viernes, junio 17, 2005

Las tardes serranas.

Ayer estábamos en el jardín. En esta temporada calurosa ha sido la parte favorita de la casa, donde por las tardes esperamos el advenimiento del manto nocturno, y si es una tarde de lluvia mucho mejor. Entre tanto bebemos cerveza, conversando animadamente mientras el cielo se pinta de dorados y púrpuras, jugando con las formas de las nubes. Al fondo, la música siempre inteligente, ayer escuchábamos a Jhetro Tull, a veces callados para prestarle atención a algún instrumento musical que captara poderosamente nuestra atención, otras veces animadamente discutiendo.
Conforme avanza el tiempo la luna se asoma pletórica, nos perece una amiga cercana, que nos habla de frente, ella no puede dejar de abrazarnos con su cristalina luz, aunque lo intente. De pronto la neblina transita como una ráfaga, avanzando sin retroceder, amenazante. la luna se resiste a apagarse cuando las oscuras nubes se interponen entre nosotros y uno piensa que la verdadera resistencia es nunca dejar de brillar, ante cualquier situación.
Cuatro grandes cúmulos de neblina se acercaron violentamente desde puntos opuestos, en un encuentro inpostergable; así los hombres, coincidimos en un mismo tiempo y espacio por acción del universo sin poder evitarlo, la vida, la naturaleza, la fuerza cósmica nos une y separa todos los días. Nunca estamos quietos, nunca podemos detenernos, todo cambia, nada puede ser como ayer. Los paisajes que hoy amamos mañana serán distintos. Hoy nos encontramos, mañana habremos pasado de largo, giramos sobre ejes que desconocemos o que a penas podemos vislumbrar. Nos congregamos en constelaciones, en sistemas, o en galaxias y alteramos lo que somos.
Me gustan mis tardes. En ocasiones un amigo inesperado nos acompaña y nos rompe el esquema, porque a veces queremos hablar, o solo estar en silencio, o mirar, o pensar, y al entrar en contacto con otros, nuestros mundos (deseos, fantasías, pensamientos, experiencias, esencias, demonios) crecen, transformándose en esta eterna evolución.
Iván ha sido un alma errante que en este peregrinaje ha sabido coincidir conmigo en lo esencial, quizá por ello siempre nos buscamos, aún cuando no tengamos nada que decirnos en palabras. Tener amigos cotidianos así, es deleite y motivo de gozo.

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