El agua caía a raudales desde su rostro moreno. El espejo le devolvía la imagen de sus hinchados pómulos, sus ojos razgados y afilados como su nariz respingada y sus labios pidiendo un beso. De la bolsa trasera de su pantalón de mezclilla sacó un peine negro de plástico y con teatral galanura luchó como lo hacen los cuatreros cuando lazan vacas, de domar sus prietos pelos necios. Una sonrisa actuada se reflejaba en el enorme espejo de los baños públicos del mercado.
Con alarde se abría paso entre las abarrotadas calles, era domingo de plaza, los pregoneros de voz ronca se oían sucesivamente a su paso. Montones de marchantes desfilando entre la fruta mallugada, los charcos de agua y la despensa dispuesta a los ojos. El alboroto de colores, formas y olores no redujo su galanura, las indias suspiraban y se mordían los labios de las ganas de robarle un beso, el mas caro, el que pocas podían obtener.
Sus ojos buscaron la puerta negra de la cantina sobre la avenida. Olía a loción barata y deseo. Con una mirada obtuvo una mesa solitaria, de prisa una manos nerviosas limpiaron los rastros de cerveza sudada y colillas de cigarro. Una blanca mujer de crespa cabellera espantó al cliente ganoso de falso amor pagado, y en ese adiós se despidió de sus sueños de una vida de abundancia, de príncipes encantados, de amantes buenos y tiernos y de noches apacibles de sueño.
Con prisa salen de la cantina. Alcanzan un taxi desocupado, lo abordan sin mediar palabras, un silencio extraño los inunda, el conductor los mira por el retrovisor y los encuentra divagando en el paisaje urbano, indiferentes a las cosas que se les mete por los ojos.
La vecindad está quieta, dentro de los cuartuchos, las telenovelas han suspendido el tiempo y la respiración. Ella introduce la llave por el cerrojo y algo dentro de ella cambia, es como un ansia que escala desde el estómago hasta su pecho, hay prisa, inexplicable, ella ya debía estar acostumbrada a esa sensación, pero por alguna extraña razón eso no sucedía. Un ligero ardor muy grato le removía las entrañas. El la sigue con tranquilidad aparente y en su rostro aparecía el desprecio.
A penas adentro la toma por el cuello y la recarga con violencia sobre la fría pared, y en su espalda explotan en cascada las sensaciones en la piel de la frescura del muro, la porosidad del ladrillo y la intensidad del color deslavado. Le besa el cuello como un chupasangre, los dos jadean, los dos embisten sus cuerpos mutuamente como dos bestias, la toma de los cabellos y desliza su lengua desde el nacimiento de su cabello hasta la espalda, rompe su blusa y la toma por la espalda. De pronto, con un empujón lo manda al suelo. Escapa.
Y vuelve. Su cabeza metida en una bolsa de plástico transparente le cierra ligeramente los párpados, su rostro adquiere propiedades desconocidas, burbujas de aire le desfigura el rostro y el vaho de su respiración humedecen su boca y su sexo. El la besa y se desespera por la barrera plastificada que no le permite posesionarse de la lengua ajena, muerde en su desesperación la bolsa y del otro lado, unos labios que sangran, que tiñen de rojo un rostro.
La falta de oxígeno le hace palidecer, sus ojos miran de reojo a la muerte pero no le hace caso, quiere ignorarla, no quiere distracciones, el cuerpo convulsiona en un orgasmo, escandaloso, a gritos y unas manos arrugando los pliegues de las sábanas. Los barrotes de su cama golpean con frenesí las paredes, sus puños tensionados se desvanecen. Y el que no termina.
Cansada lo rechaza, lo mira condescendiente, con esa mirada que le devora el alma, que lo desnuda, que lo consume a nada. Y el la odia intensamente, por mostrarle su pequeñez, por encontrar al niño temeroso que se esconde en cada uno de sus gestos y en su fingida altanería de Don Juan.
El ardor de su sexo se apaga y yace tendido de bruces mirando al cielo. Y llora en silencio. Ella se levanta y desaparece. Una tímida voz le ofrece de cenar, el en penumbras la desconoce, el lugar le parece distinto, ya no se reconoce y enmudece tratando de encontrar respuesta a su vida.
Los dos vuelven a la cama sin faena. El se hace aún mas pequeño en su regazo. Su respiración acompasada se vuelve profunda mientras sienta por la espina dorsal la suave mano materna que lo protege del coco y del mal sueño. Ella en vela espanta con su otra mano los mosquitos, el mal agüero, los malos aires. Ahora duermen y ya no son tan distintos.
Con alarde se abría paso entre las abarrotadas calles, era domingo de plaza, los pregoneros de voz ronca se oían sucesivamente a su paso. Montones de marchantes desfilando entre la fruta mallugada, los charcos de agua y la despensa dispuesta a los ojos. El alboroto de colores, formas y olores no redujo su galanura, las indias suspiraban y se mordían los labios de las ganas de robarle un beso, el mas caro, el que pocas podían obtener.
Sus ojos buscaron la puerta negra de la cantina sobre la avenida. Olía a loción barata y deseo. Con una mirada obtuvo una mesa solitaria, de prisa una manos nerviosas limpiaron los rastros de cerveza sudada y colillas de cigarro. Una blanca mujer de crespa cabellera espantó al cliente ganoso de falso amor pagado, y en ese adiós se despidió de sus sueños de una vida de abundancia, de príncipes encantados, de amantes buenos y tiernos y de noches apacibles de sueño.
