Por Pedro Zaora Briceño.
Colima, Col., 2 de julio. Viven a más de mil kilómetros de distancia, pero tienen mucho en común: Nancy Wendy Quesada, de Colima, y Tevea Sánchez, de Chiapas, son mujeres transgénero, realizan labores de activismo contra el SIDA en sus lugares de origen y se dedican al sexoservicio, pues ante el rechazo sufrido por su apariencia física, no encontraron otra opción de trabajo.
Luego de terminar sus estudios de bachillerato, en 1996, Nancy Wendy buscó empleo en varias empresas, pero para aceptarla, en todos los caos le pusieron como requisitos cortarse el cabello, dejar de maquillarse y cambiar su vestimenta femenina por masculina.
Dispuiestas a no ceder ante estas condicionantes, se vio orillada a trabajar como mesera en un bar de la zona de tolerancia de la capital colimense, donde a partir de 2000 empezó a ejercer la prostitución.
Al mismo tiempo, desde 2003 colabora en las organizaciones Amigos Colimenses contra el VIH/SIDA (AcolSida) y Democracia y Sexualidad A. C. (Demysex), trabajo que ha valido la obtención del Premio Municipal de la Juventud, otorgado por el ayuntamiento de su natal Villa de Álvarez, y el Premio Estatal de la Juventud.
Después del registro de su candidatura al Premio Nacional de la Juventud por parte de Demysex, Nancy Wendy, de 28 años, participó como ponente en la pasada Sexta Semana Cultural de la Diversidad Sexual, donde expuso:
“Veo en la actualidad un horizonte problemático: estoy a punto de concursar por un premio nacional y aún tengo que trabajar sexualmente para sobrevivir. ¿Acaso los otros candidatos tienen que pararse en las calles para hacerlo? ¿Si gano el premio me garantizaré que mi cuerpo será mío y no de quien tenga dinero para comprarlo?”
Tevea Sánchez, chiapaneca, tiene estudios de secundaria y conocimientos de enfermería, pero desde los 17 años, cuenta, “me dedico a lo que sé hacer bien: el sexoservicio comercial en las calles de Tuxtla Gutiérrez”.
Cuando ha buscado empleo en otras áreas, al conocer su condición de transgénero, los patrones le han cerrado las puertas con actitudes discriminatorias y con comentarios de esta naturaleza.
“Gentes como ustedes no contrato, porque por estarse arreglando no quieren hacer nada”.
En su participación dentro de la Sexta Semana Cultural de la Diversidad Sexual, Tevea manifestó: “Si no trabajamos en la calle o en estéticas, en otro lugar no nos dan trabajo por el simple y sencillo motivo de vestirse de mujer; por eso me sigo dedicando a la prostitución, porque nadie me quiere aceptar”.
Desde hace varios años colabora como voluntaria en la organización Colectivo Integral para la Atención a la Familia (Cifam), en Chiapas, donde promueve acciones de prevención en materia de salud sexual.
Gloria Hazle Davenport Fentanes, presidenta de la Organización Humana Nación Trans, señala que, ante el fenómeno de la “transfobia” en México, prácticamente sólo existen tres fuentes de trabajo para las mujeres transexuales y transgénero.
“Una es haciendo show travesti, pero es horrible porque no nos permite desarrollarnos en algo por estar imitando gente… la segunda es como peluqueras o estilistas… habría que ver cuántas de ellas podrían ser arquitectas, por ejemplo; y la tercera, el trabajo sexual, pero si encima de esto hay un ordenamiento municipal que no nos permite trabajar en esto, qué va a pasar con nosotras”.
Con licenciatura en Ciencias de la Comunicación, Hazle Davenport tuvo a su cargo una jefatura de área de la agencia Notimex, pero cuando hace cinco años decidió someterse a una operación para convertirse en mujer, tuvo que dejar el empleo y de pronto se le desvanecieron las opciones laborales, al grado que se vio en la necesidad de ejercer temporalmente el trabajo sexual para sobrevivir.
