domingo, diciembre 24, 2006

Roger.


Cuanto camino juntos y cuantas veces crecimos hasta ser lo que hoy somos.
Niña pame en la Huasteca Potosina Campesino tenek, en Altzalup, Huasteca Potosina.

Los kumiai dicen "No más".

La CDI, coludida con los caciques para despojar a los kumiai de su territorio.

Gloria Muñoz Ramírez, San José de la Zorra, Baja California Norte. Un camino agreste, casi desértico, conduce a San José de la Zorra, habitada actualmente por aproximadamente 160 personas. Comunidad kumiai, localizada entre los municipios Playas de Rosarito y Ensenada, en el Valle de Guadalupe, encarna la historia del despojo flagrante y las invasiones constantes al territorio indígena del norte del país, donde, oficialmente, los pueblos originarios no existen. Es, pues, la representación fiel de la política de exterminio. "Fuimos siguiendo al representante que había aquí en la comunidad, que se llamaba José Manuel, y a la comunidad le pusimos San José de la Zorra porque aquí había muchas zorras, eran mansitas, todavía se ven, ya al oscurecer de repente salen..."

Los kumiai (que quiere decir "costeño", porque viven cerca de la Costa Pacífico), actualmente libran una lucha por recuperar su territorio, cerca de 15 mil hectáreas que les han arrebatado, pedazo a pedazo, en un escalada de invasiones que hasta la fecha no termina, y por la defensa de las más de 3 mil hectáreas de bienes comunales que, aunque no les reconocen, aún poseen.

María de los Ángeles Carrillo Silva, una de las principales defensoras del territorio kumiai, expresa su coraje e indignación. Las lágrimas se vierten durante un relato que, no por común, deja de ser estremecedor: "Estamos cansados de tantas invasiones. Queremos recuperar lo que nos pertenece, protegerlo porque es del pueblo kumiai. No estamos pidiendo nada que no sea nuestro".

La Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) encabeza el despojo o, por lo menos, es cómplice de los invasores. "Ellos, los de la CDI, son personas insensibles al sentir indígena. Sólo nos quieren dividir, destruir como pueblos, ésa es su misión", dice María de los Ángeles.

En medio del Valle de Guadalupe, cruzando la ruta del vino, aparecen entre el polvo las casas dispersas de un pueblo que se niega a dejar de existir. Aquí el despojo tiene nombres y apellidos y, como en cualquier rincón indígena de cualquier parte de México, es conocida la maraña de complicidades entre los latifundistas y dueños de la región y las autoridades municipales, estatales y federales en turno. Los funcionarios van y vienen, siempre con su buena tajada, pero son los caciques locales los que realmente se quedan con todo.

Sentada en una banca fuera de su pequeña casa en medio de la nada, María de los Ángeles afirma sin titubeos: "Todas las comunidades indígenas de Baja California sufrimos de despojo por personas influyentes en los gobiernos estatal y municipal. Aquí los invasores se llaman Ismael Yagues, Francisco Morales y Marino Sandoval Cacho, pero el que tenía los títulos de inafectabilidad era Francisco Cardoso, fallecido hace dos años".

Las invasiones operan de la siguiente manera: "Yagues, Morales y Sandoval sacan permisos para invadir nuestro territorio en el municipio de Rosarito, pagando dinero para cercar nuestras tierras, aun habiendo asentamientos humanos, gente pues, valiéndose de permisos a nombre del fallecido. Un día nos amanecemos con un nuevo cerco en nuestro territorio, y ya sabemos de qué se trata..."

Actualmente, explica Carrillo Silva, Mariano Sandoval amenaza con cercar el panteón que aún está en uso. Quiere esas tierras y está peleando por ellas. El otro invasor, Francisco Morales, en el 2004 destruyó un panteón ancestral donde estaban enterradas autoridades tradicionales. "Lo barbecheó y empezó a sembrar, así, como si nada. La comunidad" --dice María de los Ángeles-- "de plano no sabe cómo defenderse".

El historial de agravios a San José de la Zorra data de 1954, cuando empezaron las invasiones. El territorio original de esta comunidad es de 19 500 hectáreas, de las cuales ya sólo les quedan a los kumiai entre 3 mil y 5 mil hectáreas de tierras comunales que, por supuesto, no les reconocen. El único predio que reconoce la CDI local y la Secretaría de la Reforma Agraria es un ejido de 1 752 hectáreas, a nombre de 29 ejidatarios, de lo cuales ocho están muertos y el resto no hace uso de esas tierras, ya que están invadidas casi en su totalidad. Son 160 personas acreditadas en el ejido, mientras que sesenta kumiai no tienen derechos agrarios y luchan por el reconocimiento de 3 hectáreas de bienes comunales, de las que poseen los títulos primordiales de 1867.

