jueves, octubre 11, 2007

La tumba.

Despuntaba el alba camino a la milpa. El temporal había sido bueno, abundantes lluvias reverdecieron los plantíos, altivas matas de maíz se levantaban mirando al cielo, como antiguos monolitos semienterrados en la tierra, mudos testigos del ciclo de la vida. Su fiel compañero hurgaba aquí y allá los rastros del tlacuache, de las liebres, de los hurtadores pasos ajenos que acuden cuando la noche está quieta. Laborioso se fue alejando con su alegre trote habitual.



En su mirada se concentraba el tierno verde mientras una sensación de orgullo se le formó en el pecho en forma de un vuelco del corazón. La amenaza de sequía le había quitado el sueño de interminables noches y esa mañana sus marchitas esperanzas semejantes al quelite se renovaban. La gente de razón se había equivocado, con todas sus letras y estudios, con toda su ciencia, no habían sido capaces de adivinar el clima, se han olvidado de las nubes, de la dirección del viento, del color de la luna, de la pequeñez de las hormigas, se olvidaron de observar el transcurso del tiempo. Todo lo quieren rápido, no tienen paciencia, no escuchan la voz del viejo.



De regreso a casa lo encontró tendido en la carretera. Ninguna lágrima escurrió por sus resecas mejillas, ninguna exclamación brotó de sus labios, antes bien su rostro endureció sus facciones. Se inclinó muy lentamente ante aquél cadáver cotidiano, ajeno al mundo sacó de su morral una soga vieja y con cuidadoso respeto, con gratitud y serenidad ató aquel cuerpo deformado en un arrebato de violencia.



Sus débiles piernas avanzaron con dificultad, se notaba el cansancio de sus huesos en su marcha fúnebre. El sol comenzó a calentar con potencia y el lodo que dejaron los recientes días de lluvia se secaba gradualmente para teñirse de rojo pardo, detrás de él un largo rastro de sangre le devolvía las fuerzas a la tierra, la involuntaria ofrenda atrajo desde lo alto, la certera vista de los zopilotes que comenzaban a planear en círculos, como un torbellino lento, pesado, mortuorio.


Cuando pasó a mi lado evitó el saludo, cavilando en sus propios pensamientos se siguió de largo y se internó en el monte que se formó detrás de mi casa, ignoro si lo hizo al azar, si ha sido premeditado, si sus pasos actuaron automatizados, o si fue el destino quien le ha traído hasta mi con los despojos de su historia. Sin pudor ni vulgares sentimentalismos desató el cuerpo inerte y sin prisa se dio media vuelta vislumbrando el retorno al camino, esta vez apoyado de una vara que le sirvió a manera de bastón, y en ese momento me pareció aún mas viejo. Desde entonces el cadáver en el zacatal se descompone en el traspatio de mis memorias muertas.

2 comentarios:

Mike dijo...

Mi querido amigo, no me canso de decirte que estos relatos tuyos de escenario rural me recuerdan al maestro Rulfo. Excelete narrativa y el final: "en el traspatio de mis memorias muertas", es genial, tiene un leve alo metafisico fascinante. Muy bueno Homo. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Un dulce olor a muerte!!!

Me encanto el relato, sus paisajes y sus rostros... realidades alternas de un mundo olvidado.

Abrazotes.