Es la mosca que acaba de nacer.
El huevecillo de donde salió
tiene historia y estirpe.
Lo abandonó su madre en la cripta imperial.
Antes de convertirse en mosca anónima
fue el gusano
que devoró los párpados del rey
y el sexo inaccesible de la jóven princesa.
Así pues, en la cuna bebió la tradición.
Su cuerpo está forjado por esa herencia impecable.
Tiene veinticuatro horas para vivir su existencia entera.
Siente el poder inmenso de volar.
Deja la sombra, su dominio es el aire.
Lucha con otras moscas por su trocito de mierda.
Obtiene la victoria, saborea su alimento.
Busca a la hembra más bella de su enjambre fugaz.
La sigue y la corteja con el vibrar de sus alas.
Qué hondo placer
la unión de sus dos cuerpos en la letrina sagrada.
Ella parte al encuentro de algún cadáver.
Han cumplido con el deber
de perpetuar la existencia absurda.
Y ahora él se enfrenta a la profusión de venenos,
el matamoscas y la cinta engomada:
los infiernos humanos de su especie.
Se ha salvado y no importa porque se acerca su plazo.
Y va a morir. Está muriéndose. Cae
en el río de la muerte que se lleva consigo
a las generaciones de las moscas.
Veinticuatro horas. Una guerra. Un amor.
Miles de huevecillos que serán moscas,
efímeras y eternas como sus padres.
Y él se pegunta al terminar su siglo y su ciclo:
- De verdad ¿eso fue todo?
José Emilio Pacheco. Álbum de Zoología. Ilustraciones de Francisco Toledo.
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