miércoles, mayo 04, 2005

Alameda

El paseo por la Alameda Central no fué lo que esperaba. Yo deseaba encontrarme con la catrina y bailar con ella un vals ante la risa dolorosa de Frida Khalo; refrescarme en la fuente y comprar agua de horchata en un puestecito atendido por una mujer regordeta con ojos rasgados y promunentes pómulos de bronce. Creo que las circunstancias no fueron las adecuadas. Me encontré con un grupo de mariachis tocando el mariachi loco ante un público mas bien apático. Por doquier dominadan las camisas canario, en apoyo al peje lagarto, la gente hiba y venía en parvadas y sus caras eran irreconocibles. Atravezé los corredores sin detenerme, ninguna banca me sedujo. El encuentro con mi amigo comenzó como una relación entre un turista inculto y su inteligente guía. Después vinieron las confidencias, el encuentro, la desnudéz del alma, las risas, el albúr picoso, la alegría de por fin encontrarnos. Mi llegada a casa después de haber recargado las baterías del espíritu fué un sueño semanal que devino en pesadilla, tocar fondo, salir a flote, sentirse liberado, exorcisado de las dudas, la máscara, el autoengaño. Y ahora, lo que sigue.

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