La melancolía de saberme lejos del ser amado me mantuvo cabizbajo toda la tarde. Al transitar al rededor del mercado municipal me encontré con una melodía que se cernía como un traje a la medida del sentimiento que llevaba en el pecho. Salía detrás de una cortina blanca, en un asfixiante rincón de una sola renegrida ventana y se me metía por los ojos ávido de curiosidad, removiéndome el hinchado corazón suplicante de alivio, bajando hasta los fatigados pies que en un impulso vouyerista metió las manos para alejar de mis ojos la nupcial cortina.
Ante los ojos apareció un blues acincopado y melodioso escapando de una sinfonola con un sonido descomunal. Los parroquianos se quedaron en suspenso un minuto y yo aproveché para acercarme cauteloso a la barra del diminuto bar.
Se me ofreció un lugar disponible en una improvisada mesa. A mi lado dos clientes se reían con nerviosismo cada vez que el travestido mesero les acercaba las cervezas. Yo me dejé transcurrir en la música y dediqué un pensamiento al amor que había dejado asoleándose en el puerto.
Yo la verdad nunca me he sentido una persona extraña. Hasta donde puedo trato de vestirme como el resto de la gente, muchas veces paso desapercibido y me siento seguro colándome en las filas, comprando fruta, mirando. Quizá el único accesorio estrafalario que uso es un desbaratado morral de lana que adquirí en Orizaba en unos de mis viajes de aventura, pero creo que aquí medio mundo acostumbra el morral ceñido al hombro.
-"Juats iur neim?" Escucho en un dificultoso inglés martajado dirigiéndose a mi.
-"Ammm. Carlos, pero no hay necesidad de que me hables en inglés. Hablo español". Respondí confundido al amigable vecino que me invitaba a dejar la tristeza y dejarles conocerme.
Inmediatamente comenzaron los brindis con sus miradas fijas a mis gestos y ademanes. Y entonces comencé a sospechar de una confusión.
La sonora sinfonola me hacía responder las preguntas de mis anfitriones con dificultad. Pero pasaba algo extraño: todo lo que decía, por la cercanía de la música, tenía que ser traducida al sonriente más alejado de la mesa. Y cada vez que el mensaje era transmitido, dos sonrisas como mazorcas me miraban con sorpresa e ingenuidad.
Cuando me levanté a seleccionar nuevas melodías en la sinfonola, todo el bar me observaba. Nostálgico e imprudente me decidí por música inglesa marcado el ritmo con un ligero movimiento de cabeza que mis interlocutores exageraban sacudiendo epilépticamente sus torsos.
Una nueva voz se dirigía a mi hablando un perfeccionado inglés. La respuesta en español le animó a conversar conmigo, y entonces me enteré de sus constantes migraciones, de su natal Distrito Federal en un pasado rockanrolero y sus sueños de volar. Contagiado mi anfitrión contiguo me habló de su casita en el campo, de su mujer y sus hijos, de su hermana y las golpizas que el profesor de primaria con el que se había casado le daba. Entonces lloraba pidiendo consejo.
La música pasó del terreno de la cumbia al sonido guapachoso. Unos curiosos con orgullo me explicaban de los huateques en esta Huaxteca, y de sus costumbres, datos que amablemente agradecí explicando que tenía cuenta de ello al haber vivido en esta región mis más cercanos años. Una pareja de hombres afeminados bailaba arrimado uno sobre el otro y les mirábamos con una mezcla de naturalidad y morbo silencioso.
-"¿Entonces no eres gringo?" preguntó uno de mis anfitriones de mesa.
-"Nada de eso, he vivido en varios estados del país, pero no soy un anglosajón". Respondí avergonzado de tan deshonrosa confusión.
-"Es que cuando entraste aquí todos pensamos que eras de allá, como aquí nunca vemos gente así como tu, guero, que se vista así, con barba y tu nariz así, luego luego se ve que no eres de por aquí". Se excusó el vecino con la misma sonrisa inicial y chocando su cerveza con la mía en un brindis amistoso.
El ir y venir de cervezas concluyó en sonoras carcajadas, una nueva dosis de blues y más conversaciones en inglés. Cuando me despedí de tan simpáticos compañeros de bebida, lo hice con una promesa de saldar una invitación declinada a comer en la casa de uno de ellos. Los abrazos me buscaron intercalados de palabras cariñosas. Caminaba por la avenida cuando una voz que provenía detrás de la cortina blanca decía: ¡Adiós guero, amigo de todos los mexicanos!
Una sonrisa irónica se me dibujó en el rostro asesinando aquella añeja melancolía.
4 comentarios:
Extraño es que a uno lo confundan en su propio país, a mí me han dicho que si soy italiano, árabe, o hindú.
El colmo fue una vez que caminando en Cancún acompañado por un amigo noruego, nos hablaron en inglés, y yo respondí en español, el comerciante me dijo:
- Oh, y hablas español...
Yo contesté:
- Poquito.
Obviamente Svein y yo nos reímos bastante.
Saludos divertidos.
El Zórpilo.
Estimado HR
Me fascinó la historia que cuentas. Antes te lo había dicho, pero es como si me echara un viaje a todo color cuando te leo. Definitivamente me quedo con las sonrisas de mazorca.
Saludines
Angelín
Gracias por tu visita, permitame colega decirle que me encanto su historia, es muy fresca, sabrosa en cuanto a la posibilidad de establecer vínculos en tu país. Sobre el nombre de mi Universidad, le comento que se debe a que cuando vivimos la dictadura en Chile, expulsaron a los Académicos de Izquierda de las Universidades tradicionales, y el Cardenal de esa época, (Silva Henriquez) los acogió formando una Academia o Centro de Esudios que denominó Academia de Humanismo Cristiano, para que pudieran seguir desarrollando Investigación y salvarse de las garras asesinas de Pinochet.
Un abrazo Chileno para usted.
Me gustó mucho tu relato, las descripciones, la confunsión, la charla en aires etilicos... a mi me han preguntado si tengo ascendencia europea... y lo curioso es que mi ascendencia es arabe... en fin, cosas raras...
Lo mejor de tdo es que al final, pudiste sonreir. Un abrazo.
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