miércoles, noviembre 02, 2005
Mi santo nombre
La tumba donde descansan los restos de Tía Alfonso junto con Tío Goyo, lucía arreglada modestamente, las cruces que conmemoran los eventos son de un delgado trabajo de herrería, con pintura blanca, humildes.
Estaba pensando en dónde irán a parar mis blancos huesos cuando por fin me seque, y en mis venas deje de correr hemoglobinosos caudales, y mi galopante corazón deje de dar tumbidos, cuando a lo lejos la inigualable pureza de un calzón de manta me hizo volver de mis pensamientos. Me acerqué hasta alcanzar al indio que afanosamente limpiaba y daba los últimos toques a una tumba mas modesta que el de mis ancestros.
Me recibió sin interrumpir su actividad, como si estuviera esperando mi cercanía para abrirme su corazón. De inmediato comenzó a decirme que en ese cúmulo de piedras estaba sepultada su esposa. Que llevaba muchos años ya ahí, y que desde el domingo se había trasladado desde varios kilómetros a la redonda para limpiar las yerbitas que con tanta lluvia habían hecho un monte intransitable. Extrañaba a la mujer que le tenía la comida al llegar de su milpa y le lavaba la ropa, ¡pobrecita siempre tan trabajosa!, me habló de sus tierras, de lo difícil que fué luchar por un pedazo de bado con el cual asegurarse el sustento de su familia.
Tuve que inventar un pretexto, anochecía y los nubarrones anunciaban lluvia. Advirtiendo mis intenciones se me acercó y finalmente me miró al rostro para decirme: "¿quieres saber cómo me llamo? te lo voy a decir, te diré cómo me llamo, Ernesto Naranjo, Naranjo Hernández es mi santo santo nombre, porque ansina lo quisieron, por eso te digo".
-"Si ya te vas, vete pues, que te vaya bien, que Dios te lo bendiga, ve con Dios".
Le devolví las bendiciones con humildad y salí apesumbrado del campo santo. El rechinido del portón principal, al salir, reclamaba mi presencia con un sonido lastimero, en un adiós que fué como un hasta luego.
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