera!"

Nos amanecimos en el bar, esa noche el llegó con una rosa y un sobre verde. Allá "Coe", el amigo que se lo había traído de monterrey hace unos años, nos encontró amarrados en un abrazo jubiloso. Lo invitamos a quedarse en nuestra mesa y la noche se hizo corta. Afuera la luz matutina comenzaba a meterse en los viejos edificios del centro histórico, les confería distintos matices a su paso, al principio gris y dorado al repuntar el alba. Me gustaba ese efecto de cambio que tenían las cosas. Llegamos a Altamira, al barrio en el que nuestro amigo tiene su casa para dormir un par de horas y levantarnos cuando el estómago reclamó su cuota por los excesos de la desvelada. Unos mariscos picantes me hicieron sudar, la cerveza que bebí como desayuno en lugar del café solo empeoró mi condición: otra vez estaba ebrio.

El taxi se abrió paso por la avenida principal, y a pesar del tráfico me pareció veloz. En casa mi abuela nos recibió con la curiosidad de saber dónde había pernoctado, con fingido interés. Tomás conoció a mi prima Perla, amiga y cómplice de mis juveniles aventuras porteñas. Era el medio día y salimos a la avenida con la intención de comprar la comida, pero nuestros pasos estuvieron negados para conseguir los sagrados alimentos sin antes haber hecho algo con los síntomas de la resaca. En contraesquina de la casa, con un molino de viento bidimensional levantado en lo alto, de extraña sensación donquijotesca, se anunciaba portentoso "El Gran Vals" con una extensa variedad de botanas.

Un clima artificial nos recibió y nos devolvió la alegría, adentro a penas unos cuantos clientes regados en las mesas del fondo, junto al diminuto escenario donde nos aseguraban, a las 5 de la tarde un puñado de músicos amenizarían el ambiente para beneplácito de los parroquianos. A nosotros no nos interesó mucho el dato, a pesar de que nuestra mesera -una robusta mujer de amena conversación y gráciles modos- nos recomendaba quedarnos a escuchar. Por ella nos enteramos de que el lugar había sido recién remodelado en sus interiores, que anteriormente mostraba una imagen rústica con las paredes de madera y el inmobiliario artesanal, que la mayor parte de su clientela son gente mayor y que jóvenes como nosotros eramos una rareza siempre bienvenida en el bar.

The Beatles sonaron en la sinfonola y a mi me entraron las canas y los tiempos en el rostro, con video incluido de mis canciones favoritas. Las cervezas pronto disminuyeron los síntomas de la resaca y nos devolvían alegres, conversadores, maravillados de los pequeños detalles que nos hacían la estancia agradable. Se acumularon los envases y las cuentas. Nosotros fuimos los improvisados di yeis que programaron la música y nuestras personalidades se anteponían en un duelo musical ecléctico: La Sonora Santanera, Los Héroes del Silencio, Los Terrícolas, The Doors, y una innumerable colección de música antigua.

A las cinco en punto la sinfonola se apagó, no importando que mi selección musical se quedara incomplet, sin reproducción. Los primeros acordes de ka canción "Lágrimas Negras" sonaron con intensidad y yo abrí los ojos a semejanza de dos platos relucientes, maravillado por las libertades de interpretación que los músicos se concedieron en la versión de este hermoso tema cubano. Desde ese momento se ganaron mis aplausos, vivas, hurras y mi canto desafinado saltando con ligereza entre boleros, son montuno y danzones.

Los 5 músicos vestían de una forma por demás sencilla. Con aires de nostalgia. Las gafas negras de fuerte estilo deportivo resaltaban con los entallados pantalones semi acampanados y las guayaberas. Todos viejos. Todos música, pasión, entrega y canto.

Una pareja de damas maduras ingresaron familiarmente al bar. Se sentaron en la mesa de junto, en el justo momento en que un músico le arrancaba el sonido a su guitarra. A mi me parecían devotas recién llamadas a réplica de campana para escuchar misa. Tomás y yo no dábamos crédito a la paulatina transformación del local. Cuando aplaudí frenético celebrando la primera canción, una de las damitas me gritó al oído que aquélla era una música bonita. Yo sonriente y conversador le hablé de mi pasión por la cultura cubana y ambas nos sonrieron asombradas por tales gustos.