Luego de involucrarse en el activismo contra la discriminación, se convirtió en la primer mujer transexual que obtuvo un diploma con su nombre femenino por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y, desde febrero de 2006, es la primera transexual que ocupa un puesto público en el gobierno federal, como coordinadora de Diversidad Sexual del Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH/SIDA (Censida).
De acuerdo con Hazle, las mujeres trangénero y transexuales están en el cruce de dos líneas: la homofobia y la misoginia.
“Esa cuestión misógina nos separa de lo que sol nos grupos gay, nosotras nopodemos entrar a muchos bares gay. Ellos en su construcción masculina se relacionan con hombres masculinos y no nos aceptan en su comunidad. Y vemos nosotras cómo no encajamos dentro de la comunidad a la que nos arroja una visión heterosexista. Podemos decir que no somos de aquí ni de allá, sin embargo, somos personas al igual que todos”. Añade: “Nosotras podemos asumirnos como mujeres, pero el señor que está en la calle, el albañíl que está bajando los ladrillos o e diputado que está aprobando o desaprobando un proyecto de ley nos ven como homosexuales; por lo tanto nos quitan el derecho a que tengamos una construcción y una sabiduría de nosotras como mujeres, ¿pero en un país donde la mujer no es respetada como tal, podemos creer que a una mujer transexual se le va a respetar? “En mi caso cuando dije que iba a hacer por fin mi cambio a mujer, mi hermano y mi padre se asustaron y me dijeron que si iba a ser secretaria. Yo de hombre había sido jefe de área en Notimex, y automáticamente no pudieron imaginar que, como mujer, fuera jefa de esa misma área. Ojalá hubiera podido ser secretaria, porque ni eso pude por ser transexual”. Recalca que el principal factor que incide en que las mujeres transexuales y transgénero se dediquen al trabajo sexual es la falta de opciones laborales. “¿Alguien sabe que el banco HSBC tenga una gerente trans? ¿Podemos pensar en una diputada trans? Tuvimos una candidata muy valiosa, Amaranta Gómez, pero no la dejaron llegar. En Inglaterra, el pasado 24 de mayo en Cambridge, se eligió a una mujer transexual como alcaldesa, quiere decir que podemos ser inteligentes…”
“Aquí en México ya pasó año y medio de mi contratación en el gobierno federal y no ha habido otra contratación de una transexual. Podemos ver el grado de discriminación que hay y lo que está perdiéndose el país. Cuánto podríamos aportarle a México si nos dieran esa posibilidad de desarrollarnos, pero nos siguen mandando a la calle”.
Inyecciones de aceite.
Menciona que entre los riesgos del trabajo sexual se encuentra la exposición constante al VIH y a otro tipo de enfermedades coadyuvantes, algunas de ellas provocadas por las inyecciones de aceite, cuando no tienen acceso a implantes para el crecimiento de los senos.
“Algunas se inyectan hasta un litro de aceite Capullo, y otras llegan a inyectarse aceite de avión, por lo que al año o año y medio empiezan a dañárseles los tejidos por la falta de oxigenación y esto lleva a otras enfermedades, además que el consumo de hormonas femeninas sin asistencia médica provoca embolia y problemas pulmonares”.
Aunque eso no es todo, señala Hazle Davenport, ya que “lo más lindo son los abusos policiacos, además que les quitan el dinero vienen los abusos sexuales, pero no podemos denunciar violaciones porque vienen otros tipos de agresiones a nuestra dignidad y psicología, porque si para una mujer es difícil denunciar una violación, para una mujer transexual es peor”. Así mismo, en este sector hay un mayor consumo de alcohol y sustancias tóxicas. “La baja autoestima es obvia, ¿cómo nos podemos sentir si queríamos ser veterinarias o abogadas y acabamos siendo trabajadoras sexuales contra nuestra voluntad?”. De acuerdo con Davenport, otra de las desventajas de transexuales y trasngéneros es la carencia de núcleos familiares o de pareja estable, pues “casi el 70% de mujeres trans que hacemos o hemos pasado por el trabajo sexual, no tenemos acceso a llegar a casa con mamá y papá; casi siempre nos invitan a salirnos desde los 14, 15 o 16 años. Y hay una gran explotación de parte de las parejas y las familias, porque también hay familias que viven de las mujeres trans a las que corrieron cuando eran adolescentes. Aquí podemos ver lo que puede ser una esclavitud sexual, agarrada a la necesidad de cariño y afecto”. Desde los cuatro años de edad, Nancy Wendy supo que era diferente a los demás, aunque tenía cuerpo de niño, los juegos de muñecas eran algo cotidiano y deseaba parecerse a sus amigas, a quienes envidiaba sus largas cabelleras.
