Cuando era niño
tenía la predilección
por escarbar en el zacate,
pero no en cualquiera,
tenìa una debilidad especial
por ese zacate quebradizo
que suele crecer
juntito a la pared.
Allí, para mi delicia
infantil
encontraba decenas
de cochinillas
huyendo aterrorizadas
de la luz invasora,
para internarse de nuevo
en el reino de la tinieblas.
Me gustaba hacerlas enroscar,
entonces la cancha
que se hundía en la palma de mis manos,
servía de antesala
para el campeonato mundial
de las cochinillas rodantes.
Y cuando me aburría,
me ponía a verlas despertar,
sigilosas,
moviendo sus patitas
para enderezarse.
Hoy día no encuentro tanta diferencia
con las personas:
cuando uno quiere conocerlas y jugar un rato,
¡se enroscan irremediablemente!.
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