miércoles, marzo 08, 2006

El teatro y el dramaturgo.

Por Víctor Hugo Rascón.


Una vez, viajando por Alemania en un tren con el dramaturgo Hugo Hiriar, él nos dijo que estaba cansado del teatro porque el teatro no había evolucionado, como sí lo habían hecho las otras artes, desde su invención.
La pintura que reflejaba al paisaje y a los hombres, se volvió abstracta, la música se olvidó de la armonía conocida y se volvió atonal. La escultura dejó de reproducir al hombre y se volvió geométrica. Sólo el teatro no ha cambiado en su esencia. Sigue siendo un hombre frente a otro hombre, comunicándose con la palabra o con el silencio.
Sin embargo, desde los griegos a nuestros días han pasado muchas en el teatro. Se inventaron otros géneros. Y a la farsa, a la tragedia y a la comedia se les agregó el melodrama y la pieza moderna equivalente a la antigua tragedia, sólo que sin dioses ni destino, sólo el hombre frente a otros hombres.
Se inventaron nuevos estilos a partir del realismo. Surgió el teatro didáctico, el teatro del absurdo, el teatro expresionista. Se decretó la muerte del dramaturgo y los directores se convirtieron en dictadores de la escena, asumiendo ambos oficios, prescindieron del texto o lo volvieron pretexto.
Apareció un híbrido en las artes escénicas, el teatro danza, o la danza teatro con muchos seguidores. La tecnología invadió los escenarios y aplastó la dimensión humana y la capacidad de expresión de los actores que fueron suplidos por artefactos, máquinas y efectos especiales. Se intentó un teatro plástico, cercano a la pintura en movimiento, que desplazó a la palabra y la anuló.
El socialismo llegó al teatro y surgió la creación colectiva, donde aparentemente no había un dramaturgo, ni un director, ni un actor ejerciendo su oficio individual, sino que todos hacían de todo y creaban todo. Al diablo la división del trabajo por gremios.
Se decretó la muerte del realismo. Hubo obras sin palabras, como insomnio de Estela Leñero, o sin luz, a oscuras totalmente donde sólo se escuchaba la voz de los actores. O sin actores, solo maniquíes y muñecos en una instalación con múltiples juegos de luces.
¿Y qué pasa ahora, en el inicio del nuevo siglo? Ni siquiera en Colombia se insiste ahora en la creación colectiva. El teatro danza o la danza teatro tiene todavía sus seguidores, pero no han desaparecido ni el teatro ni la danza.
Hoy asistimos al regreso del dramaturgo. A la vuelta del actor frente al espectador. Presenciamos el retorno de la palabra sobre el escenario. Se ha revalorado el realismo. Antes, entre más tecnología teníamos, más nos alejábamos del teatro. Ahora, entre menos tecnología se utilice, más se rescata al sentido escénico del teatro: la comunicación de emociones y sentimientos.
Como una reacción en contra de la creación colectiva, ahora se habla constantemente de dramaturgia escrita, la del dramaturgo, pero también de dramaturgia escénica, cuando dirige el director, dramaturgia musical, la que hace el músico y de dramaturgia actoral, que genera el actor con su interpretación.
Ahora, el teatro está dejando de contar historias. Estas se van dejando para el cine y la televisión. Ahora, en el teatro se debaten ideas. Parece que el teatro ha vuelto tras sus huellas, al lugar de origen, a buscarse a sí mismo.
El teatro ha renunciado a la comunicación masiva y ha reconocido sus propios límites, que le impone la proximidad del actor freente al espectador. El teatro se ha vuelto íntimo, elitista. Y por otra parte, ha perdido público. El público ha perdido su capacidad de concentración, que le ha sido deteriorada por el cine y la televisión y por la ausencia del hábito de la lectura.
¿A dónde irá el teatro en el nuevo siglo? ¿cómo será el teatro que viene?
