lunes, abril 21, 2008

En algunas culturas, las fotografías son una especie de hechizería, después de todo una extraña caja que dispara rayos de luz, se roban los rostros y la esencia de todas las cosas. Esa desconfianza inicial, ese nuevo esquema atemoriza a cualquiera, la tecnología, la novedad siempre causa intimidación.
En nuestros pueblos indios sigue sucediendo. Con el paso de los años la cámara fotográfica ha pasado a ser integrada como tecnología en las familias y en las comunidades, significa un archivo personal y comunal de la historia del pueblo, de sus costumbres, fiestas, de los eventos significativos, testimonios en papel de su existencia, una reafirmación de la identidad. Y sin embargo, aún genera desconfianza posar ante la cámara. Al revisar los archivos familiares, o si la confianza y la amistad lo permite, nos asomamos a los archivos fotográficos de vecinos y amigos, observaremos tal desconfianza en la rigidez de la postura, que varía muy poco de archivo en archivo: los brazos pegados a los costados del cuerpo, con fuerza, como si el alma se les fuera a escapar por la piel. El rostro jamás sonríe, solemnes miran a la cámara con el miedo asomando por la ventana de sus ojos. Aún si es boda, un bautizo, la graduación de los hijos, la sonrisa negada muere en la tensión de dos labios ciñéndose uno al otro, herméticos, morados de temor.
Muchas veces intenté fotografiar a mi abuelo, como un paparazzi lo perseguía por la huerta, intenté persuadirlo con palabras tiernas, lo sorpendía in fraganti, como no queriendo la cosa, pero todo había sido inútil, a lo máximo que había llegado era captarlo en movimiento, ocultando su rostro, dando la espalda, inclinándose al piso.
En los días de descanso propios de la Semana Mayor conversábamos en el patio de la casa de mis abuelos. Mi madre me pidió que con la cámara integrada al teléfono móvil, fotografiara a mi viejo. Para mi sorpresa, dócilmente aguardó el largo minuto en el que enfocaba su imagen. En el último momento: esbozó una sonrisa acorralada.

lunes, abril 07, 2008

En mi deambular en este mes que termina y el mes perdido de las canciones de Sabina, he sido padrino involuntario en la confirmación de Cochevalo mi pingo sobrino, he conversado con sacerdotes persuadiéndolos de que el matrimonio de mi amigo Manuel es lo mas conveniente para asegurar la perpetuación de la raza humana. Sin esperarlo, un par de ojos urgaron en mi mente como una imagen fija que recorrió mi sangre y se metió en la bomba que guardo en el pecho. Esos ojos grises cambian de color según el ambiente del que se rodea, se camuflajean, se adaptan con vertiginosa facilidad y yo que me consideraba un camaleón, comprendo que tengo mucho que aprender aún. El espejo cósmico de tu mirada, complementa mi alma. ¿queda alma?
Hoy fui a recoger los carteles promocionales del IV Seminario Internacional Diálogos con la Psicología Latinoamericana. En los pasillos del modesto centro de salud donde hice servicio social, saludé a las enfermeras, a las doctoras, con las que durante mas de un año colaboré, y mas allá de la relación profesional, compartimos lo que conformaba nuestras vidas personales, más de una lágrima se desprendieron de unos ojos vidriosos, ebrios de dolor. Al despedirme un viejo amigo, compañero artesano, callejero como yo, me presentó a su retoño: un bodoque de marcadas facciones indígenas que sonreía jubiloso. Sin adivinarlo, me avisó de la muerte de su joven hermano, tardíamente. Una vez mas aparecieron las lágrimas.
Hundido en la rutina del trabajo, el estrés cotidiano y la organización de mi vida personal, siento que he perdido de vista al mundo que me rodea, me perdí del nacimiento de los hijos de mis amigos, no me despedí de quienes pasaron por mi vida dejándome una marca permanente, olvidé prestar mis oídos a las historias de personajes reales, palpables, en quienes deposito mis afectos. Todo en nombre del trabajo, del prestigio y de la superación personal. Me doy cuenta de que la verdadera superación personal no es individual, es grupal, y consiste en crecer espiritualmente con las personas que conforman mi universo. Provengo de una comunidad indígena donde el crecimiento era concebido de forma comunal y aunque tiene sus peligros una ética grupal como ésta, quienes tenemos fuertes lazos filiales requerimos de relaciones positivas con los otros para tener la conciencia tranquila.
Tengo mucho en que pensar.

foto: Homo Rodans.