Con prisa salen de la cantina. Alcanzan un taxi desocupado, lo abordan sin mediar palabras, un silencio extraño los inunda, el conductor los mira por el retrovisor y los encuentra divagando en el paisaje urbano, indiferentes a las cosas que se les mete por los ojos.
La vecindad está quieta, dentro de los cuartuchos, las telenovelas han suspendido el tiempo y la respiración. Ella introduce la llave por el cerrojo y algo dentro de ella cambia, es como un ansia que escala desde el estómago hasta su pecho, hay prisa, inexplicable, ella ya debía estar acostumbrada a esa sensación, pero por alguna extraña razón eso no sucedía. Un ligero ardor muy grato le removía las entrañas. El la sigue con tranquilidad aparente y en su rostro aparecía el desprecio.
A penas adentro la toma por el cuello y la recarga con violencia sobre la fría pared, y en su espalda explotan en cascada las sensaciones en la piel de la frescura del muro, la porosidad del ladrillo y la intensidad del color deslavado. Le besa el cuello como un chupasangre, los dos jadean, los dos embisten sus cuerpos mutuamente como dos bestias, la toma de los cabellos y desliza su lengua desde el nacimiento de su cabello hasta la espalda, rompe su blusa y la toma por la espalda. De pronto, con un empujón lo manda al suelo. Escapa.
Y vuelve. Su cabeza metida en una bolsa de plástico transparente le cierra ligeramente los párpados, su rostro adquiere propiedades desconocidas, burbujas de aire le desfigura el rostro y el vaho de su respiración humedecen su boca y su sexo. El la besa y se desespera por la barrera plastificada que no le permite posesionarse de la lengua ajena, muerde en su desesperación la bolsa y del otro lado, unos labios que sangran, que tiñen de rojo un rostro.
La falta de oxígeno le hace palidecer, sus ojos miran de reojo a la muerte pero no le hace caso, quiere ignorarla, no quiere distracciones, el cuerpo convulsiona en un orgasmo, escandaloso, a gritos y unas manos arrugando los pliegues de las sábanas. Los barrotes de su cama golpean con frenesí las paredes, sus puños tensionados se desvanecen. Y el que no termina.
Cansada lo rechaza, lo mira condescendiente, con esa mirada que le devora el alma, que lo desnuda, que lo consume a nada. Y el la odia intensamente, por mostrarle su pequeñez, por encontrar al niño temeroso que se esconde en cada uno de sus gestos y en su fingida altanería de Don Juan.
El ardor de su sexo se apaga y yace tendido de bruces mirando al cielo. Y llora en silencio. Ella se levanta y desaparece. Una tímida voz le ofrece de cenar, el en penumbras la desconoce, el lugar le parece distinto, ya no se reconoce y enmudece tratando de encontrar respuesta a su vida.
Los dos vuelven a la cama sin faena. El se hace aún mas pequeño en su regazo. Su respiración acompasada se vuelve profunda mientras sienta por la espina dorsal la suave mano materna que lo protege del coco y del mal sueño. Ella en vela espanta con su otra mano los mosquitos, el mal agüero, los malos aires. Ahora duermen y ya no son tan distintos.
7 comentarios:
Hermano, de lo mejor que te he leído, mira que pude distinguir el olor a mangos en el mercado y el olor a catre mullido en el cuartucho aquel...
No, no, no, que de vértigo sentí...
Saludos con ovación... ¡Bravo!
El Zórpilo.
En verdad mi querido y fino amigo, que gran relato, me encantó!
Hey vaya que andabas inspirado. Loco el relatro, muy bueno ..inesperado final.
Muchos saludos desde Hueju!!
Estimado HR
Eso es pasión, caray.
Saludines
Angelín
Mi Cuate Carnal Virtual favorito!!!
Lo primero...qué buena historia!!! está excelente!!! (Confieso la contradicción de sensaciones provocadas por tus palabras...jejeje)
Homo queridísimo, leí el comentario que me dejaste en el blog. De nuevo tus palabritas me llegan al fondo del esternón, y es que pasa tanto y es tan raro sentirse un fenómeno, un fenómeno común y corriente y es que a muchos nos pasa lo mismo...Me hiciste pensar en la sensibilidad precumpleañera (a mi me toca luego también) y quizás la sensación de sentirse flotando en este universo enorme tiene que ver con eso también. Atesoro tus dolores, no te preocupes que los guardo pero debemos hacer lo posible por dejar de ver el futuro en sepia... No tengo idea cómo pero me parece que ya es hora para mí, estoy agotada de la inactividad, de ver pasar mi vida sin historia, de esperar un futuro algo más "glamoroso" sin mover un dedo por falta de ocurrencia, no de ganas...
Un beso para ti, y perdona por no haber venido antes, es que la inactividad me gana hasta en las visitas bloggeras. (y de tu entrada anterior, está buenísimo querer...El deseo de alguna forma nos mueve para crear un pasado con algo de historia también!!!)
Abrazos!!!
Alfonsina (...Cicuta O Maleza?...)
cabron me arrancaste una sonrisa.
Wow... me encantó! Tremendo relato.
Saludos ;)
Publicar un comentario