La conformación del ejido, explica María de los Ángeles, fue la trampa del CDI. "De verdad, el CDI es bien estratégico, asesoró para dividir a la comunidad. El ejido lo conformaron en 1999, antes era comunidad indígena. Llegó el CDI y eligió a quiénes asesorar para conformar un ejido, asegurándose así de que siempre habrá conflicto y de que las tierras puedan ser vendidas o invadidas."

En resumen, lo que el CDI quiere es que pierdan la posibilidad de luchar por el derecho a las tierras comunales y convertirlos en ejidatarios y, para esto, les ofrecen un derecho agrario sin derecho a tierra. "Es de risa o de locura. Ofrecen el terreno que ocupa la casa y 20 metros alrededor. Nos pidieron el acta de nacimiento a cada uno y la credencial de elector, para hacer todos los trámites. Sólo entregaron papeles seis de las sesenta personas que estamos luchando. Por eso no les salió la jugada, pero en eso andan."

"Ya no tenemos los centros ceremoniales ni el cementerio ancestral. El principal centro es el Bateque y está en posesión de Carlos Morales. Ahora hay un rancho privado encima del centro ceremonial donde incluso hay pinturas rupestres... No más, hay que pararlos", dice María de los Ángeles.

Por eso, indica, "aunque pocos que somos, nos estamos organizando". Por lo pronto, lograron detener la invasión de 700 hectáreas del rancho La Rosca, que quería extenderse hasta Agua Fría. "Nos organizamos poquitas personas, entre 15 o 20, y fuimos a parar la construcción del cerco. Nos enfrentamos con Marino Sandoval, quien se puso muy agresivo y amenazante y dijo, textual, que no le importaba que paráramos el cerco, que el iba a seguir comprando tierras de los indios."

"Lo que exigimos como pueblo kumiai es el acceso y control de nuestro territorio ancestral y de sus recursos naturales. Lo que nos corresponde por historia", finaliza María de los Ángeles Carillo, mientras muestra, orgullosa, los cestos y adornos de junco, las canastas de sauce que se elaboran en esta región.

Suplemento Ojarasca 116. Diciembre 2006. Periódico La Jornada.

Ceremonia com´cac (seri) en Punta Chueca, Sonora. Fotos: María M. Caire.

sábado, diciembre 16, 2006

El renacimiento.

Oscar Villegas (1967).


Escena callejera. Gente haciendo cola. Un joven con pelo largo pasa indiferente. Música de los Beatles: You're gonna lose that girl.

-¡Fiuuu-fiuuuuuu!
-¡Fiuuu-fiuuuuuuuu!
-¡Fiuuu-fiuuuuuuuuuuuu!
-¡Adios mamasota!
-¡Papasote!
-¿Es hombre o mujer?
-Es un troglodita bisexual indudablemente.
-¡Ese que va ahí es puto!
-¡Maricón!
-El mas horripilante vago que pueda concebir la mente humana.
-En estos tiempos ni se sabe quién es quién.
-¡Qué horror, qué asco, qué degeneración!
-¡Chinga a tu madre pinche puto!
-¡Mira a ése, jijijiji!
-La juventud de hoy está perdida.
-En mis tiempos ni se notaba.
-¡Es alarmante!
-¿A dónde vamos a parar?
-Nosotros a ningún lado.
-¡Qué esperanzas de que en mi familia hubiera alguien así!
-¡Ya pélate, cabrón!
-Sólo la libertad produce estos monstruos.
-En realidad es gente sin sexo.
(Avanza la cola: más gente llega a frmarse.)
-Se dejan la melena porque quieren parecer puerco espin.
-¡Qué otra interpretación tiene!
-Psicológicamente es eso.
-No sé cómo se atreven a salir a la calle estos desviados exponentes de la inmoralidad que atentan contra la decencia y los valores de las familias de nuestra época.
-El objetivo de estos tipos es frustrar los decimonovenos juegos.
-Son tipos amorales que no se bañan, viciosos y todo, qué indignación.
-¡Con qué descaro pasean su mugre, su desverguenza y su poca virilidad!
-Son costumbres ajenas a nuestra idiosincrasia.
-Un encendido canto a la juventud está representado en nuestros niños héroes.
-Examinemos ahora, brevemente, el fondo del problema.
-La urgencia de una profunda reforma educacional.
-¡En la cárcel debería estar este joto!
(Van apareciendo jóvenes sospechosos uniformados de gris: pequeñas señas, aprobaciones; por otro lado los ancianos hacen indicaciones; llegan más jóvenes de colores con pelo largo que se detienen a platicar con otros igual, que se les unen: reaccionan los demás. Los ancianos destapan una alcantarilla y se meten a ella; los policías, los uniformados de gris se han unido: la anciana agita un pañuelo y se van sobre los otros jóvenes con tijeras en mano. Música de los Beatles: Help.)
-¡Ajaaaaa! ataque!
-¡jajajajajajajaja!
-¡Por mi raza hablará el espíritu!
-¡Pelo pelo pelo pelo pelo!
-¡Que no quede uno!
-¡Help, help, help, help, help!
-¡Hair, hair, hair, hair!
-¡Agarren a ese! ¡A ese! ¡ A aquél! ¡Aquél otro! ¡A ese!
-¡Help, help, help!
-¡Córtenles también la lengua!
-¡Vamos parejo! ¡Parejo con todos! ¡Por parejas!
-¡Hijos de la chingada, como los odio!
(Los ancianos invitan a la gente a ver el espectáculo y todos aplauden calurosamente.)
-¡Siquiti bum a la bim boma bam!
-¡Siquiti bum a la bim bom bam!
-¡A la bío, a la bao, a la bim bom bam!
-¡Las buenas costumbres, buenas costumbres!
-¡Rá rá raaaaaaaaaaaaaaaaaá!
-¡Por una moral mejor!
-¡Por don Quijote! ¡Por Hitler! ¡Por Catón!
-¡Cristo también llevaba melena!
-¡Rá rá raaaaaaaaá!
-¡Bubububububububú!
-¡Gggrrrgggrrrgggg!
-¡Gracias a Dios que presenciamos escenas como éstas, que me llenan de orgullo como ciudadano decente!
-¡Sacudámonos esta verguenza que amenaza con ahogarnos ignominiosamente!
-¡A bañarse, mugrosos cochinos asquerosos rapaces!
-¡Allá va uno! ¡Allá otro! ¡Tras él! ¡Que no escape!
-Nuestro país los repudia por degenerados!
(Toda la gente participa del ataque.)
-¡Acá tenemos un piojoso! ¡Este se resiste!
-¡Acá asoma la nariz de otro!
-¡Una melena pasó por allá!
-¡Help, hel, help, help!
-¡Yelp, yelp, yelp, yelp!
-¡Yea yea yea!
(Dispersión. Silencio: escenario vacío. Un joven miedoso de pelo largo no se atreve a seguir: tantea el terreno: está solo. No se repone totalmente; solloza.)
(Música de los Beatles: Got to get you into my life.)

