sábado, junio 09, 2007

Crónica de una ruquéz anticipada.

Un par de cervezas en el recientemente descubierto bar el gran vals, nos puso a tono y nos hizo olvidar la calurosa tarde. Fuimos los primeros en llegar al teatro y la impaciencia de Tomás era evidente. Creamos una fila y nos quedamos quietecitos haciendo conjeturas de cómo podría ser el chou que en 15 minutos más estaríamos presenciando.


Súbitamente nos encontramos naufragando en un mar de vejez, cientos de adultos mayores se dispersaban a todo lo largo y ancho del lobby. El edificio se pobló de arrugas y cabelleras blancas, y a nosotros nos daba la impresión de estar en el lugar equivocado. Nos sentimos en una reunión de jubilados y pensionados, en alguna clase de manifestación de abuelitos del INSEN o en el funeral de algún viejito ilustre al que sus compañeros que conservaban aún la lucidez de la memoria, se disponían a darle el último adiós.


Nuestra juventud ahí lucía avergonzante, fuera de lugar, inexperta. Los flácidos cuerpos nos miraban con curiosidad, resultábamos demasiado contrastentes, rompíamos la homogenidad de aquella mancha vieja que se multiplicaba conforme el minutero se acercaba a la hora del espectáculo. Víctimas de la nostalgia el viejerío sonreía cuando en efecto de flash back, a la memoria penetraban los acordes de un bolero escuchado en la lozanía de los años mozos. Los saludos sucedían una y otra vez: "¿ya viste a los López? ¡no la reconocía, su viejo está igualito! ¿te acuerdas mi fino amigo, las reuniones con el doctor Hernández? recuerdo que la primera vez que lo vi en el escenario traía un traje de lino oscuro y cantaba con dolorosa voz..."


Al fin el acceso se permitió, nos acomodamos en la fila B. El escenario recreaba un Tampico inexistente, eminentemente rural, en una lancha dos maniquíes imaginaban navegar por la cuenca del río Pánuco, y sus miradas se perdían en el recuerdo de los buenos tiempos, cuando se pescaba mucho y la selva les devoraba los ojos.



El homenaje al Dr. José Sierra Flores inició con un popurrí ejecutado por la Orquesta Sinfónica de la UAT, y de allí el paseo nos llevó por los ritmos de la clave, el bolero, la música vernácula y el huapango. El evento era minuciosamente grabado por una televisora local, decenas de chalecos luminosos hablaban solos y hacían señas extrañas a los hombres escondidos detrás de las cámaras.


Luego la proyección de saludos familiares para el homenajeado, el cansancio de palabras y frases acartonadas a falta de creatividad . Nuestro entusiasmo volvió a hacerse evidente cuando Astrid Hadad apareció, metida en un vestido hecho de fieltro azul turquesa, donde una fila de barquitos de papel hacían largas expediciones seducidos por el jacarandoso canto de ésta líbanomexicana sirena. Como sombrero, otro barquito y en sus manos un plumero en forma de corazón rojo ahuyentaba los huracanados suspiros de los que como yo, ovacionábamos a la diva, la reina de la mexicanidad, el altarcito de canto y baile que en su pecho cabe.


Cantó mientras yo me peleaba con la cámara fotográfica que se quedó sin baterías, golpeándola en mis rodillas para conseguir capturar un par de imágenes. Entonces ella me miró de soslayo y creí verla sonreírse por mi desgracia, ella sabía que no podría tenerla nunca, ni siquiera en imagen, ni siquiera en papeles, ella es algo inasible, vuela en la brisa marítima, se viste de gaviota en busca de otros astilleros, ella que esconde sus amores en otros puertos y les roba el corazón a los hombres.


Sin salirse del escenario y con ayuda de un asistente se mudó las ropas, y lució un vestido hecho de paliacates con la imagen de la virgen de Guadalupe, chispeante de luces reflejadas sobre las lentejuelas. Entonces hizo gala de ingeniosidad con sus chistes políticos y el teatro se hizo carcajada.


Para su última canción sensualmente se despojó de las vestimentas y le salió lo rumbera. Tirada en el piso pensé en ella como la serpiente tentadora, la trepadora que aprieta huesos, carnes y corazón. Algo reptilineo apareció en su piel pero no le tuve miedo. Con "El Calcetín" se despidió, cabarateando, ofreciendo sus caderas contoneándose con coquetería y para nosotros el cumplimiento de un sueño se había hecho realidad.


