Y precisamente ayer, cuando el hambre nocturna estaba haciendo estrágos en mi estómago, salí a comprarme unas quesadillas buenísimas frente al depa (recuerden que vivo justo en el centro de la autoproclamada capital de las Hauxtecas). En eso estaba cuando en la explanada del reloj emblema de la ciudad, unos policletos de baja monta estaban cazando a un desgraciado perro callejero, con toda la crueldad e inhumanidad que me es dífícil explicar, torturaron y amagaron al aterrado can, yo estaba indignado, fúrico, de pendejos no los bajé, pero mi desconcierto fue mayor al notar que todos los vendedores ambulantes y los clientes de las quesadillerías celebraban con risotadas, gritos y rechiflas tal acto denigrante, y lo catalogo tal cual porque la maxima muestra de humanidad es la capacidad de cuidar, proteger y amar a un ser que evolutivamente en la escala, es inferior a nosotros. Me enojé contra el mundo, contra tal espectáculo y al culto de a gratis a la violencia. Tuve que mirar hacia otra parte para no ser testigo ni copartícipe de esa forma denigrante de tratar a los animales, quizá hice mal, debí alzar la voz y denunciar su estupidéz, pero no pude, ¿a quien le importa un encleque perro callejero medio muerto de hambre? y no tanto eso, me arriesgaba a ser arrestado porque, déjenme decir, cuando a un pendejo le das poder, terminan abusando de él, se regodean de los excesos y de su ignorancia. Lo mismo sucede con los temas sociales, ¿a quién le importa los niños en situación de calle? ¿ los enfermos de VIH-SIDA? ¿ los derechos de los pueblos indígenas, de las mujeres, de las sexoservidoras, de las minorías sexuales?
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