Cuenta: “En educación preescolar me daba vergüenza entrar al baño de los hombres. Una vez me oriné en los calzoncillos porque me negaba a entrar al mismo espacio de los niños. A los cinco años empecé a ser considerada “niño fino”, lo que despertaba burlas de mis compañeros, porque me veían jugar con muñecas al lado de las niñas en lugar de patear la pelota y jugar futbol”.
En su casa, ocurría con frecuencia que las visitas creyeran que era niña por el timbre de su voz. Eran tiempos en que pasaba mucho tiempo frente al espejo, con una toalla sobre la cabeza simulando una larga cabellera. “Me sentía toda una Daniela Romo, pensando que algún día tendría la cabellera tan larga como todas las niñas de mi edad”.
Mientras en la escuela y en la calle sufría de burlas y agresiones verbales de los demás, sus tías le llamaban la atención diciéndole que debería ser hombrecito y no juntarse con las niñas. Su padre, un hombre conservador, le propinaba golpes pos sus modales y terminó por abandonar a la familia. Entonces, para Nancy Wendy el apoyo de su madre fue fundamental, aunque al principio no le fue fácil comprender su situación.
Mientras estudiaba la preparatoria, por primera vez se sintió libre y decidió hacerse llamar Jessica, situación que fue respetada por sus compañeros. Fue en esa época cuando empezó a cambiar su vestimenta masculina por femenina y aceptaba abiertamente su preferencia sexual por los hombres y nadie se escandalizaba porque se maquillara incluso en el salón de clases.
Al terminar el bachillerato, buscó empleo y, al no encontrarlo, empezó como mesera en la zona de tolerancia y posteriormente ingresó al sexoservicio bajo la identidad de Nancy Wendy.
En los últimos años ha sufrido acoso policiaco constante por salir a las calles con atuendo femenino, bajo el argumento de que ejerce la prostitución en la vía pública, pero “no es así, porque yo trabajo en la zona de tolerancia y tengo todos mis papeles en regla”. Frente a esa situación, y luego de haber sido detenida en dos ocasiones por agentes policiacos, presentó una queja a la Comisión Estatal de Derechos Humanos, organismo que emitió una medida cautelar y le entregó un oficio donde se especifica que no se le puede detener por vestir ropa femenina.
A pesar que actualmente sólo unos diez transgéneros ejercen la prostitución en la zona de tolerancia, su situación económica es precaria, pues muy pocos clientes acuden ya a ese lugar, pues hay muchos antros en diversos puntos de la ciudad donde también se practica el sexoservicio. “A nosotras nos exigen muchos exámen y cumplimos. Queremos que también vayan a los antros y regulen la prostitución por fuera, porque nos está afectando. En las calles hay más de 50 transgénero haciendo trabajo sexual sin ningún control. En cambio, acá tenemos revisión médica cada ocho días y cumplimos con la tarjeta de salud cada tres meses, así como las pruebas de VIH, sífilis y todas las enfermedades venéreas.
- ¿cómo es la vida en el trabajo sexual?
- Es muy difícil y dura, hasta que no cambien las leyes. Ojalá con la firma de acuerdo de no discriminación por parte del gobierno del estado ya se nos den más oportunidades para laborar, porque no tenemos otras posibilidades, sólo comercio sexual, y qué tal si en una semana no hay ningún cliente, no agarramos nada, no tenemos ni para comer ni para vestir ni para calzar… y hay compañeras que sostienen a su mamá y hermanos, aunque de mí no depende nadie. Dice que a quienes trabajan en la vía pública les va mejor, “eso se nota porque ha habido cada vez más operadas”, pero señala que también existe mayor inseguridad y han ocurrido agresiones y hasta homicidios.