Allí comenzó una entrecortada conversación. Una de ellas, la de imagen fuertemente masculina era las más apasionada, hablaba con desparpajo, con la seguridad que tienen los que han vivido tanto, con autoridad inflexible, nos habló de música, de política, de economía, de su vida en el Estado de México cuando era niña. La otra, de quien me gustaban sus ojos de Hush puppy, serenos, tiernos, ligeramente melancólicos, tenía una voz dulce y nos hablaba con cariñitos casi siempre respaldando las opiniones vertidas.

La gente se animaba a bailar y entonces un músico de blancas barbas, corazón romántico y pies ligeros se robó a una de nuestras recién conocidas amigas. Los vi alejarse con pudor y con el ritmo acompasado de los boleros, sus cuerpos buscaron el hombro, la cintura y los ojos. Se amoldaron el uno al otro para moverse al unisono, para abandonar en la pista sus soledades y el vestigio de alguna antigua miseria. Fundirse en un solo cuerpo, sensuales, sexuales, dejándose llevar en cualquier dirección, perderse en la letra de una canción, en los pasos arrastrados suavemente por el suelo, todo esto en el breve tiempo que dura una pieza, y al final una palabra bonita, la sonrisa agradecida, la promesa de otro baile.

Tomás y yo estábamos felices de cumplir un año juntos, ellas por todo el tiempo de sus vidas. Miré al rededor y todos parecían rejuvenecidos, dejamos detrás la risa hilarante, el beso furtivo, los pies danzantes, la bebida generosa. Salimos envejecidos, afuera nos envolvió un ligero aroma a petate y nos cayó la noche.

domingo, abril 15, 2007

Semana Santa 2007.

Terminó el periodo vacacional de la Semana Santa 2007 y mis planes de salir a visitar otros estados del país fueron solo una idea, aún cuando las oportunidades de hacerlo estuvieron en mis manos, decliné las propuestas. Hace tiempo anoté aquí el estado de ermitaño en el que me he volcado desde mi regreso a la huaxteca hidalguense. Es curioso pero no me apetece buscar a los viejos amigos, hacer visitas, volver a mi antigua vida.

Y aún así que exquisitos fueron estos días, sin quererlo me reencontré con antiguas amistades de los municipios aledaños, conocí gente nueva, especialmente jóvenes con quienes mantuve animadas y desmañanadoras conversaciones, nuevas personas se suman a mi círculo social y lo disfruto inmensamente.

El Poeta Maldito me llevó a una comunidad que tenía muchos años la intención de conocer, pero que me detenía el desconocer los medios de transporte disponibles para hacerlo, imaginaba que la distancia era larga, aunado a la terracería y el intenso calor que se ha instalado por este terruño. Tenexco es un caserío del municipio de Atlapexco (de Atlapech: Balsa sobre las aguas) que como muchas otras localidades, en la década de los 80 del siglo pasado fue escenario de sangrientas y espantosas luchas de resistencia por conflicto de tierras, ya que los caciques protegidos por el gobierno local, estatal y federal, se posesionaban de las tierras de los campesinos con una violencia equiparable a la de la llegada de los españoles: asaltos sexuales, secuestros, asesinatos impunes, discriminación, horror, masacres, genocidio.

Un investigador canadiense en su tesis de doctorado, estudió los conflictos agrarios de la región, la cita de su tesis no la tengo en mente ahora, pero sorprende el hecho de que muchos de los apellidos de grandes hacendados siguen vigentes en el poder: cuatro apellidos son dueños de prácticamente todo el centro histórico del distrito de Huejutla, zona de intenso intercambio comercial, son también dueños de propiedades en la capital del estado, monopolizan algunos servicios, ocupan los principales puestos de elección popular en la zona norte del estado de Veracrúz, el sur de los estados de San Luis Potosí y Tamaulipas. Vivimos un cacicazgo del que pocos hablan.

Otro dato de interés fue la presencia del Ejercito Nacional en dicha localidad, donde fueron prácticamente eliminados todos los hombres, jóvenes y niños, y las mujeres fueron violadas sexualmente. La construcción de la moderna carretera que conecta la sede del 8o batallón de Infantería con la zona más indígena del distrito, fue un claro mensaje del gobierno: Si vuelven a organizarse y reclamar sus derechos, con la entonces nueva carretera serán sometidos en 20 minutos.

