lunes, febrero 11, 2008

Vestigios.

Toda mi vida he sentido la extraña fascinación por los objetos que recogen la mayor cantidad de polvo posible. Suelo pasar horas contemplando la superficie de todo lo que me rodea, uno debe ser muy meticuloso y desarrollar una estóica paciencia, entonces, en el momento menos esperado, se comienza a observar en los objetos una capa delgada de puntos blancos diminutos, la gran mayoría de las veces se trata de una pelusa muy menuda. Lentamente se irá desarrollando una capa mas gruesa, polvorienta, a veces arenosa, que se endurece con los cambios climáticos hasta convertirse en una película de lodo que me tienta a pasarle el dedo y probar su seca textura con la lengua. A veces pienso que mi polvo algún parentezco guarda con el hollín. Adoro las cenizas.
Mi casa está colmada de porcelanas y figurillas de pasta, son excelentes para depositar el polvo. En cada fiesta a la que soy invitado cargo con cuanto recuerdo del evento me regalen. Las carpetitas bordadas no me sirven de mucho, se enegrecen y no dejan ver el proceso de acumulación de polvos. Los muebles de mi casa dan la impresión de ser en realidad altares barrocos del kitsh, su belleza reside no en el exceso, sino en la poesía del polvo.
Hace poco me enamoré de un maníatico de la limpieza. Cuando llegó a mi vida le permití hacerse de un espacio en mi casa. Pronto llegaron las escobas y los plumeros. Equipado con un azulado tapabocas fregó los pisos de mi habitación, con una mezcla de horror y fascinación morbosa le ví alborotar el polvo tantos años almacenados en mi. Cansado por la faena, se derrumbó en mi pecho a dormir plácidamente, como un angelito de porcelana, del que me enamoré perdidamente: pronto se llenaría de polvo.
Con el tiempo el entusiasmo de sus rituales se volvió un problema. Descubrió lo inutil de su tarea: el viento que se cuela por los resquicios de puertas y ventanas reinicia el proceso. Durante un tiempo intentó cubrir esos flancos enemigos, pero la sensación de ahogo y encierro lo persuadió de no hacerlo. Ya no sonreía, ya no dormía con facilidad, muchas noches presentí su insomnio, su impotencia. Con el paso de los años se rindió, dejó de luchar contra el polvo que yo amo, un tiempo todavía se quedó conmigo a observar las gruesas capas de arenas, de organismos pulverizados, de años muertos, que nos comenzaron a cubrir.
Ya no recuerdo si un día fastidiado se marchó, o si el polvo que llegué a acumular lo ahogó en alguna pieza de lo que queda de mi hogar. Los vientos soplaron con mas fuerza en los últimos tiempos. De mi historia recuerdo muy poco, las tolvaneras a veces dejan al descubierto las ruinas de mi vida, aquí y allá aparecen los objetos que solía amar, quien desea indagar en mi pasado tendrá que acercarse con curiosidad científica, con la paciencia de los arqueólogos, se hará conjeturas de quien fuí, de mis curiosidades, de mi forma de vivir, a partir de los vestigios mudos que me sobrevivan, recreará mis amores, mis conversaciones, mis promesas rotas, mis necesidades sepultadas por una pasión inocentemente letal.

1 comentario:

Remo dijo...

Del anterior:

También es bueno cantarles, las plantas crecen mejor.

De este texto:

"...Polvo es el viento, polvo de carbón apagado..."

"León Felipe"

Al final me lo imaginé como una estatua de ceniza, de esas que se encontraron en Pompeya, Italia y que hace siglos eran personas.

Saludos imaginativos.

El Zórpilo.