- ¿Te gusta tu actividad?
- No, pero no tengo otra alternativa de trabajo. Si la hubiera cambiaría de actividad. Ya no he buscado opciones porque sé que me van a condicionar. “En esto a veces tenemos que soportar a unos clientes que son groseros y ofensivos… piensan que si estamos ahí, debemos aceptar lo que ellos quieren y luego pretenden humillarnos, pero yo les paro el alto.”
Originaria de Tuxtla Gutiérrez, Tevea Sánchez tenía 17 años de edad cuando empezó no sólo a vestirse de mujer, sino también a aplicarse hormonas femeninas y practicar el sexoservicio. “gracias a Dios y después de Dios a mi madre, he tenido la suerte que muchas compañeritas mías no han tenido: la aceptación en la familia, me han aceptado tal y como soy. Mi mamá me aceptó porque vengo de una familia cristiana, todos son pentecostales”. Añade: “Una tía lo primero que me decía era que cambiara, que el Señor quiere mi vida. Yo le respondí que el día que el Señor quiera mi corazón se lo voy a dar, pero no con hipocresías”. Cuenta que de acuerdo con lo que ha visto y sufrido en la sociedad chiapaneca, “la discriminación no es sólo por la apariencia, sino por la forma en como nos tratan, por lo menos en el estado hay mucha homofobia contra nosotras, pero esos homofóbicos con los primeros que nos pasan a ver a solicitar nuestros servicios.
Refiere Tevea que cuando transita por las calles, a veces la abordan los policías y le dicen “¡pélate!”, pero “yo les digo no, pélate tú, no me tienes por qué levantar ni me tienes que correr de aquí porque estoy vestida de mujer. No hay ninguna ley que me prohíba, si la hay, muéstramela”. Me preguntan que de dónde aprendí tanto, yo les digo que lo que bien se aprende no se olvida, porque si no defendemos nuestros derechos, no va a venir la gente de al lado a defendernos”.
Tomado de la revista Proceso.
Colima, Col., 2 de julio. Viven a más de mil kilómetros de distancia, pero tienen mucho en común: Nancy Wendy Quesada, de Colima, y Tevea Sánchez, de Chiapas, son mujeres transgénero, realizan labores de activismo contra el SIDA en sus lugares de origen y se dedican al sexoservicio, pues ante el rechazo sufrido por su apariencia física, no encontraron otra opción de trabajo.
Luego de terminar sus estudios de bachillerato, en 1996, Nancy Wendy buscó empleo en varias empresas, pero para aceptarla, en todos los caos le pusieron como requisitos cortarse el cabello, dejar de maquillarse y cambiar su vestimenta femenina por masculina.
Dispuiestas a no ceder ante estas condicionantes, se vio orillada a trabajar como mesera en un bar de la zona de tolerancia de la capital colimense, donde a partir de 2000 empezó a ejercer la prostitución.
Al mismo tiempo, desde 2003 colabora en las organizaciones Amigos Colimenses contra el VIH/SIDA (AcolSida) y Democracia y Sexualidad A. C. (Demysex), trabajo que ha valido la obtención del Premio Municipal de la Juventud, otorgado por el ayuntamiento de su natal Villa de Álvarez, y el Premio Estatal de la Juventud.
Después del registro de su candidatura al Premio Nacional de la Juventud por parte de Demysex, Nancy Wendy, de 28 años, participó como ponente en la pasada Sexta Semana Cultural de la Diversidad Sexual, donde expuso:
“Veo en la actualidad un horizonte problemático: estoy a punto de concursar por un premio nacional y aún tengo que trabajar sexualmente para sobrevivir. ¿Acaso los otros candidatos tienen que pararse en las calles para hacerlo? ¿Si gano el premio me garantizaré que mi cuerpo será mío y no de quien tenga dinero para comprarlo?”
Tevea Sánchez, chiapaneca, tiene estudios de secundaria y conocimientos de enfermería, pero desde los 17 años, cuenta, “me dedico a lo que sé hacer bien: el sexoservicio comercial en las calles de Tuxtla Gutiérrez”.
