lunes, junio 30, 2008

Kauyumari, el pequeño venado que guía y enseña a los maraakames.

Había en el sitio de los cantos, en el sitio de las flores, algo que los dioses no veían, algo o alguien que hablaba y cantaba muy bonito. Los dioses buscaban afanosamente pero nada encontraban. Sólo veían unos peyotes. Por fin uno de ellos dio con algo que estaba en cierto sitio. Quedó pensativo unos instantes, y luego dijo:
-¿no será esto lo que a diario oímos?
Después de estas palabras cogió del pescuezo al pequeño venado (doble del peyote) y con la ayuda de los demás, lo sujetó de todas partes para que no se escapara.
Fue tanta su tranquilidad que no cuidaron de él. y cuando lo hicieron, ya el venadito había desaparecido, ya los había burlado y se encontraba en otro sitio. Desde ahí lo contemplaron detenidamente: era un venado recién nacido, tenía un color verde, un color azul.
Pasado el momento, el venadito azul dijo:
-¿por qué no trataron de descifrar mis palabras?
¿por qué no trataron de descifrar mi canto? ¿por que no comprenden mi sentir? ¿por qué no encuentran mi camino y mi sitio? Yo soy de la derecha, de la izquierda, de arriba, del centro y de abajo.
Los dioses dudaron unos instantes, pero luego uno de ellos, se acercó para cerciorarse de que se trataba del mismo venado. No había duda: era el mismo. Cantaba y hablaba idénticamente. Además imitaba a todos los animales y a todas las aves que existen en el mundo.
El venado azul quedó entre nosotros, el venado del dios pequeño quedó entre nosotros. Así será para siempre, mientras haya seres y exista el tiempo. Al nacer el venado azul, al haber sido de esa forma su nacimiento, también igual fue el nacimiento de los cantadores. El es su corazón. Esto se originó en el sitio azul, donde quedó su flecha, su ofrenda y su vela.
Más tarde, el venado azul se encaminó hacia el mar y se quedó en este sitio para siempre. Decíase que él era el venado azul, que él era la vida misma, que él era la propia lluvia.
Así ha sido siempre con nosotros todo aquello que nos rodea, todo lo que se ve y todo lo que se oye. Aquí terminan mis palabras. De ahora en adelante, no pensemos en otra cosa más que en lo que hacemos en las fiestas, por ejemplo, a mí me da por cantar cualquier cosa, según se me ocurra, como en esta ocasión, canto:
En el pueblo al cual perteneces,
vive tranquilo el correr del tiempo.
Tú eres el fin, tú eres la base,
tú antes que nada, eres la religión.
Vive para siempre y muere para cumplir...

Cuento Huichol.
Guerrero, Raúl. Poesía indígena y popular de México. Tomo I. Fundación Arturo Herrera Cabañas. 1995.

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