Desde el ventanal podía mirar la lluvia bañar el olmo del patio. El armonioso sonido de la lluvia al caer me invitó a sentarme y fluir entre los gijarros y las hierbas. Comprendí cómo el teléfono celular se había convertido en mi único vínculo con las personas que comparten mi visión de mundo y a quienes profeso un oceánico amor. Sin embargo aún sentía la meditabunda soledad solicitada que me acompaña como mi fiel sombra.
Cuando terminó de llover desié abandonar mi nostalgia enfermiza, quise caminar por vienos senderos agrestes y continuar el camino donde solo domina el inhóspito monte. Extraño mis caminatas de niño; mi andar por el desierto de mi adolescencia y la arena de la playa en mi juventud reciente.
Siempre que llueve me parece todo nuevo. Los colores resaltan con mayor intensidad y las formas me parecen mas reales. Nada podemos ocultarle a la lluvia, se lleva nuestros desechos, las vanidades, las pretensiones. Y prepara la tierra para la semilla fértil.
Todo es quietud. El silencio se hace respirable. Las gotas de agua suspendidas en el techo me recuerdan la fugacidad de nuestras existencias.
Sesde hace un mes he sentido que la persona anhelada me ronda, a veces incluso puedo oír su respiración a mi lado. Por eso abro bien los ojos cuando transito por las plazas y por las avenidas. Mis sentidos se aprestan para acecharla y arrancarle el corazón. Para un ser solitario como yo esto parece absurdo, mas ¿qué han sido últimamente mis pensamientos?
He sucumbido ante las luces distorcionadas de un mundo frenético. Me he regodeado en los excesos tratando de ahogar mi pesimismo. Alguno me creen una alma vieja, o quizá con ello quieren convencerse para no admitir mi cansancio temprano.
No sé como allá afuera las cosas han vuelto a tener movimiento.
Ayer pensé en mi tumba. Quiero una calavera de papel maché con una lengua movible: la risa sardónica para quienes aún creen que la vida es eterna.
¡cuánto drama para decir que estoy solo!
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