El muñón que apareció donde antes solía haber una mano, hurga con insistencia entre los desechos, obstinado en asirse de objetos convexos, como una natural predisposición son las curvas las sensaciones que aprecia, las tiene en mucha estima, las añora con una curiosidad enfermiza.
Quizá se identifica con la basura donde suele pasar horas enteras en una rutinaria tarea de reconocer toda suerte de objetos curvilíneos, clasificarlos, atesorarlos, reordenarlos; a fin de cuentas la metamorfosis de mano a muñón lo convirtió en un despojo, ha muerto su antigua naturaleza, es pasado, es materia conservada en el formol de un estudiante de medicina. Se reconoce a sí mismo como algo que era, que tenía perfecta forma simétrica, a veces el recuerdo penumbroso de una compañera le parece un mal sueño, una ilusión pasajera, un intento de aliviarse el dolor, una amarga ironía.
El dolor es su compañero indeseable desde su nacimiento, a veces es como un vestigio, como una ligera consciencia que emerge desde la amnesia de haber sido algo, pero de quien ya no se puede saber más porque sus restos arqueológicos fueron saqueados, echados al olvido, cicatrices queloides obscurecen más su identidad. Y sin embargo cuan insoportable le resulta la sensación del gélido hierro aserruchando el hueso, el tuétano, los tendones, la ilusión.
Ese eterno frío se le mete debajo de la piel desde la temprana mañana, cuando el sereno humedece los sueños, cuando las arañas vigilan el manto variopinto que aparece en los cielos. Y si soplan los vientos del norte, se derrumba en quejidos, en escupitajos y maldiciones que estallan contra el cielo, interrogantes que demandan airadas respuestas, porque el destino de vivir entumecido de múltiples dolores lo distraen de sus cavilaciones y su mirada regresa del pasado para posarse en los analgésicos para esa ausencia que cercena al alma, ¿acaso existe el alma? ya no importa.
Y así el tiempo lo alcanza con el último escalofrío, aquel que endurece aún más las carnes, que inmoviliza la añeja curiosidad por redescubrir el mundo, en el paroxismo de su suplicio, entonces, el descenso vertiginoso, las imágenes del ser perdido, la liberación de las congojas, el suave susurro del descanso, del alivio, la calidez de las renegridas sábanas, la lluvia, el tibio olor de la tierra que se moja, la última curva a la que se aferra: la guadaña de la muerte.
8 comentarios:
Mejor que nunca tus escritos, mi amigo, mejor que nunca...
Saludos asombrados.
El Zórpilo.
ammmmm....creo que es hora de dejarlos ir...o de saber q nunca estuvieron....
o algo así.
HERMOSO.
TRISTEMENTE HERMOSO.
Como cuando al final de esa, LA relación, uno trae un dolor encima, y se va acostumbrando a ser ese sir sin dedos, sin su razón de ser, así con el dolo y alguna veces, por la mañana, la sensación de que algo esta ahí.
Me gustó
a mi me gusta el detalle en ladescriptiva de tus relatos. Es como estar ahi
salu2
Ah su mundo me embriaga...sirvame otra.
Usté, como siempre me deja in palabras.
Angelín
Navegando en la blogósfera me he encotrado con la grata sorpersa que es tu escrito. No tengo opión del mismo. Ya lo has escrito todo.
si busco en mis letras nada es suficiente para escribir cuanto me ha gustado.
Saludos
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