Había en la sala un aire relajado, algunos jugában a las cartas, otros miraban películas en el televisor, otros bebían mientras yo buscaba algo en qué reposar el alma. Entonces me encontré con su mirada serena, ajena al mundo y pensé en la mirada de los místicos: extravíados y atormentados por la concupicencia y la sensualidad del cuerpo, andan como si no pisaran la tierra, perdidos y errantes recorren el mundo siempre buscando, tratando de arrancarle el sentido a las cosas, busando justificar la temporalidad de sus frágiles existencias.
Nuestros ojos se engancharon, como reconociéndose, en silencio nos escudriñamos, sopesamos la tibieza de nuestras almas, nuestras soledades vagabundas, su mirada encajó con la mía, sus ojos entrecerrados por el sopor verspertino volvían a ofrecérseme profundos, distraídos, selváticos.
Le miré jugar con los periódicos, saltando de letra en letra sin disciplina ni orden aparente. Jugueteó con la textura del papel humedeciéndola.
Con sensual paso lento alcanzó el diván acomodando su silueta a la curvatura del mueble y a mi me dió la impresión de que dormía. Con la mirada le sobé el lomo, con dedos bailarines y curvilíneos bajé por su espina dorsal y su cuerpo se estremecía, se erizaba y se repegaba a mis manos, breves espasmos le devolvían la naturalidad de su postura y yo sentí que ya era mío. Sus ojos de gato se abrieron como la espesura del monte, avancé cauteloso a través de sus ojos, anduve por caminos y veredas, subí a un cerro, miré al mundo con mirada de águila, abrazé la neblina, al sol a la lluvia, me sentí vivo. Como ave anidé en los nichos de los acantilados, me posé en los árboles y mi corazón se lleno de espesura. Fuí hierba, fuí ave, un felino reposando en el campo. Soy un sueño que se construye soñando.
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