Vengo de lejanas arenas, donde la memoria de la tierra se renueva con el nacimiento del sol, con loas, con ofrenda a los ancestros, padre y madre aire, padre y madre agua, padre y madre fuego, padre y madre tierra. Porque así fue dicho desde antes, es el costumbre, así lo dijeron nuestro primer padre y madre.
Con reverencia le llamamos, la rodilla hincada acerca los tamales, el maíz que es nuestra sangre. El guaje con agua, el tabaco para que tengan contento los dioses, el pulque, la miel, el sahumerio humeante. La cera prendida para calentar al gran monstruo que duerme, que habita en las profundidades de la tierra.
así pedimos permiso, para que levanten las cosechas, que el cogollo despierte en la suave tierra, que sus brazos verdes se agiten con el viento que precede la agüita cayendo del cielo, que la seca no venga a entristecer nuestros semblantes, que no venga gusano, ningún saltamontes, que no venga el huitlacoche amoratado, que lejos se vaya la maleza,
y acontece que nuestra madre está sedienta. Los hombre se volvieron ambiciosos, se olvidaron de las enseñanzas antiguas, vivieron altivos, se olvidaron de los templos, de los señores de la tierra, se olvidaron de su lengua, sus oídos ya no entienden, no comprenden, son sordos, como sordos andan.
Se acabó la danza, el sonido de la dulce flauta se ha secado. El tambor ya no latió, los pies se han alejado, sus ojos ven visiones, siguieron a los falsos dioses, dioses blancos, pequeños dioses que engañan a los corazones, los confunde, sus muchos aires malos les arrebatan la sombra, viven siempre deseando algo que no comprenden, lejos se les va el entendimiento, tristeza y abundantes afanes pueblan sus rostros.
Abandonaron los altares, ya no prende el copal, la brasa roja ya no quema la hoja olorosa. Las manos dejaron caer el azadón, el machete, el hierro que ara, que peina los cabello de la gran madre. Solo los viejos quedaron, custodiaron las sagradas casas hasta sus huesos. Ya no hubo risa, ya no se escuchó palabra, se terminó el canto.
Pero la gran madre despierta, demanda el derramamiento de sangre, la vasija nueva, el incienso. Ella no olvida, solo duerme, y ahora es el tiempo, con el primer sol se levanta, ataviada de guerra y los pechos dulces rebosantes. He aquí que ella viene y pesará los espíritus, a los tibios de corazón los vomitará de su boca. Arrepentíos hombres necios, regresen por sus pasos, acérquense a la casa en alto, suban a los montes y hagan sacrificios, hagan votos, renueven el pacto. Sabiduría hay en estas palabras, sus oídos discernirán su derecha de su izquierda, recordaran el canto que sale del corazón, los jóvenes bailarán la danza. Se reestablecerá la abundancia, el fuego será encendido en las casas, se oirán a los peregrinos viniendo del campo, por los senderos, bajando de las laderas, por el río descenderán las multitudes, setenta veces siete se multiplicará la tortilla, el jehuite, la mojarra, la liebre.
El renegrido pavimento cubrió las flores. Los pies se llenaron de chapopote y la gran ciudad se levantó, creció hacia las cañadas, los secos ríos, la cueva sagrada. Hoy amaneció lluvioso, dicen que ya no había llovido así desde hace mucho tiempo, las aguas subieron, los vientos asustaron a las aves del cielo, los nidos quedaron vacíos. Amaneció un silencio sepulcral, tensa calma, el sol se detuvo, los perros aullaron lastimeros, su dolor crecía cada vez que levantaban sus hocicos al cielo, como queriendo olfatear lo venidero y así, sin esperarlo, sin advertirlo sobrevino la profecía, la palabra de los ancianos retumbó en los cielos.
De tajo devoró, abrió sus fauces para arrancarlo como mata tierna, lo dobló como la espiga del maíz en tiempo de cosecha, de el no quedó nada, se quebraron sus huesos, el corazón se detuvo, la sangre tiñendo de grana los labios de la gran madre, lo besó de muerte, le quitó la fuerza, le ahogó el grito para siempre. Hambrienta reclamó el sacrificio, paciencia nos tuvo y pagamos con indiferencia. Nuestra madre fue a su encuentro, ataviado de mañanas, sus ojos se posaban en lo alto, en lo lejano, mucho su corazón se llenaba de anhelos, muchacho puro de corazón, mancebo sin mancha, de carnes morenas como la tierra, de cabellera alborotada con gomas, de cuerpo afligido con penitencia, penca de maguey le traspasó la lengua, las orejas, se atavió de hierro blanco, era el gran guerrero de la tenochtitlan moderna.
Derramamiento de cosa preciosa, cosa de alta estima hubo, se reestableció el rito, se miró con ojos nuevos, se escuchó la palabra antigua, los hombres limpiaron los templos, hincaron sus rodillas. Con reverencia se levantó a los dioses, se quemó el copal, volvió el calor a los aposentos.
La ciudad duerme. Esta vez los perros vigilan.
