jueves, agosto 23, 2007

Recuerdos de un Bachiller.

Mi madre nació en Tecolotitla, un pueblito disperso en lo empinado de un lomerío. Lo recuerdo con sus calles empedradas, sus techos de teja y de zacate ahumado con las grasas y el hollín de tantas cocineras haciéndose aguas los ojos por la humazón de los olotes y el encino oloroso. Llegábamos bordeando un arroyo que la mayor parte del año permanecía seco, las copas de los árboles formaba un túnel verdoso, aquí y allá colgando las pitahayas, los aguacates y las naranjas. Al declinar el día las chicharras y los grillos competían en feroces estribillos ensordecedores y de nuestras mejillas sonrojadas por el calor del trópico escurrían caudales de sudor y tímidos resoplidos de cansancio.


María entonces se ponía a mendigar en la última curva antes de que el caserío apareciera en nuestros ojos. Tullida y vieja nos miraba victoriosa con el único ojo sano que tenía. Mi madre se detenía a intercambiar dos palabras y una moneda. Entonces María alzaba sus brazos cansados y dibujaba en el aire una cruz entrelazadas con bendiciones y alabanzas.

En el año de 1994 mi familia decide volver al pueblo. Abandonamos el árido paisaje potosino en una tarde de verano. Yo lloraba en silencio al saber perdidos los amigos, el primer amor, los objetos que tanto amaba y que hacía míos cuando salía a caminar por las plazas.


El "lugar de alacranes bajo las piedras" nos recibió con no menos lluvia. De los cedros emanaba un penetrante olor a verde y en sus copas florecía. En poco tiempo comencé a nutrirme de mi identidad cultural hasta entonces vista como mera curiosidad vacacional. Me supe huasteco y en los sones se volcaba mi corazón.


Entonces la preparatoria del pueblo no contaba con instalaciones propias, los cientos de jóvenes se acomodaban en el piso o en mesa-bancos en muy mal estado a recibir sus clases. Un aire jovial se respiraba en Tecolotitla, todas las tardes se organizaban justas de baloncesto, las mujeres se apresuraban para alcanzar un buen espacio en torno a la única cancha en las instalaciones de la escuela primaria, lugar donde los bachilleres tomaban sus clases. Las mas abusadas cargaban con pequeñas sillas de madera, tablones y botes donde descansaran sus humanidades. Latas vacías de manteca servían de tambores y entonces se improvisaban las porras, los vitoreos, las rechiflas al árbitro.


El pueblo comenzó a transformarse con la llegada de jóvenes estudiantes provenientes de todos los municipios circunvecinos. Las casitas de adobe fueron desenpolvadas y reparadas para dar alojamiento a la nueva comunidad estudiantil, la demanda de hospedaje y alimentación aumentó en poco tiempo y por lo menos en cada familia del pueblo se encontraban dos o más estudiantes alojados. En algunos casos se intercambiaba hospedaje y alimentación por mano de obra, fueron muchas las jovencitas que trabajaron en las casas como empleadas domésticas y otros tantos varones como jornaleros. Hasta muy altas horas de la noche aún se escuchaba el barullo de las conversaciones, las máquinas de escribir tecleando veloces los ensayos, los análisis, las teorías que al día siguiente estarían en boca de muchos. Los sonidos de la radio y el ladrido de los perros se desvanecían en los sueños.


Después se mudaron a la telesecundaria. En las faldas de la loma, serpientes humanas desfilaban y se conglomeraban en la pequeña reja de acceso a la escuela. La carrera era feroz por alcanzar una silla. las diminutas aulas abarrotadas de muchachos se despejaban hasta que los primeros luceros tímidamente hacían acto de presencia en el manto oscuro de la noche. Rezagados aparecían también las parejas de enamorados, ocultos entre los árboles y la maleza.


