jueves, agosto 17, 2006

En torno a la masculinidad.

Ser hombre no es lo mismo que ser masculino. Ser hombre corresponde a las características anatómico-fisiológicas distintivas del sexo con el que se nace. Ser masculino obedece al género que se construye en asociación con dichas características. Así, la masculinidad es la invención sociocultural que se crea colectivamente y se introyecta en el individuo a partir de una serie de valores que se acuñan bajo el signo de la violencia.

Para Michel Kaufman, la construcción de las masculinides se sustenta en una triada de violencia: violencia contra las mujeres, violencia contra otros hombres y violencia contra sí mismos.
El ejercicio de la violencia explica cómo un poder se convierte en medio de subordinación , permitiendo que dicho poder sea ejercido no ya por quien tiene la capacidad (el poder) de producir, desde su corporiedad, otro cuerpo, sino por quien logra regular ese potencial. Es la capacidad de procrear la que se controla, subordinando a las mujeres a dicho control y al acceso mismo a ser fecundadas, y estableciendo normas desde las cuales se puede acceder a ellas.

Mary O'Brien señala que los hombres "han comprendido su separación de la naturaleza y su necesidad de mediar esta separación desde la oscura prehistoria en que la idea de la paternidad se apoderó de la mente humana. El patriarcado es la capacidad de trascender las realidades naturales con realidades históricas creadas por el hombre. Éste es el principio de potencia en su forma primordial".

Pese a que para algunos autores el término "patriarcado" se ha quedado atrás, para Kaufman sigue siendo una categoría descriptiva amplia, que permite situar no a la autoridad del padre directamente, sino su expresión indirecta en todas las relaciones y actividades.

De esa manera, Kaufman atribuye a la sociedad organizada jerárquicamente en forma patriarcal, clasista y heterosexista la construcción de la masculinidad como una forma de dominio sobre lo que la cultura falocrática considera "el otro", que es nda menos que la otra mitad de los seres humanos.

El carácter jerárquico de la división de la humanidad en masculino y femenino, donde al primero se le atribuye la fuerza y la cualidad de activo, y al segundo la debilidad y la pasividad, queda patentizado en el hecho de que si las mujeres logran penetrar en esferas tradicionalmente conferidas a los varones ello es visto como un logro. En cambio, es enfrentado con resistencia el que un hombre incursiones en ámbitos femeninos, pues ello es sinónimo de pérdida de hombría.

La masculinidad es una reacción contra la pasividad y la impotencia, y conlleva la represión de todos los deseos y rasgos que una sociedad dada define negativamente como pasivos o como resonantes de experiencias pasivas (...) El monopolio de la actividad por parte de los hombres no es un imperativo psicológico o social; mas bien, la interiorización de las normas de la masculinidad exige la represión excedente de objetos pasivos, como lo es el deseo de ser protegido. La represión de la pasividad y la acentuación de la actividad constituyen el desarrollo de una personalidad de agresividad excedente, que desgraciadamente es la norma en las sociedades patriarcales, si bien el grado de agresividad varía de persona a persona y de sociedad a sociedad.

Michel Kaufam expresa que aunque el ser hombre se tiene en gran estima y los hombres valoran su masculinidad, eso no los exenta de experimentar sentimientos ambivalentes, pues a la vez que su condición de género les promete un mundo de trabajo y de poder, ésta representa para ellos una incertidumbre en tanto les implica situarse emocionalmente distantes. Esa tensión que los hombres han de esforzarse en superar se evidencia cuando se enefrentan a expresar sus sentimientos, como ocurre en grupos de apoyo o de terapia, y patentiza sus temores a ser cuestionados acerca de su masculinidad.

Una de las maneras de combatir las dudas que se tiene sobre la propia masculinidad es la violencia. Kaufman dice que las diferentes formas de violencia en contra de las mujeres son la "expresión de la fragilidad masculina y su función en la perpetuación de la masculinidad y la dominación maculina".

La violencia física y verbal, así como una violencia más velada como es la competencia en los mundos de los negocios, la política y la academia, son la expresión de la masculinidad aformada a otros hombres.

Pero la violencia no siempre es hostilidad hacia los demás hombres. Las relaciones entre éstos se caracterizan también por la camaradería, la admiración de ciertos heroes y la creación de espacios masculinos (cantinas, gimnasios, equipos de futbol).