Sorprende la aparente calma del caserío, lo atento de sus pobladores, la siempre cordial sonrisa de bienvenida para los visitantes. Pero detrás de ello existe un pensamiento introyectado de auto humillación y discriminación. Nuestro anfitrión nos decía (en náhuatl) y me interpretaban, que el decidió darle educación solamente a sus hijos de piel blanca, porque tenían la apariencia de "gente de razón" y sería más fácil que los aceptaran los mestizos y tendrían mas "cabeza" para eso de los estudios. Los morenos fueron dedicados a las labores del campo y les reprimieron sus intenciones de obtener algún grado escolar. Las cosas no le salieron bien. Los "gueros" se desinteresaron por el estudios y los morenos con grandes esfuerzos y penurias lograron colocarse en el mercado laboral como profesionistas, beneficiando a la casa paterna con una vivienda digna y servicios que nunca habrían pensado.

También llegaron a mi vida nuevas amistades, de quienes me interesa su rebeldía, su sentido crítico de su entorno y me preocupa su escepticismo y su poco involucramiento en acciones que mejoren todo aquello que no les agrada de su entorno.

Pero he notado que al hablar y darme a conocer tiendo a hablar del pasado. No sé si esto sea porque mantener en la memoria las experiencias que conforman mi historia de vida me proporcionan un sentido de identidad, de dirección y de autoestima, o simplemente es parte de ir creciendo. Analizo mi vida y me doy cuenta de que he modificado muchos de mis hábitos, que he dejado de hacer lo que me gusta, lo que me da placer a cambio de estabilidad emocional, de cohesión familiar. Mi tarea es encontrar el punto intermedio nuevamente.

También tuve contacto con gente mayor, con quien siempre es estimulante departir con una buena copa porque entonces uno transcurre en temas, en pensamientos, en palabras, salimos de el ensimismamiento y por un momento nos conectamos con el todo sin haber movido los pies.

Y es gracioso, el vagabundo que salía al encuentro del otro, el ajeno, con un franco sentimiento de bienvenida esta vez esperó sentado en la comodidad de su jardín a que los otros llegaran, para ofrecerles una silla, mi casa, mis palabras y mi corazón. Las despedidas siguen siendo dolorosas pero para los que creemos en un tiempo cíclico, en una de sus volteretas, en una de sus circunvoluciones habremos de encontrarnos nuevamente (Hanna también), desde otra experiencia, pero siempre en la misma esencia.

Feliz inicio de actividades.

sábado, abril 14, 2007

Hanna.

Cuando su familia la acogió le pusieron por nombre Hanna, en honor a Hanna Barbera al creador de Los Picapiedra. Creció con un mal congénito que le causaba mucha lagañosidad en los ojos, y es quizá su temprana enfermedad lo que le moldeo un carácter dócil, fiel, hogareña y cariñosa.
En el momento en que la familia fue creciendo, el espacio reduciéndose y los cuidados de la salud de los más pequeños en casa se extendieron, decidieron darla en adopción. Por alguna extraña razón, mi amigo Juan recurrió a mi y en pocos días ella pasó al hogar de mi hermano, quien vive solo y necesitaba algo de compañía y seguridad.
Al paso del tiempo Hanna se enamoró de "El Killer", varias veces intentaron procrear y muchas más fracasaron. Esto aumentó sus rasgos distraídos, dormía la mayor parte del día y se aferró más al hogar. Pocas cosas le sorprendían, su alma envejeció prematuramente.
Mi madre requirió de los cuidados de Hanna cuando nos mudamos a una cabaña en las afueras de la ciudad. En especial porque antes de habitar nuestro hogar, fuimos víctimas de robos. Eso fue hace cuatro meses, yo tenía un tiempo sin tener contacto con ella, así que cuando la vi me daba la impresión de que había subido algunos kilos y que estaba envejeciendo. Hacía tiempo que no procreaba y habían renunciado en los intentos.
Esta semana notamos que su introversión se exacerbó, ya no nos recibía con el mismo entusiasmo cuando llegábamos a casa, no atendía a nuestros llamados, poco a poco dejó de comer y enfermó. Pensamos que la infección cedería pronto y se rehabilitaría exitosamente, pero no fue así. Un mal diagnóstico, nuestra ignorancia a cerca del tratamiento a seguir y una serie de errores humanos agravaron su delicado estado.
La noche del jueves salí con mis amigos a bebernos unos tragos, y compartir una animada conversación que se extendió hasta el viernes en la madrugada. Al llegar a casa la encontré postrada en la calle, justo en la entrada. Pensé lo peor. Con mano temblorosa palpé su cabeza: su frialdad rígida y escalofriante me estremeció. Presuroso abrí la puerta y en un tono quejumbroso desperté a la familia con la noticia, luces que se prenden, gente vistiéndose con prisa, pasos, gritos, mi madre acongojada cayó de rodillas a lado de Hanna, lloraba copiosamente, le pedía que se levantara, la acariciaba tiernamente, todo en vano. La metimos al jardín y mi madre ya no pudo dormir.
Ayer antes de que el extremo calor tropical nos dañara la sepultamos. Terrones endurecidos caían sobre su lomo y Tomás me pidió que la tratara dignamente. La blanca cal me hizo pensar en un poema de Sabines: "¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos! ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir."
Un ramillete de margaritas y varios kilos de cal fueron sirvieron de cama para sus restos. Hoy ya no ladra, ya no nos da la pata, ya no se acurruca en nuestra piedras exigiendo la caricia amada. Extrañaremos a nuestra amada mascota, a la perra Hanna.

