No resulta sencillo seguir la evolución de los antiguos instrumentos de cuerda europeos hasta las múltiples variantes regionales que actualmente conocemos en América; pero, sin duda, en ellos tienen su origen. La jarana y la huapanguera de la Huasteca son versiones actuales de la guitarra criolla nacida en nuestro continente, basadas en los antiguos modelos, pero muy particulares y representativas de la región.
La jarana pequeña de cinco cuerda, usada para acompañar las melodías del violín y la voz, tiene características especiales que la distinguen de otros instrumentos y de otro tipo de jaranas. Lo mismo ocurre con la "quinta" o huapanguera, también con cinco órdenes de cuerdas, de las cuales tres pueden ser dobles.
Estos instrumentos son productos netamente regionales, ya que tanto sus constructores como la materia prima provienen de la zona. Las maderas, por ejemplo: cedro rojo, carboncillo, zapote, entre otras, se obtienen por los alrededores de la comunidad en que habitan los artesanos que las elaboran lenta y cuidadosamente en pequeños talleres, a veces muy rudimentarias.
Aunque es posible hallarlos a la venta en algunas casas comerciales y mercados de los pueblos importantes, generalmente los músicos acuden directamente a los artesanos para adquirirlos, ya sea para obtener un violín u otro instrumento de mayor calidad, los músicos acuden a otras pates; en tal caso, a casas de música especializadas de la capital, del estado o del país.
También ocurre que los mismos músicos construyan su instrumento, aunque no es lo más usual; en este sentido, puede considerarse el arte de la manufactura como un oficio aparte. Hay quienes se dedican exclusivamente a la manufactura y quienes desempeñan otras ocupaciones, muchas veces son campesinos.
Han sido muchos los artesanos constructores de instrumentos de cuerda en la Huasteca. Entre ellos podría citarse a Francisco "Chico" Pérez, de Zozocolco, Veracrúz, quien surte una amplia zona de la sierra de Papantla. Carlos Cruz Forjado, destacado intérprete de jarana y huapanguero cantor, desafortunadamente fallecido, gozaba de gran prestigio en Chicontepec por la calidad de sus instrumentos. Podrían mencionarse a los artesanos de la comunidad de El Horcón, cerca de Tempoal, en Ozuluama y en Cantollano, municipio de Ixhuatlán de Madero; igualmente famosos han sido los instrumentos de Atlapexco, en el estado de Hidalgo, muy cerca de los límites con Veracrúz.
Citaré los casos de aquellos a quienes tuve mayor contacto, allá por 1979, cuando iniciaba las investigaciones sobre la música popular tradicional en la Huasteca Veracruzana: los hermanos Felipe y Ventura Martínez, dos indígenas huastecos, originarios de la pequeña ranchería El Mancornadero Primero, congregación de San Lorenzo, Municipio de Tantoyuca, Veracrúz.
Felipe tiene alrededor de cuarenta años, quince dedicados a la manufactura de instrumentos. Él y Ventura construyeron, cada quien por su lado -aunque cuando hace falta se ayudan- instrumentos de cuerda, como jaranas, huapangueras, violines, y otros menos usuales, como la guitarra para canciones o bajo sexto. Además, Felipe se dedica a las labores agrícolas en una pequeña parcela que le corresponde entre los terrenos comunales, atiende el trabajo artesanal por encargo y surte pedidos a una casa comercial del mercado de Tantoyuca.
Muy jóven se fué a trabajar a un rancho de Tampico; luego de hacer su servicio militar ingresó al ejército como soldado raso; mas no duró mucho tiempo, pues consiguió trabajo como aprendíz en un taller de laudería; fue entonces cuando comenzó a adquirir los conocimientos que ahora tiene. Después volvió al rancho y, ya casado, comenzó en forma su trabajo artesanal.