Cuando ha buscado empleo en otras áreas, al conocer su condición de transgénero, los patrones le han cerrado las puertas con actitudes discriminatorias y con comentarios de esta naturaleza.
“Gentes como ustedes no contrato, porque por estarse arreglando no quieren hacer nada”.
En su participación dentro de la Sexta Semana Cultural de la Diversidad Sexual, Tevea manifestó: “Si no trabajamos en la calle o en estéticas, en otro lugar no nos dan trabajo por el simple y sencillo motivo de vestirse de mujer; por eso me sigo dedicando a la prostitución, porque nadie me quiere aceptar”.
Desde hace varios años colabora como voluntaria en la organización Colectivo Integral para la Atención a la Familia (Cifam), en Chiapas, donde promueve acciones de prevención en materia de salud sexual.
Gloria Hazle Davenport Fentanes, presidenta de la Organización Humana Nación Trans, señala que, ante el fenómeno de la “transfobia” en México, prácticamente sólo existen tres fuentes de trabajo para las mujeres transexuales y transgénero.
“Una es haciendo show travesti, pero es horrible porque no nos permite desarrollarnos en algo por estar imitando gente… la segunda es como peluqueras o estilistas… habría que ver cuántas de ellas podrían ser arquitectas, por ejemplo; y la tercera, el trabajo sexual, pero si encima de esto hay un ordenamiento municipal que no nos permite trabajar en esto, qué va a pasar con nosotras”.
Con licenciatura en Ciencias de la Comunicación, Hazle Davenport tuvo a su cargo una jefatura de área de la agencia Notimex, pero cuando hace cinco años decidió someterse a una operación para convertirse en mujer, tuvo que dejar el empleo y de pronto se le desvanecieron las opciones laborales, al grado que se vio en la necesidad de ejercer temporalmente el trabajo sexual para sobrevivir.
Luego de involucrarse en el activismo contra la discriminación, se convirtió en la primer mujer transexual que obtuvo un diploma con su nombre femenino por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y, desde febrero de 2006, es la primera transexual que ocupa un puesto público en el gobierno federal, como coordinadora de Diversidad Sexual del Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH/SIDA (Censida).
De acuerdo con Hazle, las mujeres trangénero y transexuales están en el cruce de dos líneas: la homofobia y la misoginia.
“Esa cuestión misógina nos separa de lo que sol nos grupos gay, nosotras nopodemos entrar a muchos bares gay. Ellos en su construcción masculina se relacionan con hombres masculinos y no nos aceptan en su comunidad. Y vemos nosotras cómo no encajamos dentro de la comunidad a la que nos arroja una visión heterosexista. Podemos decir que no somos de aquí ni de allá, sin embargo, somos personas al igual que todos”. Añade: “Nosotras podemos asumirnos como mujeres, pero el señor que está en la calle, el albañíl que está bajando los ladrillos o e diputado que está aprobando o desaprobando un proyecto de ley nos ven como homosexuales; por lo tanto nos quitan el derecho a que tengamos una construcción y una sabiduría de nosotras como mujeres, ¿pero en un país donde la mujer no es respetada como tal, podemos creer que a una mujer transexual se le va a respetar? “En mi caso cuando dije que iba a hacer por fin mi cambio a mujer, mi hermano y mi padre se asustaron y me dijeron que si iba a ser secretaria. Yo de hombre había sido jefe de área en Notimex, y automáticamente no pudieron imaginar que, como mujer, fuera jefa de esa misma área. Ojalá hubiera podido ser secretaria, porque ni eso pude por ser transexual”. Recalca que el principal factor que incide en que las mujeres transexuales y transgénero se dediquen al trabajo sexual es la falta de opciones laborales. “¿Alguien sabe que el banco HSBC tenga una gerente trans? ¿Podemos pensar en una diputada trans? Tuvimos una candidata muy valiosa, Amaranta Gómez, pero no la dejaron llegar. En Inglaterra, el pasado 24 de mayo en Cambridge, se eligió a una mujer transexual como alcaldesa, quiere decir que podemos ser inteligentes…”
“Aquí en México ya pasó año y medio de mi contratación en el gobierno federal y no ha habido otra contratación de una transexual. Podemos ver el grado de discriminación que hay y lo que está perdiéndose el país. Cuánto podríamos aportarle a México si nos dieran esa posibilidad de desarrollarnos, pero nos siguen mandando a la calle”.
