Que bien se siente despertarse con el sonido de los cohetes estallando en lo alto del del ex-convento agustino cuyos enmohecidos muros apuntan cual imponentes fortalezas hacia el final de los tiempos. La banda de viento alegra a los agasajados con el xochipitzahuitl, acompañamiento de toda fiesta indígena que se digne llamarse. Me puse a pensar que no se hacen fiestas como en la huasteca, con esos contingentes de hormigas que peregrinan detrás del bautizado, confirmado, quinceañeras o matrimoniados. Presurosos pasos enpolvados se detienen en la puerta del hogar de los anfitriones, y ya saben, vienen los platos generosos de comida, el zacahuil, las carnitas, las chelas, la banda de viento amenizando con sones. La choza a medio derrumbarse todavía aguanta las estridantes carcajadas de los compadres, los chismes venenosos de las solteronas, los besos de los amantes furtivos. El calor no es pretexto para dejar de dievrtirse, al fin y al cabo en la noche se arma el baile, la comunidad entera se prepara, luce sus mejores galas, se pavonean frente a las hordas de jovencitos inexpertos, aprendiendo el difícl arte del cortejo. Y aquí el que baila es el que se lleva a la mas bonita, no hay de otra, y se zapatea sabroso al ritmo de un buen huapango. No hay como despertarse en la huasteca y saber que todos los días son un pretexto para hacer fiesta.
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