Teatro jóven de México. Antología. Emilio Carballido. 1971.

jueves, diciembre 07, 2006

Vivir en la cabaña.

Estoy nuevamente en Hidalgo, mi familia se ha mudado una vez más, esta vez a una pequeña cabaña a las afueras de la ciudad, se carece de todo, y eso me hace sentirme frustrado y a menudo enojado de vivir al margen del urbanismo al que estaba habituado. Y sin embargo, muy en el fondo me recuerda el día en el que llegué a este estado de la República, hace doce años, a un humilde jacal de adobe y techo de tejas. Los días en el que me sumí en las lecturas deliciosas escuchando, como cada otoño, la lluvia cayendo sobre la tupida selva tropical. Alumbrado a la luz de las velas por la falta de electricidad, escribóa incontables cartas dedicadas a amigos por correspondencia que me hacían mas llevadera mi adaptación a la vida en el campo, amigos que por lo menos dos de ellos aún mantienen el contacto conmigo e incluso de vez en cuando pasan al pueblo a saludarme si se encuentran de paso. Creo que ahí fue cuando comenzé a experimentar con las palabras, entonces mi lenguaje era coloquial y desenfadado, hasta que de pronto, aprendí a desnudarme con las palabras, a hacer sentir mi presencia sorteando el espacio y el tiempo. Fué también un viaje interior de autoconocimiento, un ejercicio siempre necesario.
Cuando escribo me da la impresión de estar hablando conmigo mismo, como en un monólogo dirijido a alguien que no pone reparos a lo que se le dice. Al terminar de leer mis enunciados me reconocía en esas palabras y con frecuencia mis interlocutores se reconocían en ellas. Entonces nuestras conversaciones daban un vuelco, se volvían más íntimas, mas cálidas y humanas. Con ellas, las palabras parecían puentes y manuales.
A principio de año, al citarme con Maruquita la de Puebla en un café-librería de los que abundan en la capital de la moral y las buenas costumbres, como sarcásticamente nos gusta llamarle a esa ciudad, mi cromática amiga no ocultaba su sorpresa: ésa era la segunda vez en nuestras vidas en las que nos teníamos cara a cara, y sin embargo habíamos mantenido al principio de nuestra amistad, un interesante carteo, apasionado y nudista. Quizá la ausencia física nos permitía expresarnos sin censuras y hablar de nuestros demonios y de nuestros días soleados.
Hoy nuevamente el recogimiento en el campo me invita a desenpolvar las viejas cartas, releer mis libros favoritos, respirar con fuerza, mirar los atardeceres, maravillarme con el reluciente petirojo que me visita para mirar el ocaso, y ¿porqué no? para volver a desnudar el alma.