Inyecciones de aceite.
Menciona que entre los riesgos del trabajo sexual se encuentra la exposición constante al VIH y a otro tipo de enfermedades coadyuvantes, algunas de ellas provocadas por las inyecciones de aceite, cuando no tienen acceso a implantes para el crecimiento de los senos.
“Algunas se inyectan hasta un litro de aceite Capullo, y otras llegan a inyectarse aceite de avión, por lo que al año o año y medio empiezan a dañárseles los tejidos por la falta de oxigenación y esto lleva a otras enfermedades, además que el consumo de hormonas femeninas sin asistencia médica provoca embolia y problemas pulmonares”.
Aunque eso no es todo, señala Hazle Davenport, ya que “lo más lindo son los abusos policiacos, además que les quitan el dinero vienen los abusos sexuales, pero no podemos denunciar violaciones porque vienen otros tipos de agresiones a nuestra dignidad y psicología, porque si para una mujer es difícil denunciar una violación, para una mujer transexual es peor”. Así mismo, en este sector hay un mayor consumo de alcohol y sustancias tóxicas. “La baja autoestima es obvia, ¿cómo nos podemos sentir si queríamos ser veterinarias o abogadas y acabamos siendo trabajadoras sexuales contra nuestra voluntad?”. De acuerdo con Davenport, otra de las desventajas de transexuales y trasngéneros es la carencia de núcleos familiares o de pareja estable, pues “casi el 70% de mujeres trans que hacemos o hemos pasado por el trabajo sexual, no tenemos acceso a llegar a casa con mamá y papá; casi siempre nos invitan a salirnos desde los 14, 15 o 16 años. Y hay una gran explotación de parte de las parejas y las familias, porque también hay familias que viven de las mujeres trans a las que corrieron cuando eran adolescentes. Aquí podemos ver lo que puede ser una esclavitud sexual, agarrada a la necesidad de cariño y afecto”. Desde los cuatro años de edad, Nancy Wendy supo que era diferente a los demás, aunque tenía cuerpo de niño, los juegos de muñecas eran algo cotidiano y deseaba parecerse a sus amigas, a quienes envidiaba sus largas cabelleras.
Cuenta: “En educación preescolar me daba vergüenza entrar al baño de los hombres. Una vez me oriné en los calzoncillos porque me negaba a entrar al mismo espacio de los niños. A los cinco años empecé a ser considerada “niño fino”, lo que despertaba burlas de mis compañeros, porque me veían jugar con muñecas al lado de las niñas en lugar de patear la pelota y jugar futbol”.
En su casa, ocurría con frecuencia que las visitas creyeran que era niña por el timbre de su voz. Eran tiempos en que pasaba mucho tiempo frente al espejo, con una toalla sobre la cabeza simulando una larga cabellera. “Me sentía toda una Daniela Romo, pensando que algún día tendría la cabellera tan larga como todas las niñas de mi edad”.
Mientras en la escuela y en la calle sufría de burlas y agresiones verbales de los demás, sus tías le llamaban la atención diciéndole que debería ser hombrecito y no juntarse con las niñas. Su padre, un hombre conservador, le propinaba golpes pos sus modales y terminó por abandonar a la familia. Entonces, para Nancy Wendy el apoyo de su madre fue fundamental, aunque al principio no le fue fácil comprender su situación.
Mientras estudiaba la preparatoria, por primera vez se sintió libre y decidió hacerse llamar Jessica, situación que fue respetada por sus compañeros. Fue en esa época cuando empezó a cambiar su vestimenta masculina por femenina y aceptaba abiertamente su preferencia sexual por los hombres y nadie se escandalizaba porque se maquillara incluso en el salón de clases.
Al terminar el bachillerato, buscó empleo y, al no encontrarlo, empezó como mesera en la zona de tolerancia y posteriormente ingresó al sexoservicio bajo la identidad de Nancy Wendy.
