Josefina Matesanz Ibáñez
Está cerca el atardecer. En la entrada a la comunidad náhuatl de Texoloc, bajo un arco de flor de zempoalxóchitl, comienzan a congregarse mujeres, niños, jóvenes, varones, todos están allí: es la fiesta del elote –elotlaixpiyali–, para recibir a los “hijos de Chicomexochitl”, los renuevos del maíz. Allí el curandero hace una primera ofrenda a elotes colocados en cuachiquihuites (cestos), a los que se han vestido como niñas y niños. Tres mujeres los copalean, los florean y danzan a su rededor. Al compás de sones propios de esta fiesta, tocados por la banda de viento, se conducen hasta la xochicali (casa
de flores), donde los colocan en un altar, intercambiando a los del
año anterior. Con los elotes que no están vestidos se hace una gran
mesa circular que se cubre con manteles bordados sobre la que se coloca
una ofrenda de pollos, pan, chocolate, café, refrescos y dulces. Toda
la noche la gente danza frente al altar. El sudor, el olor de los
elotes, los colores de las blusas bordadas, el sonido tintineante de
una campanita que tocan repetitivamente, el copal y el humo de las
velas, todo ello da un ambiente sagrado en el que se honra al maíz, que
renueva la vida con los elotes de la temporada.
A media noche se lleva a cabo la gran Danza del mapache.
Mujeres y hombres con matas de maíz adornadas con flores se forman en
filas simulando una milpa, que se mueve al compás de la música, aparece
un mapache, que va recorriendo la milpa, comiendo de los elotes y tirando algunos al suelo; un indígena revisa la milpa y regresa con perros
para perseguirlo, hacerlo subir a un árbol, darle muerte con una
carabina. Los niños disfrutan especialmente gritando, riendo y
persiguiendo a su vez al mapache. No se termina allí la danza:
mientras los elotes de la mesa se hierven y se hacen atole para
compartirlos entre los presentes, algunos seguirán bailando frente al
altar toda la noche.
Esta fiesta actualmente
se realiza, con variantes, en un mayor número de comunidades de los
municipios de Xochiatipan y Yahualica. Ante la amenaza del maíz
transgénico que puede contaminar al maíz criollo, los indígenas
celebran sus ritos con más fuerza y están dispuestos a defender su
semilla.
“Nosotros en la zona de
Oxeloco hacemos la reunión con los Jueces (delegados municipales) y
Comisariados. El gobierno nos da semilla mejorada para sembrar, pero la
gente no la recibe. Conocimos del maíz transgénico por las “madres”
(Hermanas teresianas) y por Cenami (Centro Nacional de Misiones
Indígenas). En 2004 vinieron del Ceccam (Centro de Estudios para el
Cambio en el Campo Mexicano) a recoger muestras de milpas de varias
comunidades, las estudiaron en el laboratorio y nos dijeron que cuatro
habían salido contaminadas con maíz transgénico. De allí dimos a conocer
a las nueve comunidades de Yahualica que estamos organizados y tomamos
acuerdo de no sembrar otras semillas que no fueran de aquí mismo.
También hicimos un acuerdo de que no ocupen “matayerba”. Si alguien la
ocupa paga una multa de 500 pesos. Así defendemos nuestra Tierra que es
nuestra Madre. Por la radio de Huayacocotla, La Voz de los Campesinos,
hemos dado el mensaje de que no reciban otras semillas, que el
gobierno no nos puede obligar a sembrarlas, que defendamos nuestro
maíz.
“El maíz criollo es de nosotros, ya tiene año, las tortillas son sabrosas, dan fuerza para el trabajo.
No sólo comemos nosotros, comen los pollos, los puercos, los caballos,
hasta los perros comen tortilla. También los animales del campo, los
pájaros, tlacuaches, mapaches. Por eso defendemos nuestro maíz, porque
es vida para todos. ¿Cómo vamos a vivir sin nuestro maíz?” (Virgil
Hernández Vera. Oxeloco, municipio de Yahualica, Hidalgo.)
No hay maíz sin defensa de
la tierra. Los campesinos indígenas de la Huasteca lucharon por ella
en los años 70´s incluso con pérdidas de vida. Ahora las hermanas
teresianas están apoyando con información sobre el Proyecto Chicontepec
de explotación del petróleo, sus implicaciones para la región, la
forma de documentar la contaminación y las instancias para hacerlo.
Todo ello, sumado a otros proyectos como el apoyo a las cooperativas de
apicultores de Xochiatipan, a la comercialización de bordados de las
artesanas de Oxeloco, el trabajo con parteras tradicionales para la
defensa de la medicina tradicional, vigoriza la vida de las comunidades
indígenas.
“Fortalecer la comunidad indígena, la cultura, la unión y la solidaridad, es vivir el evangelio” (Hermana Cata Hernández, indígena náhuatl).
http://www.jornada.unam.mx/2012/12/15/cam-maiz.html
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