Al concluir el evento, Tomás parecía víctima de claustrofobia, se abrió paso entre la multitud a la mala, mayugando calavéricos pies, escurriéndose pegado a las paredes, buscando el oxígeno del exterior. Cuando lo alcancé buscaba con su mirada algo en ese mar de gente, entraba y salía del edificio dando saltitos para asomarse a los rostros de la gente. Entonces apareció ella, de quien sabe qué lugar y sin que nadie se percatara, Astrid salió brevemente a firmar autógrafos, dejarse acariciar por sus admiradores, la foto del recuerdo y dos entrevistas para radio y televisión.


Pequeña de estatura, su inconfundible fisionomía sonreía a la menor provocación del flash de las cámaras, remolinos de gente joven se desesperaban en torno a ella, pensando en que su aparición,como todo astro, sería breve, pero no fue así, incluso respondió a las preguntas que se le hacían. Y yo con la cámara sin baterías, intentando capturar si quiera una foto por la que Tomás se sintiera eternamente agradecido de haberle conseguido. Ante la negativa de la tecnología nos conformamos con un disco autografiado: "Carlos y Tomás (un corazón trazado a dos líneas), Astrid Hadad.


Caminamos con rumbo desconocido por varios minutos, totalmente despistados, sin dar crédito a la experiencia de haber estado hablándole de tú a semejante mujeron. Al fin alcanzamos abordar un taxi para encontrarnos con Ronnie, Pol, y Braulio (a quien no veía desde la preparatoria) en el café del mar, un dizque lounge con un servicio deficiente. Entonces no me pude resistir a mi vicio, hablar con arrebato de cuanto migaja de tema cayera en la mesa, y saqué el orgullo por el terruño, la anécdota curiosa, el dato histórico almacenado en la memoria. Ahí comenzó la fiesta precumpleañera.


De vuelta a casa me entró la nostalgia y a lo lejos, la sinfonola del bar habitual me llamaba a gritos, me cantaba versos inútiles de ignorar, y me sentí avergonzado de haber traicionado mi andar por la zona roja de la ciudad, al haber estado en el deprimente café del mar. Mis pasos culposos se dieron prisa por entrar al camino de perdición: una cantina que antes había sido un teibol dans. Adentro, la clientela se cobijaba con la penumbra, desde las esquinas de la habitación, y totalmente cubiertos de anonimato, posaban sus ojos en las personas que ingresaban a ese agujero maloliente.


Recibí los primeros minutos de mi cumpleaños bebiendo una cerveza allí, con mi compañero de infinitas borracheras y de noches tiernas. Un séquito de travestis liderado por una bellísima hermafrodita, se turnaban para abrazarme y susurrarme al oído trilladas frases muchos años ensayadas. Un prostituto a lo lejos, alzaba su cerveza para brindar conmigo.


Nuestras conversaciones se alternaban entre una pareja de amantes mujeres, los amigos travestidos y pedazos de intimidad que Tomás y yo construíamos a ratos, cuando nos quedábamos solos, ajenos al entorno, comiéndonos con los ojos, hablando con el corazón expuesto.


El retorno a casa al día siguiente transcurrió sin contratiempos. Por la tarde había citado a los amigos a reunirnos en la cabaña. Hacía un calor extremo. Me senté en la mecedora y esperé. En la radio sonaban canciones tristes, yo enmudecía con mi cigarro. Sincronizados llegaron El poeta maldito y Manuel, entrañables amigos, agridulces vagabundos con los que me unen retorcidos y líricos lazos. A lo lejos, la promesa de una tormenta.


Y cayó con toda impaciencia, ruidosamente, airada, fría. Fueron dos horas de intermitente tormenta, de rayos surcando el cielo como la sinopsis de las neuronas. En silencio vimos escurrirse con el agua las intenciones de una nueva borrachera.


El mismo viento que llegó del norte sopló mas fuerte, se llevó a mis únicos dos amigos de casa, el festejo y un año más de vida arrancado del calendario, al que inútilmente perseguí, queriendo despedirme y mirarle convertirse en pasado.

2 comentarios:

Poeta Tlatoani dijo...

Por supuesto que ansíaba leer la anécdota del concierto en Tampico, realmente fue hermoso, en hora buena.

Ya estoy en ciudad victoria maldito, cuidate, un abrazo, sabes de sobra que se te quiere, te debo la fumadota.

Mike dijo...

Homo:

Que envidia, estubiste platicando con la Hadad, tienes razón sus chistes políticos son lo mejor, su vestuario extravagante, toda ella una diva sin poses... Y nuevamente muchas felicidades por tu cumple. Aunque noto un airecillo nostalgico en su relato... Animo amigo, que la vida es esto, y debemos seguir. Abrazos.