Ventura, hermano mayor de Felipe, tiene sesenta y dos años de edad y más de treinta en la manufactura de instrumentos musicales. Cuando era muy jóven hizo su primer instrumento: una jarana que vendió en un peso con cincuenta centavos. Con ello se animó, ya que le había servido para "agarrarle el modo", y se propuso hacer otra, que le salió mejor, y la vendió en dos pesos. Con esto concluyó que dicha tarea podría convertirse en su oficio, sobre todo porque contaba con algunos conocimientos que le había enseñado su padre, quien había sido carpintero.
Desde pequeño, Ventura lo vió hacer muchas cosas: baúles, mesas, sillas, roperos..., con unas herramientas mucho más rústicas que las de ahora. Cuando hizo sus primeras jaranas, Ventura ya era carpintero, siguiendo el camino del padre; precisamente las construyó con esas viejas herraientas heredadas. Trabajó un buen tiempo con ellas, mientras iba consiguiendo otras pasas hacer jaranas, huapangueras, guitarras sextas y violines.
Felipe y Ventura dicen que no son músicos porque no saben los huapangos, sin embargo, dominan los instrumentos para la interpretación de sones y participan en las danzas de su comunidad y en las velaciones a los que son invitados. Notablemente, entregan los instrumentos que construyen afinados de oído.
Los instumentos que manufacturan están hechos con madera de cedro de los alrededores e la comunidad. Ellos compran las tablas y sacan hojas muy delgada con un serrucho; luego las pulen y cepillan cuidadosamente hasta dejarlas bien parejas. Para que las hojas o tapas sean resistentes, debe utilizarse madera seca de centro de árbol, con los nudos encontrados, o sea en diagonal respecto al largo de la tabla.
Cuando se ha formado cada una de las partes que estructuran el instrumento, se procede a armarlo, uniendo entre sí el brazo, las hojas o tapas, los arcos, los soportes. Para reforzar su armazón, le colocan en el interior, alrededor de las hojas, unas pequeñas cuñas de madera que siguen su contorno sobre el ángulo que las une con los arcos, una pegada a la otra. Como el instrumento tiene dos tapas, la frontal o carátula y la trasera o fondo, lleva dos hileras de teclas, que suman un total de noventa en la jarana y ciento setenta en la huapanguera.
Cada instumento lleva el mismo número de puentes, una especie de atravesaños que se colocan transversalmente hacia el interior de la tapa. Son las llamadas almas que permiten que salga la voz; y si las almas no están colocadas en el lugar preciso, el instrumento no saca voz o "miente". Tanto la jarana como la huapanguera tienen cinco almas, tres para reforzar la tapa trasera y dos para la carátula, que lleva por fuera un puente sobre el cual se colocan la cuerdas.
El color depende del gusto del cliente. Algunos no desean que su instrumento conserve el matíz de la madera, en ese caso se le da un tinte. Pero lo tradicional es que permanezca del color natural, obscurecido levemente por dos o tres manos de laca rebajada con alcohol. Los instrumentos en esa tonalidad son los más usados por los músicos indígenas para los sones de danza, y por los mestizos para tocar huapangos.
Los instrumentos considerados de primera calidad tienen un precio algo mayor que aquellos hechos para surtir a los vendedores intermediarios, ya que su manufactura requiere de más tiempo, mayor calidad y mejores materiales. Un factor de suma importancia en este proceso es el tiempo que se dedica a la elaboración del instrumento, para que cada una de sus partes pegue perfectamente y o corra el riesgo de abrirse con facilidad.
Manuel Álvarez Boada. Etnomusicólogo, especialista en música de la Huasteca. ha publicado diversos títulos, entre los que destaca La música popular de la Huasteca veracruzana.
Artículo tomado de la revista Regiones de México. Número 1. 2002.
2 comentarios:
Muy interesante su descripcion. Me gustaria saber en que region de San Luis Potosi se encuentran los mejores lauderos de quinta y jarana.
En texquitote,mmunicipio de matlapa
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