En los últimos años ha sufrido acoso policiaco constante por salir a las calles con atuendo femenino, bajo el argumento de que ejerce la prostitución en la vía pública, pero “no es así, porque yo trabajo en la zona de tolerancia y tengo todos mis papeles en regla”. Frente a esa situación, y luego de haber sido detenida en dos ocasiones por agentes policiacos, presentó una queja a la Comisión Estatal de Derechos Humanos, organismo que emitió una medida cautelar y le entregó un oficio donde se especifica que no se le puede detener por vestir ropa femenina.
A pesar que actualmente sólo unos diez transgéneros ejercen la prostitución en la zona de tolerancia, su situación económica es precaria, pues muy pocos clientes acuden ya a ese lugar, pues hay muchos antros en diversos puntos de la ciudad donde también se practica el sexoservicio. “A nosotras nos exigen muchos exámen y cumplimos. Queremos que también vayan a los antros y regulen la prostitución por fuera, porque nos está afectando. En las calles hay más de 50 transgénero haciendo trabajo sexual sin ningún control. En cambio, acá tenemos revisión médica cada ocho días y cumplimos con la tarjeta de salud cada tres meses, así como las pruebas de VIH, sífilis y todas las enfermedades venéreas.
- ¿cómo es la vida en el trabajo sexual?
- Es muy difícil y dura, hasta que no cambien las leyes. Ojalá con la firma de acuerdo de no discriminación por parte del gobierno del estado ya se nos den más oportunidades para laborar, porque no tenemos otras posibilidades, sólo comercio sexual, y qué tal si en una semana no hay ningún cliente, no agarramos nada, no tenemos ni para comer ni para vestir ni para calzar… y hay compañeras que sostienen a su mamá y hermanos, aunque de mí no depende nadie. Dice que a quienes trabajan en la vía pública les va mejor, “eso se nota porque ha habido cada vez más operadas”, pero señala que también existe mayor inseguridad y han ocurrido agresiones y hasta homicidios.
- ¿Te gusta tu actividad?
- No, pero no tengo otra alternativa de trabajo. Si la hubiera cambiaría de actividad. Ya no he buscado opciones porque sé que me van a condicionar. “En esto a veces tenemos que soportar a unos clientes que son groseros y ofensivos… piensan que si estamos ahí, debemos aceptar lo que ellos quieren y luego pretenden humillarnos, pero yo les paro el alto.”
Originaria de Tuxtla Gutiérrez, Tevea Sánchez tenía 17 años de edad cuando empezó no sólo a vestirse de mujer, sino también a aplicarse hormonas femeninas y practicar el sexoservicio. “gracias a Dios y después de Dios a mi madre, he tenido la suerte que muchas compañeritas mías no han tenido: la aceptación en la familia, me han aceptado tal y como soy. Mi mamá me aceptó porque vengo de una familia cristiana, todos son pentecostales”. Añade: “Una tía lo primero que me decía era que cambiara, que el Señor quiere mi vida. Yo le respondí que el día que el Señor quiera mi corazón se lo voy a dar, pero no con hipocresías”. Cuenta que de acuerdo con lo que ha visto y sufrido en la sociedad chiapaneca, “la discriminación no es sólo por la apariencia, sino por la forma en como nos tratan, por lo menos en el estado hay mucha homofobia contra nosotras, pero esos homofóbicos con los primeros que nos pasan a ver a solicitar nuestros servicios.
Refiere Tevea que cuando transita por las calles, a veces la abordan los policías y le dicen “¡pélate!”, pero “yo les digo no, pélate tú, no me tienes por qué levantar ni me tienes que correr de aquí porque estoy vestida de mujer. No hay ninguna ley que me prohíba, si la hay, muéstramela”. Me preguntan que de dónde aprendí tanto, yo les digo que lo que bien se aprende no se olvida, porque si no defendemos nuestros derechos, no va a venir la gente de al lado a defendernos”.
Tomado de la revista Proceso.
1 comentario:
Joder, que difícil vida la de los transgéneros...
Cierto que el país a paso de tortuga está cambiando, pero aún estamos a años luz de que una mujer transgénero sea alcaldesa.
Saludos fatidiados.
El Zórpilo.
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