Al entrar en el mugriento bar donde citaba a sus amantes, permaneció de pie bajo las escaleras que daban al segundo nivel, entre penumbras sostenía una cerveza en las manos y miraba curiosa a la asidua clientela de cada fin de semana. Sus morenas y flácidas carnes revelaban su recién ingreso a la vejéz, disimulando los estragos de los años, las constantes hambrunas y el cansancio con discreto maquillaje que la hacía lucir menos traqueteada, simple y llana como las ropas con las que cubría sus secretos.
Vi con sus ademanes, como le preguntó al joven fornido que estaba parado a su lado si fumaba, porque precisaba de un cigarrillo, y ante la negativa descortés, comentó avergonzada que esperaría a que el niño vendedor de dulces pasara a ofrecérselo. Movido en solidaridad con mi compañera de vicio, le ofrecí mi cajetilla y el encendedor, con manos trémulas logró desprender un tabaco y encenderlo. Me agradeció timidamente, con un gracias inaudible y una expresión en su mirada de eterna gratitud. Yo le sonreí y me volví a concentrar en mi trago.
Entrado en calor por el efecto del alcohol y el ligero bochorno que a media noche impregnan los calores y humores de los parroquianos, busqué un poco de aire fresco en la barra de la planta alta. Examiné el lugar y no encontré asiento disponible, ni espacio para colocar mi cerveza. Una mano ligera me hacía señas al otro lado de la habitación y me invitó a sentarme a su lado. Presto dirigí mis pasos a aquél lugar que se me había hecho y lo agradecí. Se presentó como Christina con una voz ronca y quebrada, extendiéndome su mano para besarla lo cual me tomó por sorpresa y en mi confusión le dí un sólido apretón de manos. Era la misma pequeña mujer que horas antes buscara conversación pretextando el obsequiado cigarrillo, me decía que estaba esperando a alguien, que acostumbraba citarse en ese bar con sus amantes, que mi compañía amortiguaba el dolor de sus extensas soledades. El lugar amenazaba con volverse un nudo humano, así que pronto me ví emigrando a una mesa recién desocupada y a lo lejos miré como Christina jugaba con la botella vacía entre sus dedos, en su cara se permeaba el hastío.
Las horas se amontonaban una sobre la otra, mi novio y yo conversábamos tranquilamente cuando una mano se posó en mi hombro. Al voltear, Christina me pedía, ebria de tristeza, con sus ojos vidriosos por la desilusión del amor mal logrado y los labios resecos, una cerveza, que calmara esa sed de saberse amada, donde remojara el deseo marchito, ahogar los años que se fueron, cerveza que amargara su lengua contra el áspid de quien se ensañaba con toda clase de insultos por ser distinta, por amar diferente, por dejarse reducir a una caricaturización humana.
Tambaleante alcanzó el acceso principal, afuera llovía con intensidad, las luces neon y los espectaculares comenzaban a apagarse. El agua golpeaba su rostro con insistencia corriendo el maquillaje barato, reduciendo su cara en una forma abstracta de ángulos filosos, de apagadas carnes, de duro mirar, una mole contradictoria de polos opuestos y de melancolía constante que fue desapareciendo en un signo mudo de confusión.
Vi con sus ademanes, como le preguntó al joven fornido que estaba parado a su lado si fumaba, porque precisaba de un cigarrillo, y ante la negativa descortés, comentó avergonzada que esperaría a que el niño vendedor de dulces pasara a ofrecérselo. Movido en solidaridad con mi compañera de vicio, le ofrecí mi cajetilla y el encendedor, con manos trémulas logró desprender un tabaco y encenderlo. Me agradeció timidamente, con un gracias inaudible y una expresión en su mirada de eterna gratitud. Yo le sonreí y me volví a concentrar en mi trago.
Entrado en calor por el efecto del alcohol y el ligero bochorno que a media noche impregnan los calores y humores de los parroquianos, busqué un poco de aire fresco en la barra de la planta alta. Examiné el lugar y no encontré asiento disponible, ni espacio para colocar mi cerveza. Una mano ligera me hacía señas al otro lado de la habitación y me invitó a sentarme a su lado. Presto dirigí mis pasos a aquél lugar que se me había hecho y lo agradecí. Se presentó como Christina con una voz ronca y quebrada, extendiéndome su mano para besarla lo cual me tomó por sorpresa y en mi confusión le dí un sólido apretón de manos. Era la misma pequeña mujer que horas antes buscara conversación pretextando el obsequiado cigarrillo, me decía que estaba esperando a alguien, que acostumbraba citarse en ese bar con sus amantes, que mi compañía amortiguaba el dolor de sus extensas soledades. El lugar amenazaba con volverse un nudo humano, así que pronto me ví emigrando a una mesa recién desocupada y a lo lejos miré como Christina jugaba con la botella vacía entre sus dedos, en su cara se permeaba el hastío.
Las horas se amontonaban una sobre la otra, mi novio y yo conversábamos tranquilamente cuando una mano se posó en mi hombro. Al voltear, Christina me pedía, ebria de tristeza, con sus ojos vidriosos por la desilusión del amor mal logrado y los labios resecos, una cerveza, que calmara esa sed de saberse amada, donde remojara el deseo marchito, ahogar los años que se fueron, cerveza que amargara su lengua contra el áspid de quien se ensañaba con toda clase de insultos por ser distinta, por amar diferente, por dejarse reducir a una caricaturización humana.
Tambaleante alcanzó el acceso principal, afuera llovía con intensidad, las luces neon y los espectaculares comenzaban a apagarse. El agua golpeaba su rostro con insistencia corriendo el maquillaje barato, reduciendo su cara en una forma abstracta de ángulos filosos, de apagadas carnes, de duro mirar, una mole contradictoria de polos opuestos y de melancolía constante que fue desapareciendo en un signo mudo de confusión.
3 comentarios:
EY CLARO Q YA ME ENTERE DE LA NOTICIA, Y ME DA MUCHISIMO GUSTO MI HERMANO, JAJAJA LO PRIMERO QUE PENSE FUE: ¿COMO QUE EL BUEN RAXTA AL FIN SUCUMBIO ANTE EL SOPORIFERO SABOR DE ESTE PUERTO JAIBO? JEJEJE, YA VE USTED, HASTA MI MADRE ESTA ENTERADA DEL SUCESO , ESPERO CON GUSTO SU LLEGADA.
Y CON RESPECTO AL GLAMOUR, CUAL GLAMOUR??? NI QUE HUBIERA NACIDO EN CUNA DE ORO, YO SER RAZA Y NO LO NIEGO JAJAJA POR ESO LE ENTRO A LOS TACOS BIEN DURO.
CUIDESE CARNAL, ESPERO TENGA UNA ESTANCIA PLACENTERA AHORA SUS ULTIMOS DIAS EN LA REGION HUASTECA.
UN ABRAXO BROTHER CIAO!!
ATTE
EL RONNIX
Me gustó mucho el tratamiento que le diste a la descripción de christina, muestra una especie de soledad, rodeada de gente.
Saludos.
El Zórpilo.
Reconozco como a veces los ojos delatan... El impacto personalizado del que te hable, es esa conexion entre dos seres que chocan y que de alguna forma quedas aplastado por la interacción con un ser tan misterioso y tan abierto al mundo al mismo tiempo...
Muy buenas tus descripciones... Sencillamente "atrapantes"...
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