Hay confusión en el fenómeno teatral de estos tiempos. Hay tanto teatro y son tantos sus oficiantes, en nuestro país, que se pierde la perspectiva. El público mismo se extravía ante las ofertas teatrales, sin distinción de calidad o de eficacia. Es tan grande la Ciudad de México y tan extenso el país que es difícil tener una visión clara y objetiva de lo que está pasando.
Estamos en el ojo del huracán teatral y es difícil sistematizar, clasificar, establecer tendencias y corrientes, antes tal multiplicidad de manifestaciones. Sin embargo, es posible registrar lo más evidente, algunas señales, como el surgimiento de un poderoso teatro regional que se rebela a los dictados del centro; la irrupción del teatro de las mujeres dramaturgas; la proliferación del teatro gay y de obras que se ocupan de la enfermedad del siglo, el sida; el teatro de la violencia y la desesperanza, el teatro que tiene como fuente no un texto dramático primigenio, escrito especialmente para la escena, sino al cine y a la literatura; la expansión de un teatro light, inocuo y aséptico; y el rompimiento de las fronteras del teatro con el uso de la multimedia y la cibernética.
Así como el cine alimenta al teatro, la narrativa se está convirtiendo en otra fuente del hecho escénico. El disparador fue Cartas al artista adolescente, la adaptación teatral que hicieran Luis Mario Moncada y Martín Acosta al texto de Joyce, con tanto éxito artístico y de público, que otros autores siguieron el camino.
¿Por que los nuevos directores acuden a la literatura como fuente de sus puestas en escena? Quizá porque no encuentran textos dramáticos que les provoquen su interés o porque no quieren encontrarlos y da más prestigio adaptar a un famoso escritor que montar a un desconocido dramaturgo local.
En los últimos años, siempre ha habido novelas y cuentos en la cartelera teatral...
El teatro alimentó al cine, con actores, directores y dramaturgos, pero ahora se observa un fenómeno contrario. El cine se vuelve teatro. En los últimos años, los creadores llevan al teatro las historias que primero contó el cine o bien, escenifican obras que el cine hizo famosas...
El caso extremo de este fenómeno lo constituye el joven director Jaime Ramos, que cruzó el océano, fue a Londres y tocó la puerta de Peter Greenaway, para pedirle su película Una zeta y dos zeros, sobre la descomposición de la materia y de las relaciones humanas.
Y, ¿qué pasa con el teatro que se hace fuera del Distrito Federal? Ha sucedido algo semejante a lo que acontece con la globalización de la economía, la caída de las utopías y la desaparición de las dos hegemonías políticas, capitalismo y socialismo.
Así como en Europa y Medio Oriente surgieron los nacionalismos y las autonomías de las regiones étnicas y religiosas, así ha surgido en México el orgullo de lo regional, y más que el orgullo, la conciencia de lo regional, de lo propio. Basta leer el libro La realidad virtual del teatro mexicano, del duranguense Enrique Mijares, no sólo para constatar el fenómeno; sino para sentir el grito de rabia y protesta contra lo que proviene del centralista Distrito Federal, políticas culturales, cánones teatrales y dictadura estilística.
Desde varias regiones del país llegan al centro las noticias de un teatro diferente, para un público particular, con su propio acento, temas locales, forma e identidad. Nada que ver con aquel constumbrismo de los años cincuenta, herencia también del centro, pero que sobrevivió por más tiempo en aquellas latitudes......
Cada grupo, cada dramaturgo, cada director es particularmente distinto, como si perteneciera a un país diferente. Cada uno representa a uno de los muchos Méxicos que integran la geografía del país. La identidad nacional se fortalece en el teatro regional y es tierra adentro donde se construye ahora el teatro nacional.
Los escenógrafos son los primeros que han experimentado con la multimedia. Alejando Luna fue el pionero, luego Gabriel Pascal, pero ha sido Philippe Amand quien más ha investigado su integración al teatro. Directores como Luis de Tavira antes, y ahora Martpín Acosta y Alejando Ainsile han incorporado ese lenguaje a sus puestas en escena, pero son las jóvenes escritoras que también dirigen, como Rocío Carrillo y Alejandra Montalvo, las que hacen un teatro al que llaman personal, quienes han llevado su búsqueda al terreno de la dramaturgia, dándole una importancia mayor al lenguaje cibernético que a la palabra escrita.
