Muchas veces las escuché llorar y gritar aterradas. Otras tantas escuché como sus cabezas eran azotadas contra las paredes de mi casa haciendo un eco seco, un sonido de muerte. Suplicaban finalizar el martirio. Puertas azotándose, vidrios haciéndose añicos al ser lanzados con violencia contra unos cuerpecitos tibios, y escuchaba en el fondo ese llanto pequeño, un sollozo infantil, el miedo y la confusión de unas vocecitas que en las penumbras se ocultaban.
Y nunca hice nada. Mi familia nunca hizo algo para detener aquella injusticia. Aprendimos a ocuparnos de nuestros propios problemas sin intervenir en los ajenos. La propia violencia que vivimos de pequeños aprendimos a callarla. De eso no se hablaba, vivíamos pretendiendo que nada pasaba. Nos enseñaron a ser individualistas, en pensar solo en nuestro bienestar, en no meter las narices en los dramas ajenos. Así nos enseñaron a ahorrarnos problemas.
Sin embargo ya no puedo seguir así. Me vergüenzo por todas aquellas veces en las que mi boca enmudeció al ser testigo involuntario de las golpizas de las vecinas y sus hijos. Me doy lástima, tantas veces me definí como revolucionario y ya lo ven, no pude alzar mi voz contra aquellos agresores, verdugos y víctimas de sus propios instintos, sus inseguridades, su pequeñez. Nunca levanté un dedo para acusarlos. Se me cerraron los ojos, las orejas y la boca.
Pero ya no puedo más. Alguien, de quien aún no sé a ciencia cierta que parentesco nos une (ahora mismo no sé que soy de Tomás), hizo un despliegue de violencia contra su esposa en un espacio público y otro tanto en la intimidad del hogar. En el pasado cuando era testigo involuntario de ese acto irracional, me ponía nervioso, comenzaba a temblar inevitablemente y se me activaba un cuadro sintomático de estrés postrauma que me paralizaba. Esta vez no me dejé inmovilizar. Instintivamente me llevé a los niños a un lugar seguro y hablamos sobre lo que en su momento estaba pasando. Me duelen sus lágrimas, el terror en el que viven, el ambiente de violencia en el que todos los días están creciendo y tratando de sobrevivir. Estos niños me aman como tío y en las pocas veces que los veo al año, los amo profundamente y los disfruto, los procuro. No puedo permitir que esos abuses continúen. No está bien. No es bueno. No quiero.
En el trabajo he estado atendiendo a niños con problemas de aprendizaje derivados de perturbaciones emocionales. Muchos de ellos también viven en un hogar violento. Cuando entran en crisis he aprendido a respetar sus miedos, su enojo, su tristeza, los he animado a expresarse sin censura, les he enseñado que nadie, ni sus padres, tienen derecho de hacerles daño o de faltarles el respeto. Los he animado a hablar de ello con sus familiares, con sus maestros, con los adultos que pudieran en su momento defenderlos. Los he consolado en sus múltiples lágrimas. Hace falta tanto amor, se nos muere todos los días, se nos escapan las oportunidades de amar intensamente, desperdiciamos nuestra vida tratando de sanarnos el pasado. Vivimos continuamente en el pasado y somos víctimas de él.
Hoy he abrazado a un niño maltratado. Lo he escuchado, he tratado de comprender la difícil vida en la que se ha abierto paso. Me di cuenta de que mi trabajo es maravilloso, que es útil y no solo intrincada teorías. Fui intensamente feliz cuando les brilló la sonrisa en sus rostros y dejaron de abrazarme, con la promesa de no permitir que nadie les arranque de sus caritas, esa sonrisa inocente. Hoy no permitiré que ninguno de esos niños que me invitan a entrar en sus vidas, vivan violencia. Que en esa vida, no quede ni uno mas.
4 comentarios:
Muchas veces es asi, yo vivi un poco en mi infancia la violencia en la epoca de pos guerra alemana (antes del derrumbe del muro de berlin) en ese tiempo los abusos eran comunes y no castigados, uno aprende a callar y se vuelve cotidianidad.
Actualmente hago una campaña publicitaria en contra de la violencia espero que mi granito de arena ayude.
Saludos y por aqui estamos
Qué buena onda tu post.
Qué chida tu actitud.
A mí me da mucho coraje.
...ni uno más!!
Ni uno más, que asi sea!
La violencia domestica es el origen de muchos de los males que nos aquejan como sociedad... Hay que poner de nuestra parte para detener esto, en favor de aquellos que no pueden defenderse hoy.
A veces la violencia no es solo un golpe, sino una actitud, un gesto o una palabra...pero cuando se sabe de algun tipo de maltrato, se tiene que tratar de evitar a toda costa. Ayudar a quienes son maltratados, asi como evitar que el que maltrata no lo haga mas, a veces estas personas estan mal psicologicamente y tambien deberían ser ayudados, por mas bronca que den. Es triste como a veces estan tan disfrazados, se comportan violentamente con algunos, y con otros pueden ser un pan dulce. Me hiciste pensar mucho.
Que estés bien!
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