sábado, abril 07, 2007

Tlazinhuines

Un anciano nos reprendió por estar jugando con los tizones del fogón que habíamos sacado de contrabando de la vieja cocina de adobe donde la abuela nos modelaba con tortilla y sal unos burritos y piques. Con aire meditabundo se fue acercando seriamente preocupado por nosotros, sus labios no se abrieron hasta pasar a un lado de nosotros, para decirnos muy cerca del oído:-" Esténse quietos porque en la madrugada vienen los tlazinhuines y se los comerán". Y se alejó sin perturbar el ritmo de sus pasos, trazándose una sonrisa ambigua en su rostro, dejando que el aguijón de la curiosidad nos recorriera la imaginación y devolviéndonos a la pregunta que entonces nos formulamos: ¿qué son los tlazihuines? Los otros niños se burlaban del anciano y un falso sentimiento de seguridad se apoderó finalmente de nosotros.
Dicen que los han visto descender del cerro, que siempre lo hacen en perfecta fila india cuando todos en casa duermen y dejan de vigilar las calles cuando los perros ladrán primero ofensivos, después aterrorizados. Por eso a la hora de apagar los candiles se cierran las puertas con robustas trancas y las ventanas con pasadores de hierro, no le hace que haga calor o que se rezen tres padre nuestro.
Hay quien afirma que tienen la apariencia de bebés pero caminan, actúan y miran como hombres. Nadie sabe si viven debajo de la tierra, en alguna cueva inexplorada o en lo alto de los árboles. Si los trae la luna llena, los vientos del norte, la sequía o los hombres. Solo se sabe que caminan veloces alumbrados con antorchas que portan en sus manos, que han de vivir en el cerro del Chotiamitl porque de todas las congregaciones en torno al cerro, hay uno o dos que afirma haberlos visto también.
La gente chiquita, los cuidadores de la tierra, los tlazinhuines, entran a los pueblos a llevarse a los recién nacidos y a los niños malcriados, a los desobedientes, a los peleoneros, a los que son tramposos, los que roban, los que son berrinchudos, los que son envidiosos, los que son maldicientes. La otra vez oí a mi tío decir que se comen los corazones de los niños porque están tiernitos y a mi me dio mucho miedo. Desde entonces, cuando voy al pueblo, trato de ser obediente y no hacer enojar a los adultos.
Hace poco amaneció un hombre muerto. La gente dice que se quedó dormido en su milpa cuando los tlazinhuines ya habían bajado del cerro, dicen que le comieron el corazón sin que se diera cuenta, ni siquiera se despertó tantito, tampoco le dolió. A la mañana siguiente, cuando los peones llegaron a trabajar y lo hayaron muerto, no le vieron nada raro, solo hasta que la viuda le mudó las ropas se dio cuenta que su marido traía el pecho relleno de flores.
El año pasado mi mamá me levantó de madrugada para irnos a trabajar a la ciudad. A mi la mera verdad no me gusta levantarme temprano porque amanezco con mal humor y me enojo fácilmente. Esa vez amanecí de malas, mi madre se regresó a la casa por una de las bolsas que dejó olvidadas mientras yo me adelantaba. Tenía mucho sueño. No soplaba nada de viento, no había luna y todo parecía estar en silencio. Detrás de mi el Chotiamitl comenzó a alumbrarse, primero de una lucecita, luego otras dos, tres más y pensé que era gente del pueblo campeando pero después fueron muchas, parecían una viborita bajando del cerro, en menos de un minuto habían alcanzado las faldas del cerro y desaparecieron. Una brisa nerviosa movió las espigas del maizal antes de entregarme al silencio abismal.
Desde ese día, cuando clarea, pinto la mejor de mis caras. Nunca he vuelto a tener mal humor y siempre vigilo las puertas, no vaya a ser...