Para 1995 las instalaciones propias de la preparatoria "Francisco Villa" ya estaban construídas y se empezaba a impartir cátedras, patrocinados por el ejido quienes donaron una amplia extensión de tierras. Pero un movimiento estudiantil entorpeció la regularización de las clases, el pueblo lucía alterado, se bloqueó la también reciente carretera Atlapexco-Calnali, el portón de acceso a la escuela abarrotado de sillas, mesas, cadenas, lazos y toda suerte de obstáculos que impidiera el acceso a la institución. El director había sido secuestrado acusado de desvío de recursos financieros, entonces se rumoraba que había comprado propiedades en Acapulco, de sus negocios en Huejutla, se los múltiples vehículos y casas en el distrito regional. Sobornando a un grupo de estudiantes de guardia, logró escapar con rumbo desconocido. Las autoridades federales llegaron a hacer pronunciamientos nuevos y entonces el profesor Delfino Hernández Castillo quedó al mando de la escuela. Yo era estudiante de último grado de secundaria y pronto me vi involucrado en los bloqueos y protestas de la juvenil causa.


Su firmeza, férrea disciplina, amor al conocimiento y a las artes, marcaron la nueva época preparatoriana. Contagiados e inspirados por este renacimiento educativo experimentamos un orgullo creciente por nuestros logros. A pesar de tener carencias en muchos sentidos, teníamos la intención de aprender, de esforzarnos por sacarle provecho a los maestros, de trabajar en comunidad para beneficiarnos todos, de cada experiencia académica, amábamos pertenecer a ese bachillerato e incluso cuando comenzó la intención del pueblo, de expropiarse la escuela, los que en ese tiempo conformamos el consejo estudiantil nos opusimos con movilizaciones estudiantiles y serias discusiones en defensa de la autonomía de nuestra casa educativa.

La escuela poseía unos terrenos en una superficie alta y fue en ese fértil suelo en donde tuve mi primer experiencia como agricultor. Me enseñaron a preparar los granos de maíz previamente germinados, abrir las entrañas de la madre tierra con instrumentos de labranza metálica con violencia y cubrir esas heridas con manos suaves, algodonadas, para salvaguardar el frágil cogollo del maíz.
Años después, en mi práctica profesional conversaba con el director de un bachillerato en Huejutla, gustábamos de sostener amenas y muy diversas conversaciones en su pequeña oficina. Cierta vez me expresó su orgullo por haber sido formado académicamente en esa institución; información que corregí precisando la institución en la que estudié mi bachillerato. Éste abrió bien los ojos y exclamó: -" ¡tengo la referencia de que esa escuela tiene baja calidad educativa!".
mi respuesta fue simple: La escuela no hace al alumno, es el alumno el que hace a la escuela.
Pasaron muchos años desde que yo egresé de la institución, sin embargo ahora me acaban de contratar para dar clases relacionadas con mi área, las humanidades, en este regreso como hijo pródigo encuentro la casa desierta.
La matrícula de estudiantes es muy baja. La institución ha sido expropiada por la comunidad, es un patronato de lugareños los que la administran. Los principales dirigentes interiores son ministros religiosos de la fe adventista (una división del cristianismo emparentado con el protestantismo) pero lo mas alarmante son las actitudes que se tienen hacia los maestros y hacia los alumnos. En mi primer día expulsaron aun joven con una severa adicción a los solventes y al alcohol; cuando me ofrecí a ejercer una orientación me dijeron que la ayuda era inútil, ellos se habían esforzado basados en sus propios criterios por ofrecer ayuda y había sido en vano. "Hay que sacar a las manzanas podridas antes de que pudran a las manzanas buenas".
Pero ya hablaré en otro momento del significado que tiene la orientación educativa en un entorno rural.

3 comentarios:

Remo dijo...

Hermoso tu relato de verdad...

Te felicito por volver a la raíz y querer mejorar las cosas.

Sin embargo amigo, creo que debes de ser precavido, al parecer la forma en que operan las escuelas religiosas son: o sigues mis reglas o te vas, lo cual obviamente está cargado de ignorancia, fanatismo e intolerancia sin límites.

Mucha suerte.

Saludos con consejo.

El Zórpilo.

ka! dijo...

Creo que lo tuyo es loable, creo que muchos de nosotros salimos de la tierra (Chica o grande) con la intención de no regresar....

Personalmente no recuerdo cosas tan bellas del bachillerato...yo fuí de esos que pasaron de noche y al parecer mis experiencias fueron todo menos académicas..

Aun sigo pensando en tu caracter de hijo pródigo...un día quizá quisiera yo también regresar a Oaxaca....aunque aún no se cómo haré para hacerlo.

Mike dijo...

A veces solo queda la opción de apartar las manzanas podridas... si no hay intencion de cambio propia de la persona sumida en una adicción