Esta enajenación del hombre respecto de los frutos del trabajo de sus manos va aparejada con la enajenación respecto de sus más grandes goces y satisfacciones. La condiciona su creciente dependencia del dinero y de las gratificaciones compensatorias: adquirir mercancías y objetos y acumular fortunas, es decir, el resultado del trabajo de otros hombres.
Contemplamos el dinero como fin y perdemos de este modo el sentido de todo lo que es de importancia vital (...) Estamos rodeados de un entorno hecho por los hombres, una caricatura de lo creativo. Nuestra arquitectura y urbanismo, nuestras soluciones para las irregularidades sociales y económicas y la pluralidad de nuestros docentres dan testimonio de una falta de imaginación, de fantasía y más, lo que interesa en general a la población, de una falta de comprensión de que su misión es servir a la sociedad.
La alianza de la capacidad industrial con el impulso y la potencia del consumo, el progreso económico de las masas sobre la base de la depredación y devastación de todas las reservas de nuestro planeta en tierra vegetal viva, en combustibles fósiles, en aire, agua y determinados elementos inorgánicos, denigraron al individuo a miembro de una horda que sólo busca asegurarse su parte del botín. Nuestra única justificación es que quizá se trate tan sólo de una fase pasajera de nuestra evolución.
Lecciones de vida. Yehudi Menunhin.
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