Ayer me dijiste que te ibas, nuestro problema siempre ha sido vivir en un eterno exilio voluntario. Me tomaste por sorpresa, mi egoísmo mal sano deseaba retenerte, pero bien sabes que no me gustan las palomas enjauladas y con una sonrisa tonta asentí fingiendo sorpresa.
Con tu abrazo tuve la certeza de que no nos volveríamos a ver, la luna fué testigo mudo del adiós. Pasé la noche en vela, no podía pensar, a lo lejos escuché desde el reloj de la catedral las campanas marcando las horas, aguijones que ya no duelen cuando la soledad entumece. Tuve que salir a tomar aire del jardín y la luna seguía ahí, como mi gratitud con el universo de habernos encontrado. Solo nos bastó una noche para descubrir al ser humano detrás de la manía, de los golpes ciegos y del miedo. El alcohol y los cigarros hacían mucho tiempo que se habían terminado.
Hoy recuerdo cada uno de los encuentros causales que han dejado huella en mi interior, extraños personajes salidos entre la penumbra con una pieza del rompecabezas que es esta vida en sus manos, ofrecida cordialmente para luego volver a confundirse en una sombra cualquiera, aunque no todo lo que desaparece a la vista realmente deja de existir.Tus palabras precisas fueron el golpe definitivo para acomodar lo que aún no sabía ensamblar en mi interior. A veces una mirada externa arroja luz cuando titubeamos en el camino.
Amanecí con los ojos hinchados de verdad.
Quisiera volver el tiempo con gratitud, decir algo coherente, tatuarte un sentimiento y bendecir tu paso pero no hay tiempo para arrepentirse. Asumo la ausencia y continúo mi peregrinaje mascuyando palabras de sabiduría.
He dejado el portón de mi casa abierto, cuando quieras, vuelve.
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