jueves, septiembre 20, 2007

Luz.

Aprendió a caminar acompañado del miedo.

Sus ojos se velaron a penas se asomó al mundo, una película blanca opacó su mirada, dos ventanitas en las que no se podía ver nada, lucesitas traviezas que no iluminan, asomarse a aquéllos ojos era semejante a intentar fijar la mirada en un foso en el que no se puede vislumbrar su fondo, ni una emoción se adivina, ningún pensamiento danzarín revolotéa en la expresión de sus ojos. El mundo se hizo siluetas, formas que se adivinaban con el tacto, sonidos que se antalogaban en una frágil mente infantil.
Condenado a depender de las manos de los otros, perfectos desconocidos de quienes se familiarizaba en el momento justo en el que su piel hacía contacto con la otredad, en un desfile interminable de tamaños, formas, texturas, olores, sonidos que de algún modo dotaban a los otros de bondad, maldad, solidaridad, indiferencia, ternura, amistad e incluso de pena que para quienes atestiguaban su caminar siempre temeroso, siempre azaroso.
Y es que aprender a andar se antoja una tarea dolorosa en todo momento. Unas manos suaves, acolchadas, mimosas, cálidas lo persiguieron en su primer marcha, pero adivinaba el terror de aquéllas manos por perderle, por dañarle, había en su tacto un dejo de nerviosa inseguridad. Andar en la vida fué aventurarse a domesticar lo desconocido, aprender a reconocerlo con mansedumbre y tanteos.
Con el tiempo resulta mas fácil dejarse conducir por otros, por aquéllos que han experimentado al mundo y han podido mantenerse en pie, se gana seguridad, ni siquiera es necesario hacer un intento verdadero por tomar la iniciativa, mucho menos tomar riesgos, se coloca la mano en otro hombro y la locomoción es casi instantánea, a veces lenta, a veces a marcha forzada, e incluso hay veces en que se avanza veloz, sin importar lo intrincado del camino, lo sinuoso no representa un desafío porque los que caminan con miedo se toman el tiempo para costumbrarse a aquello que les asusta, se tantea el terreno, se husmea el exterior con la nariz respingada y aspirando hondo, tratando de asignarle forma, color, olores, texturas y nombre a las cosas.
La saña de los años le cambiaron la textura de la piel. La lozanía de la primera infancia desapareció y apareció bajo la luz de su conciencia lo arrugado que es el tiempo, y su carácter irreversible: al despertar, se afanaba en estirar la piel de su frente alta en vano, su piel se reagrupaba, se buscaba con una inmantada fuerza. Su voz también se marchitó: la gente en el microbús dejó de regalarle monedas a cambio de un rasgeo disparejo en las cuerdas de una guitarra de segunda mano. La potente voz de su joven compañero arrancaba suspiros y tarareos incomprensibles para sus cansados oídos, esta vez trató de ponerle un nombre a ese canto pero esta vez se le escaparon las palabras.

2 comentarios:

Mike dijo...

Es lo cruel de crecer...

Alfonsina dijo...

Que lindo tu cuento... pero aunque el tiempo pase, siempre estamos tambaléandonos y esperando manos firmes y tiernas que nos ayuden a caminar, y pasa que aunque tambaliemos (o tambaleemos?) podemos ayudar a caminar a otros... aunque las arrugas de la frente sean evidentes...

Un besote mi cuate, ya no pude alejarme de mi blog! es que necesitaba escribir! jajaa!!!

Alfonsina(...Cicuta O Maleza?...)
The Return