Con reverencia le llamamos, la rodilla hincada acerca los tamales, el maíz que es nuestra sangre. El guaje con agua, el tabaco para que tengan contento los dioses, el pulque, la miel, el sahumerio humeante. La cera prendida para calentar al gran monstruo que duerme, que habita en las profundidades de la tierra.
así pedimos permiso, para que levanten las cosechas, que el cogollo despierte en la suave tierra, que sus brazos verdes se agiten con el viento que precede la agüita cayendo del cielo, que la seca no venga a entristecer nuestros semblantes, que no venga gusano, ningún saltamontes, que no venga el huitlacoche amoratado, que lejos se vaya la maleza,
y acontece que nuestra madre está sedienta. Los hombre se volvieron ambiciosos, se olvidaron de las enseñanzas antiguas, vivieron altivos, se olvidaron de los templos, de los señores de la tierra, se olvidaron de su lengua, sus oídos ya no entienden, no comprenden, son sordos, como sordos andan.
Se acabó la danza, el sonido de la dulce flauta se ha secado. El tambor ya no latió, los pies se han alejado, sus ojos ven visiones, siguieron a los falsos dioses, dioses blancos, pequeños dioses que engañan a los corazones, los confunde, sus muchos aires malos les arrebatan la sombra, viven siempre deseando algo que no comprenden, lejos se les va el entendimiento, tristeza y abundantes afanes pueblan sus rostros.
Abandonaron los altares, ya no prende el copal, la brasa roja ya no quema la hoja olorosa. Las manos dejaron caer el azadón, el machete, el hierro que ara, que peina los cabello de la gran madre. Solo los viejos quedaron, custodiaron las sagradas casas hasta sus huesos. Ya no hubo risa, ya no se escuchó palabra, se terminó el canto.
Pero la gran madre despierta, demanda el derramamiento de sangre, la vasija nueva, el incienso. Ella no olvida, solo duerme, y ahora es el tiempo, con el primer sol se levanta, ataviada de guerra y los pechos dulces rebosantes. He aquí que ella viene y pesará los espíritus, a los tibios de corazón los vomitará de su boca. Arrepentíos hombres necios, regresen por sus pasos, acérquense a la casa en alto, suban a los montes y hagan sacrificios, hagan votos, renueven el pacto. Sabiduría hay en estas palabras, sus oídos discernirán su derecha de su izquierda, recordaran el canto que sale del corazón, los jóvenes bailarán la danza. Se reestablecerá la abundancia, el fuego será encendido en las casas, se oirán a los peregrinos viniendo del campo, por los senderos, bajando de las laderas, por el río descenderán las multitudes, setenta veces siete se multiplicará la tortilla, el jehuite, la mojarra, la liebre.
El renegrido pavimento cubrió las flores. Los pies se llenaron de chapopote y la gran ciudad se levantó, creció hacia las cañadas, los secos ríos, la cueva sagrada. Hoy amaneció lluvioso, dicen que ya no había llovido así desde hace mucho tiempo, las aguas subieron, los vientos asustaron a las aves del cielo, los nidos quedaron vacíos. Amaneció un silencio sepulcral, tensa calma, el sol se detuvo, los perros aullaron lastimeros, su dolor crecía cada vez que levantaban sus hocicos al cielo, como queriendo olfatear lo venidero y así, sin esperarlo, sin advertirlo sobrevino la profecía, la palabra de los ancianos retumbó en los cielos.
De tajo devoró, abrió sus fauces para arrancarlo como mata tierna, lo dobló como la espiga del maíz en tiempo de cosecha, de el no quedó nada, se quebraron sus huesos, el corazón se detuvo, la sangre tiñendo de grana los labios de la gran madre, lo besó de muerte, le quitó la fuerza, le ahogó el grito para siempre. Hambrienta reclamó el sacrificio, paciencia nos tuvo y pagamos con indiferencia. Nuestra madre fue a su encuentro, ataviado de mañanas, sus ojos se posaban en lo alto, en lo lejano, mucho su corazón se llenaba de anhelos, muchacho puro de corazón, mancebo sin mancha, de carnes morenas como la tierra, de cabellera alborotada con gomas, de cuerpo afligido con penitencia, penca de maguey le traspasó la lengua, las orejas, se atavió de hierro blanco, era el gran guerrero de la tenochtitlan moderna.
Derramamiento de cosa preciosa, cosa de alta estima hubo, se reestableció el rito, se miró con ojos nuevos, se escuchó la palabra antigua, los hombres limpiaron los templos, hincaron sus rodillas. Con reverencia se levantó a los dioses, se quemó el copal, volvió el calor a los aposentos.
La ciudad duerme. Esta vez los perros vigilan.
4 comentarios:
y yo que ando leyendo, por cuestiones de chamba, las crónicas de los frailes y de los conquistadores españoles cuando llegaron a tierras mexicanas...a veces me da rabia, a veces me da risa y a veces pienso que todo pasa por algo...
...creo que naufragué por tus tierras gracias a un barco bastante desenfadado llamado Ozkarland.
...saludos!
Leyendote por primera vez. Interesante relato. Lleno de misticismo y completamente mexicano; me gusta la elección de ciertas palabras y la abundancia de elementos regionales. Saludos.
Homo: Me encanta esos escenarios rurales que describes en cada relato, ahora con ese aire ritual... Eres bueno en esto. Un abrazo.
Conozco el lenguaje del pueblo, de rituales ancestrales, la tradición perdura dentro de la modernidad.
Saludos
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