Dichos espacios son los que permiten la expresión de afecto entre hombres, con la garantía de que se ayudarán mutuamente a reforzar su masculinidad, y donde las relaciones homoeróticas estarán encubiertas precisamente por el vínculo camaraderil. El que el erotismo entre los hombres no se reconozca como tal en esos espacios se debe a que la homofobia es una "fobia construida socialmente que resulta indispensable para la imposición y el mantenimiento de la masculinidad".

La triada de violencia propuesta por Kaufman se cierra con la ejercida por el hombre contra sí mismo. "La constante vigilancia psicológica y conductual de la pasividad y sus derivados constituye un acto de violencia perpetua contra sí mismo. La negación y el bloqueo de toda una gama de emociones y aptitudes humanas se agrava con el bloqueo de las vías de descarga".
Este autor establece que la masc ulinidad se define de manera precisa en la adolescencia. Señala que la norma masculina se ve matizada por factortes de clase, nacionalidad, raza, religión y etnicidad, y se expresa con singularidad de acuerdo con cada grupo. Con ello queda claro que la masculinidad no es uniforme: es una construcción sociocultural que, lejos de ser homogénea, varía de acuerdo con el contexto en el que se crea, en el que se reproduce, en el que se transforma.

Michael Kimmel lo expresa claramente:

Yo observo a la masculinidad como la colección de significados en constante cambio que vamos construyendo a través de nuestra relación con nosotros mismos, entre cada uno de nosotros y con nuestro mundo. La masculinidad no es atemporal ni estática; es histórica. La masculinidad no es la manifestación de una esencia interior; es construida socialmente. La masculinidad no emerge a la conciencia desde nuestra estructura biológica; ésta es creada desde nuestra cultura.

La masculinidad significa diferentes cosas, en diferentes momentos, para diferentes personas.
Llegamos a saber lo que significa ser hombre en nuestra cultura colocando definiciones en oposición a un conjunto de "otras" definiciones de minorías raciales, de minorías sexuales, y sobre todo, de las mujeres.

Las relaciones de género son relaciones de poder, como también lo son las relaciones intragenéricas. Bajo el principio social de la desigualdad existe lo que Kimmel y Kaufman denominan masculinidad hegemónica, la cual es "la imagen de aquellos hombres que detentan el poder, y que ha venido a ser la norma en las evaluaciones e investigaciones psicológicas y sociológicas, en las técnicas de autoayuda y en la literatura sobre consejería para la enseñanza y el entrenamiento dirigidos a hombres jóvenes con el propósito de que lleguen a ser "hombres verdaderos". La definición sobre la hombría es un hombre en el poder, un hombre con poder y un hombre de poder".

Kimmel establece que, al igualar la hombría con la fuerza, el éxito, la capacidad, la confiabilidad y el control de sí mismo, se mantiene el poder que algunos hombres ejercen sobre otros hombres y sobre las mujeres. Aquí vale la pena detenerse a reflexionar sobre el "acceso diferenciado que distintos tipos de hombres tienen a esos recursos culturales que confieren masculinidad y acerca de cómo cada uno de esos grupos construye sus propias modificaciones para preservar y reclamar su masculinidad".

En un estudio sobre la masculinidad en Puerto Rico, Rafael Ramírez se detiene a analizar el machismo entre los boricuas, y no ve a éste sólo como a un síndrome que aglutina una lista de cualidades perniciosas en los hombres, sino como un cúmulo de rasgos no uniformes que varían y adquieren especificidades de acuerdo con la clase social, con la edad y el grupo étnico al cual se pertenece. como un fresco, Ramírez retrata y desmenuza las actitudes de los puertoriqueños consideradas machistas.

Sobre la no homogeneidad del machismo en el universo estudiado, baste destacar dos ejemplos: para reforzar la importancia que tienen los genitales en los hombres, estos se los tocan en público constantemente, pero ello jamás ocurre entre los varones de las clases sociales más altas. Asimismo, entre los rasgos de un hombre macho está el ser cumplidor y servir como único o principal aportador económico de la familia, exigencia que entre los hombres de las clases sociales más desfavorecidas enfrenta mayores dificultades, lo cual implica echar a andar mecanismnos compensatorios que afirmen que se es tan hombre o más hombre que aquel que tiene mayor poder. De ahí el ufanarse por poseer fuerza física y demostrar agresividad verbal, o bien hacer alarde de la potencia sexual a través de la broma o mostrando que se puede tener muchas mujeres.

Siendo una ínfima minoría la de los hombres que cubren todos los requisitos impuestos por la masculinidad hegemónica, para la mayoría de los hombres el detentar la masculinidad es un proceso doloroso que implica hacerle frente a la competencia que significa ser hombre frente a otros hombres.

