Limpiar la tierra no es un trabajo fácil. El calor en el trópico dificulta la labor azotando al cuerpo con ráfagas de viento ardiente, llenándolo de humedad.
Hace tiempo que dejé de hacer labores de campo. Desde que vivo en la cabaña a las afueras de la urbe he pasado por transiciones muy curiosas, a veces siento que me hago misántropo, otras que me hago un pensador radical, otras que soy tan solo un campesino viviendo de forma acultural.
Afilo el machete con la vieja lima, cuidando en cortarle su forma de serrucho producto de su choque contra los guijarros. La maleza se extiende a través de mis ojos, vasta, impenetrable, trepadora. Me gusta el sonido del hierro afilado doblando las hierbas, entonces se desprende el inconfundible olor de su savia. Los músculos del brazo se tensan al levantar amenazante el machete vengador, apresurándose en atestar el golpe.
Comienzo a comprender que cuando la tierra es noble, pareja, fértil, los golpes para podar la maleza son suaves y no requieren en verdad tanto esfuerzo. La hierba adquiere una docilidad sorprendente, como si esperara a ser recortada en un afán estético de crecer al parejo flores, césped, hierbas.
Los nudos de césped silvestre exigen paciencia. Analizar la profundidad de sus raíces me hace evaluar la velocidad, la intensidad y el destino que le daré a mis brazos con la guaparra, tratando de sacar de un solo tajo el molesto nudo, o por lo menos, hacer que retrase su crecimiento.
Pero el terreno abrupto, escarpado, colmado de rocas, pide un cambio de instrumento. Entonces hay que sacar un azadón para no estropear el machete contra las piedras. El azadón permite sacar la hierba mala sin esfuerzo físico, solo hay que inclinarse ligeramente, planear el golpe y halar suavemente revolviendo los terrones y dispersando los guijarros que protegen a las duras hierbas donde se alojan alimañas y enfermedades.
Pericia se necesita para decidir en que momento se usará el instrumental del campo, pero también un amplio conocimiento de las características de la tierra. Así mismo sucede con las experiencias de la vida, aprender a discriminar los momentos en que cambiaremos de instrumentos, cortaremos de tajo lo que nos molesta o las veces en que con suavidad moldearemos lo que es susceptible de moldearse. Es hermoso cómo nos habla la tierra.
1 comentario:
La tierra llama de tantas formas... y tambien se calla cuando quiere.
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