Los jóvenes creadores son los más receptivos a las influencias y corrientes que llegan del extranjero. Cuando se presentó en México el Leitmotiv, el espectáculo canadiense, multimedia, teatro de sombras, video, luces, proyecciones, diapositivas, ópera, e imágenes plásticas, con las mínimas palabras, una carta solamente, quedaron arrobados y convencidos de que ese real el teatro del próximo milenio, aunque lo visto no fuera teatro, sino espectáculo de feria, como el cine a fines del siglo pasado.
Sin embargo, acaba de pasar por México, el grupo catalán Fausto versión 3.0 que agotó las localidades con jóvenes que querían ver a estos heterodoxos del teatro que rapalean edificios, rompen pianos a hachazos y convierten las calles en espectáculos teatrales de efectos especiales. Pero, oh, sorpresa. El grupo dice que las vanguardias se han muerto y que hay que volver a los teatros y sentarse en las butacas. Fura des Baus recupera la palabra y la reflexión sobre la condición humana. Su vuelta al teatro, no sólo es un regreso a un espacio físico, sino al uso de las posibilidades del teatro, el actor y la palabra frente al espectador, donde la tecnología, que no deja de usarse, otra vez la cibernética y la multimedia, no sepulta el drama del hombre contemporáneo, antes bien, lo enmarca y lo explica.
Y esto mismo ha pasado con los directores mexicanos que no hace más de quince años, declaraban la muerte del dramaturgo, la desaparición y la prevalencia de la imagen y el movimiento sobre la palabra. En menos de veinte años, en México y en el mundo, el teatro vuelve a su origen, la palabra, no sin dejar de usar los aportes de la tecnología y de las técnicas modernas de interpretación y verificación escénica.
Pero hay un fenómeno muy particular: la irrupción de las mujeres en el teatro. No como personajes, que ya lo han sido desde los tiempos del teatro griego, ni como actrices, que ya lo han sido desde el siglo XIX, sino como directoras y dramaturgas... Hoy, son casi un medio centenas las mujeres que escribe y dirigen teatro.
Las mujeres no quieren ya que los hombres cuenten sus historias e interpreten su universo femenino. Han tomado por asalto los escenarios para hacer oír su propia voz. En ella, sobre todo en las más jóvenes, prevalece el sentido de la experimentación y el rompimiento de las fronteras del teatro.
Hay otras señales temáticas del nuevo siglo, la pareja en crisis, obras con el tema del sida, el surgimiento del teatro gay en espacios alternativos y un teatro que muestra la violencia y la desesperanza de los nuevos creadores que sólo ven un mundo negro y cruel.
Otra tendencia que se observa en el teatro del Distrito Federal es el cada vez mayor número de obras de teatro light, un teatro superficial, de fuga y diversión, que escriben y dirigen jóvenes creadores, que no son comerciantes del teatro ni aficionados incultos, como pudiera pensarse, sino jóvenes universitarios egresados de las carreras de letras. teatro o actuación.
Se trata de un teatro lúdico, un simple divertimento, vacío de contenido, donde lo que importa es la risa fácil a través de situaciones supuestamente cómicas y desenfadadas, sin la menor intención de provocar una reflexión....
Lo que hace cambiar al teatro son las investigaciones en el campo del lenguaje escénico que realizan los creadores al ajercer responsablemente su oficio, al plantearse cada día por qué y para qué hacer teatro. El teatro sobrevivirá a la cibernética y a las tecnologías conocidas y por conocer.
Ya hemos asistido al regreso de la dramaturgia escrita, como propuesta inicial, generadora de un hecho escénico, Ya hemos vueloto a la palabra como vehículo de la comunicación, cuando se nos había asegurado su sustitución por la imagen, la música y el movimiento. Ya hemos constatado que las más avanzadas tecnologías no han podido suplir al hombre y hemos sido felices testigfos de la vuelta del actor, el hombre pues, al centro del escenario.