Tanto Kimmel como Ramírez coinciden en que la masculinidad, más que tener que ser probada frente a las mujeres, "es un decreto homosocial. Nos probamos a nosotros mismos, realizamos heroicos festines, nos arriesgamos enormemente, todo porque queremos que otros hombres nos concedan nuestra hombría".

Ramírez plantea que desde que es niño, un varón es educado para darse a respetar entre los hombres; se le enseña a defenderse de las agresiones tanto física como verbalmente, y a mostrar invulnerabilidad, autosuficiencia, valor y control. "Los encuentros entre los hombres están trabajados por el poder, la competencia y el conflicto potencial. Por supuesto no se excluye la capacidad para establecer relaciones de compañerismo, cooperación, lealtad y afectividad (...); pero éstas ocurren en el marco de las relaciones de poder y significa sobreponerlas al juego del poder".

Esa permanente tensión, por la constante puesta en tela de juicio de la propia masculinidad, hace que los hombres la enfrenten como una experiencia de poder, sí, pero también de dolor:

Sea como sea, el poder que puede asociarse con la masculinidad dominante, también puede constituir una fuente de enorme dolor, puesto que sus símbolos son, en última instancia, ilusiones infantiles de omnipotencia que son imposibles de lograr. Dejando las apariencias a un lado, ningún hombre es totalmente capáz de alcanzar tales ideales y símbolos. Por un lado, todos seguimos experimentando una gama de necesidades y sentimientos que son considerados inconsistentes con el concepto de masculinidad. Tales experiencias se convierten en fuyente de enorme temor. En nuestra sociedad, dicho temor se experimenta como homofobia o, pra expresarlo de otra manera, la homofobia es el vehículo que simultáneamente transmite y apacigua ese temor.

Kaufman hace, en ese mismo sentido, la siguiente consideración:

... la adquisición de la masculinidad hegemónica (y la mayoría de las subordinadas) es un proceso a través del cual los hombres llegan a suprimir toda una gama de emociones, necesidades y posibilidades, tales como el placer de cuidar de otros, la receptividad, la empatía y la compasión, las cuales son experimentadas como inconsistentes con el poder masculino. Dichas emociones y necesidades no desaparecen; simplemente se frenan o no se les permite jugar un papel pleno en nuestras vidas, lo cual sería saludable, tanto para nosotros como para quienes nos rodean. Eliminamos estas emociones porque podrían restringir nuestra capacidad y deseo de autocontrol o de dominio sobre los seres humanos que nos rodean y de quienes dependemos en el amor y la amistad. Las suprimimos porque llegan a estar asociados con la feminidad que hemos rechazado en nuestra búsqueda de masculinidad.

En ese obsesivo deslinde de lo femenino, la masculinidad podría considerarse como "un conjunto de exageradas actividades para mantener alejados a todos aquellos que quieren ver a través de nosotros, y un frenético esfuerzo por mantener a raya a todos aquellos temores dentro de nosotros mismos".

El miedo a ser considerado un poco hombre, un homosexual, una "mariquita", como dice Kimmel, domina el concepto cultural de la hombría. "En este sentido, la homofobia, el miedo a ser percibido como un gay, no como un verdadero hombre, mantiene a los hombres exagerando todas las reglas tradicionales de la masculinidad, incluida la voracidad hacia la mujer. La homofobia y el sexismo van de la mano".

Lo que Kaufman llama masculinidades subordinadas serían las que corresponden a las expresiones de la masculinidad de la mayoría de los hombres, pues ha quedado establecido que la masculinidad hegemónica la ajerce una minoría de hombres con poder, no sólo sobre las mujeres, sino también sobre otros hombres.

Para estudiar entonces a la mayoría de los hombres, y para precisar las características que adquieren sus peculiares asunción y ejercicio de la masculinidad, es necesario impulsar estudios de caso muy bien acotados, lo cual ayudará a trascender generalidades y a desmantelar mitos, ya que, como lo señala Matthew Gutmann, "las clasificaciones de "hombres mexicanos" y "hombres latinoamericanos" son anacronismos, Categorías tan generales como éstas niegan diferencias importantes que existen entre regiones, clases sociales, generaciones y grupos étnicos, en México y en otras partes de América Latina".

Para Guttman, sin embargo, es posible hacer ciertas generalizaciones sociológicas a partir de semejanzas notables entre hombres que comparten determinadas experiencias históricas y socioculturales. Esto, pese a lo que él llama "diversidad de identidades masculinas".

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