La escritura es una conversación compartida entre el escritor y su sociedad. Pero en la dramaturgia, el autor dialoga con el público a través de los actores. El escritor, lo dice Octavio Paz, es el primero en enfrentarse con la nada y el silencio para que los habite la palabra, que nos revelará el significado de las cosas. El sueño de todo dramaturgo es hacer soñar a los espectadores, pero también enfrentarlos a la pesadilla de su cotidianidad.
El teatro es un hecho vivo sobre el escenario. Quien escribe para ser publicado o para la posteridad, comete un error. El teatro es un festín efímero, ha dicho Esther Seligson. El teatro se consume a sí mismo mientras se produce. El teatro es también literatura, por accidente y consecuencia, pero ese no es su fin primigenio.
Por supuesto que el teatro no es una agencia de policía, un púlpito, ni un estrado, ni una tribuna. Es una comunicación mágica, en que por breves instantes cada persona da y recibe algo que la trasciende, creando algo, inexistente hasta entonces, que jamás volverá a repetirse.
El dramaturgo es real. Está ahí como un fedetario. Para dar testimonio de lo que oye, de lo que ve, de lo que siente. El teatro refleja la angustia existencial del hombre en el absurdo de la condición humana. El dramaturgo es mortal. El teatro es inmortal. No porque no muera nunca, sino porque siempre renace.
El teatro se ha negado a morir durante dos mil quinientos años. Se ha mantenido gracias a sus mismos elementos, pues en el teatro, siempre el hombre le ha hablado a otro hombre. Por eso no pude haber teatro sin público.
¿Qué mas busca el teatro? Excitación, una descarga emocional, exaltación, revelación de un conocimiento o bien una escapatoria. Voy al teatro para que me entetengan dicen muchos, Pero entretener no sólo es divertir o evadir, es asir o retener, respondió el maestro Héctor Azar. El teatro debe retenernos.
El escenario es el teatro de las minorías. Drurante muchos años fue el único espectáculo dramático, ahora lo es el cine, su hijo y la televisón, su nieto. Nadie mató a nadie como se temía. Pero el escenario es algo vivo, directo, personal. Por eso tiene la capacidad de transmitir fuertes y profundas emociones. Para poder conmover al público el teatro tiene que ser más grande, intenso y emotivo que la vida misma. El simple hecho de revelar una verdad no basta, se le debe interpretar y expresar de una manera distinta.
Una es la realidad de la vida y otra la realidad teatral, que algo tiene de la realidad virtual de la cibernética. Por algo los economistas nos hablan de escenarios económicos, los gobernantes de escenarios políticos y los informáticos, planeadores y analistas, de escenarios virtuales.
Brecht decía que el amor es el arte de construir algo con las posibilidades de otro, y en este sentido, la escritura es un acto de amor y todo acto de amor es un acto de fe. Esribir es un acto de fe en nosotros mismos, de fe en el valor de una palabra sensata en un mundo demente. Es un acto de fe en seres humanos que son responsables de su destino.
Los dramaturgos aceptamos el reto de escribir teatro efímero. El dramaturgo sabe que el escenario teatral es un sitio donde algo está sucediendo. Algo que no dejará las cosas igual que como estaban. El teatro al final debe resultar incómodo. Si el teatro no incomoda, perturba, provoca, no está pasando nada. El teatro va contra la ley, contra la moral, contra las reglas sociales. Los personajes transgreden, hacen lo que no deben, contradicen las leyes humanas y divinas.
Por las obras del dramaturgo no habla él, habla su tiempo. El es el vehículo, el médium de los sueños y pesadillas de su época.
Hay que escribir lo que nos cambie la vida. Hay que escribir para entender qué nos está pasando. Para transmitir el dolor que está en el aire, pero también para vislumbrar un rayo de esperanza en el caos y el desorden cotidiano.

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